Angie Thomas - El odio que das

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«Esta historia es necesaria. Esta historia es importante.»
Kirkus ReviewsSTARR ES UNA CHICA DE DIECISÉIS AÑOS que vive entre dos mundos: el barrio pobre de gente negra donde nació, y su escuela situada en un elegante distrito residencial blanco. El difícil equilibrio entre ambos se hace añicos cuando ella se convierte en testigo de la muerte a tiros de su mejor amigo, Khalil, a manos de un policía. A partir de ese momento, todo lo que Starr diga acerca de la aterradora noche que cambió su vida podrá ser usado de excusa por unos y como arma por otros. Y lo peor de todo es que ambos bandos esperan que dé un paso en falso para poner fin a su vida.Inspirado por el movimiento Black Lives Matter, el debut de Angie Thomas sobre una chica normal sometida a tan difíciles circunstancias aborda cuestiones de racismo y violencia policial con inteligencia, corazón y una honestidad inquebrantable.«Angie Thomas ha escrito una novela asombrosa, brillante y desgarradora que será recordada como un clásico de nuestro tiempo.» John Green, autor de
Bajo la misma estrella«Que el mundo se prepare.» Adam Silvera, autor de
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—Carajo. Sí.

—¿Lo ves? Te dije que era relevante —asiente llevando el ritmo y rapea con la música. Ahora me pregunto qué es lo que él está haciendo para joderlos a todos . Creo saberlo, pero espero estar equivocada. Necesito escucharlo de su boca.

—¿Entonces por qué has estado tan ocupado? —pregunto—. Hace unos meses papá me dijo que renunciaste a la tienda. No te veo desde entonces.

Se acerca al volante.

—¿Dónde quieres que te acerque, a la casa o a la tienda?

—Khalil…

—¿A tu casa o a la tienda?

—Si estás vendiendo esa mierda…

—¡Ocúpate de tus propios asuntos, Starr! No te preocupes por mí. Estoy haciendo lo que tengo que hacer.

—Y una mierda. Ya sabes que papá te echaría una mano.

Se limpia la nariz antes de mentir.

—No necesito que nadie me ayude, ¿okay ? Y ese trabajo de sueldo mínimo que me daba tu papá no cambiaba nada. Me cansé de elegir entre luz o comida.

—Pensé que tu abuela trabajaba.

—Así es. Cuando enfermó, los payasos del hospital dijeron que la dejarían trabajar con ellos. Dos meses después, no estaba haciendo su parte del trabajo porque cuando te ponen la quimio no puedes jalar esos malditos basureros por todos lados. La despidieron —sacude la cabeza—. Gracioso, ¿no? El hospital la despidió por estar enferma.

Se hace el silencio en el Impala, excepto por Tupac que pregunta: ¿En quién crees? No lo sé.

Mi teléfono vuelve a vibrar, probablemente sea Chris que está pidiendo perdón o Kenya que pide refuerzos contra Denasia. En lugar de eso aparecen en la pantalla los mensajes de mi hermano mayor, todos en mayúsculas. No sé por qué hace eso. Probablemente cree que me intimida. En realidad, me saca de quicio.

¿DÓNDE ESTÁS?

MÁS VALE QUE TÚ Y KENYA NO ESTÉN EN LA FIESTA. ESCUCHÉ QUE HUBO UN TIROTEO.

Lo único peor que tener unos padres sobreprotectores es tener unos hermanos mayores sobreprotectores. Ni el buen Jesús Negro me puede salvar de Seven.

Khalil me mira de reojo.

—Seven, ¿eh?

—¿Cómo lo supiste?

—Porque siempre parece que quieres golpear a alguien cuando él te habla. ¿Recuerdas esa vez en tu cumpleaños que se la pasó diciéndote qué deseos tenías que pedir?

—Y le di un puñetazo en la cara.

—Luego Natasha se enfadó contigo por decirle a su novio que se callara —dice Khalil entre risas.

