Consigue un diario para hacer los ejercicios por escrito que se te sugerirán en cada capítulo. Ése será tu “libro del perdón” personal. Puede ser una libreta común y corriente o un diario exclusivo para esta tarea. Sólo tú leerás ese diario, y en él deberías sentirte en libertad de registrar todos tus pensamientos, emociones, ideas y progresos en el camino cuádruple.
Busca una piedra de tu gusto. Bonita o fea, ni chica ni grande. Un poco pesada. Tan pequeña que quepa en la palma de tu mano y tan grande que no sea fácil que la pierdas. Registra en tu diario dónde la encontraste y qué fue lo que te atrajo de ella.
Bienvenido. Has iniciado el camino cuádruple.
Comprender el perdón
De chico, muchas noches asistí impotente a los abusos verbales y físicos que mi padre infligía a mi madre. Aún recuerdo el olor a alcohol, veo el miedo en los ojos de mi madre y siento la irremediable desesperación que se experimenta al ver a nuestros seres queridos lastimarse de manera incomprensible. No le deseo esto a nadie, mucho menos a un niño. Cuando me detengo en esos recuerdos, me dan ganas de lastimar en respuesta a mi padre, como él lo hacía con mi madre y en formas ajenas a un niño. Miro la cara de mi madre y veo a ese noble ser al que tanto quería y que no hizo nada para merecer el dolor que se le propinaba.
Cuando recuerdo esta historia, me doy cuenta de lo difícil que es el proceso del perdón. Racionalmente, sé que mi padre hacía sufrir porque sufría. Espiritualmente, sé que mi fe me dice que mi padre merece ser perdonado, como Dios nos perdona a todos. Pero aun así me cuesta trabajo hacerlo. Los traumas que hemos presenciado o experimentado perviven en nuestra memoria. Aun años después pueden causarnos nuevo dolor cada vez que los recordamos.
¿Te han hecho daño y sufres? ¿Se trata de un agravio nuevo o de una vieja herida que no ha sanado aún? Debes estar cierto de que lo que te hicieron fue malo, injusto e inmerecido. Así que tienes razón de estar indignado. Y es de lo más normal que quieras herir cuando has sido herido. Pero es raro que devolver el golpe te brinde una satisfacción. Todos creemos que así será, pero nos equivocamos. Abofetearte después de que tú lo has hecho conmigo no hace que me deje de arder la cara, ni reduce la tristeza que me causa que me hayas golpeado. En el mejor de los casos, las represalias sólo dan a nuestro dolor un respiro momentáneo. Mientras seamos incapaces de perdonar, seguiremos atrapados en nuestro dolor, sin posibilidad de experimentar curación y libertad y sin posibilidad de estar en paz.
Sin perdón, seguiremos atados a quien nos hizo daño. Apresados por cadenas de amargura, amarrados, atrapados. Mientras no podamos perdonar a quien nos perjudicó, esa persona tendrá las llaves de nuestra felicidad: será nuestro carcelero. Cuando perdonamos, recuperamos el control de nuestro destino y nuestros sentimientos. Somos nuestros liberadores. No perdonamos en beneficio del otro. No perdonamos por los demás. Perdonamos por nosotros mismos. En otras palabras, el perdón es la mejor expresión del interés propio. Esto es cierto desde el punto de vista espiritual tanto como científico.
En la última década se han multiplicado las investigaciones sobre el perdón. Mientras que antes este tema se dejaba a los religiosos, ahora, como disciplina académica, atrae la atención no sólo de filósofos y teólogos, sino también de psicólogos y médicos. Cientos de proyectos de investigación sobre el perdón existen hoy en día en universidades del mundo entero. La Campaign for Forgiveness Research (Campaña de Investigación sobre el Perdón), con financiamiento de la Templeton Foundation, tiene cuarenta y seis proyectos de investigación sobre el perdón. 1Aun los neurocientíficos estudian la biología del perdón, y exploran las barreras evolutivas en el cerebro que estorban el acto de perdonar. Algunos indagan incluso la existencia de un gen del perdón en alguna parte de nuestro ADN.
Conforme la investigación moderna del perdón evoluciona, los hallazgos demuestran claramente que éste transforma a la gente mental, emocional, espiritual y aun físicamente. En Forgive for Good: A Proven Prescription for Health and Happiness (Perdonar por siempre: una receta probada para la salud y la felicidad), el psicólogo Fred Luskin escribe: “Rigurosos estudios científicos han demostrado que la educación del perdón reduce la depresión, aumenta el optimismo, disminuye la cólera, mejora la conexión espiritual [e] incrementa la seguridad emocional en uno mismo”. 2Éstos son sólo algunos de los muy reales y concretos beneficios psicológicos del perdón. Las investigaciones demuestran asimismo que las personas más indulgentes reportan menos problemas mentales y de salud y menos síntomas físicos de estrés.
A medida que documentan el poder curativo del perdón, cada vez más científicos examinan también los efectos mental y físicamente corrosivos de no perdonar. Aferrarse al rencor y la ira, vivir en un estado constante de estrés, puede dañar al corazón tanto como al espíritu. De hecho, las investigaciones indican que no perdonar puede ser un factor de riesgo de afecciones cardiacas, presión alta y muchas otras enfermedades crónicas relacionadas con el estrés. 3Estudios médicos y psicológicos señalan asimismo que quienes se aferran al rencor y la ira presentan mayor riesgo de ansiedad, depresión e insomnio y tienen más probabilidades de sufrir presión alta, úlceras, migrañas, dolor de espalda, infartos y hasta cáncer. También lo contrario es cierto. El perdón genuino puede transformar esas dolencias. Al reducirse el estrés, la ansiedad y la depresión, lo mismo ocurre con los trastornos físicos asociados a ellos.
Los estudios seguirán midiendo el ritmo cardiaco, presión y longevidad de quienes perdonan y quienes no. Continuarán escribiéndose artículos en revistas especializadas, y al final la ciencia probará lo que la gente sabe desde hace milenios: que perdonar hace bien. Sus beneficios de salud son apenas el principio. Perdonar también te libera de todo trauma y privación que hayas experimentado y te permite reclamar tu vida como propia.
Lo que los campos médico y psicológico no pueden estudiar, cuantificar ni diseccionar bajo un microscopio es la estrecha vinculación que existe entre los seres humanos, y el impulso en cada uno de nosotros a vivir en armonía.
Quizá la ciencia esté empezando a reconocer lo que en África hemos sabido desde tiempo inmemorial: que somos interdependientes, aunque aún no puede explicar del todo la necesidad que tenemos unos de otros. La doctora Lisa Berkman, jefa del Department of Society, Human Development and Health (Departamento de Sociedad, Desarrollo Humano y Salud) de la Harvard School of Public Health, estudió a siete mil hombres y mujeres. Según sus hallazgos, las personas aisladas tienen tres veces más probabilidades de morir en forma prematura que las que cuentan con una red social fuerte. Pero a los investigadores les asombró más todavía que las personas que tienen un círculo social fuerte y un estilo de vida poco saludable (tabaquismo, obesidad y falta de ejercicio) viven más que las que tienen un círculo social débil y un estilo de vida sano. 4En un artículo publicado en la revista Science se concluyó a su vez que la soledad es un factor de riesgo de enfermedades y muerte más agudo que el tabaquismo; 5en otras palabras, que la soledad te puede matar más rápido que el cigarro. Los seres humanos estamos firmemente vinculados entre nosotros, lo admitamos o no. Necesitamos unos de otros. Así fue como evolucionamos, y nuestra supervivencia sigue dependiendo de ello.
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