Hago un gesto de exasperación.

—Me desesperaba con su pequeño enamoramiento por Seven. La mitad del tiempo pensaba que venía sólo para verlo.

—No creas, era porque tenías las películas de Harry Potter. ¿Cómo solíamos llamarnos? El Trío del Barrio. Más apretados que…

—El interior de la nariz de Voldemort. Qué nerds éramos.

—Lo sé, ¿cierto? —dice.

Nos reímos, pero falta algo. Falta alguien . Natasha.

Khalil mira la calle.

—Qué locura que hayan pasado seis años, ¿no?

Nos sorprende el sonido de un ¡uuuh, uuuh! , y vemos el destello de unas luces azules en el espejo retrovisor.

CAPÍTULO 2

Cuando cumplí doce años, mis papás tuvieron dos charlas conmigo.

Una fue la típica sobre de dónde vienen los niños. Bueno, en realidad no me dieron la versión normal. Mamá, Lisa, es enfermera de profesión, y me explicó qué entraba en dónde, y qué no necesitaba entrar aquí, allá, o en cualquier maldito lugar hasta que yo creciera. En ese entonces, yo dudaba que de todos modos algo fuera a entrar en alguna parte. Mientras que a todas las demás chicas les brotaban los senos entre sexto y séptimo grado, yo tenía el pecho tan plano como la espalda.

La otra charla fue sobre qué hacer si me detenía la policía.

Mamá protestó y le dijo a papá que era demasiado pequeña para eso. Él respondió que no lo era para que me arrestaran o me dispararan.

—Starr-Starr, si eso ocurre, haz lo que te digan que hagas —dijo—. Mantén las manos a la vista. No hagas ningún movimiento repentino. Habla sólo cuando te lo pidan.

Yo sabía que debía ser algo serio. Papá tenía la bocota más grande que cualquiera que conociera, y si decía que tenía que quedarme callada, entonces tenía que quedarme callada.

Espero que alguien haya tenido esa charla con Khalil.

Maldice en voz baja, le baja el volumen a Tupac y detiene el Impala a la orilla de la calle. Nos encontramos sobre Carnation, donde la mayoría de las casas están abandonadas y la mitad de los faroles rotos. No hay nadie más que nosotros y un patrullero.

Khalil apaga el motor.

—Me pregunto qué quiere este tonto.

El oficial se estaciona y enciende las altas. Parpadeo para no deslumbrarme.

Recuerdo otra cosa que papá me dijo. Si estás con alguien, cruza los dedos para que no tenga nada encima o los encerrarán a los dos.

—K, no tienes nada en el coche, ¿cierto? —le pregunto.

Mira al poli por su espejo lateral.

—Nada de nada.

El oficial se acerca a la puerta del conductor y le da un golpecito a la ventana. Khalil le da vueltas a la manija para bajarla. Como si no nos hubiera encandilado lo suficiente, el policía nos alumbra los rostros con su linterna.

—Licencia, tarjeta de circulación y comprobante de seguro.

Khalil rompe una regla: no hace lo que el poli quiere.

—¿Por qué nos obligó a orillarnos?

—Licencia, tarjeta de circulación y comprobante de seguro.

—Pregunté, ¿por qué nos obligó a orillarnos?

—Khalil —le ruego—. Haz lo que te pide.

Khalil se queja y saca su cartera. El policía sigue sus movimientos con la linterna.

El corazón me late con fuerza, pero las instrucciones de papá reverberan en mi cabeza: Mira bien la cara del policía. Si puedes memorizar su número de insignia, aún mejor.

Mientras la linterna sigue las manos de Khalil, logro distinguir los números de la insignia: ciento quince. Es blanco, tiene entre treinta y pico y cuarenta y pocos años, el cabello oscuro está cortado al rape y tiene una cicatriz delgada sobre el labio superior.

Khalil le pasa sus documentos y la licencia.

Ciento Quince los revisa.

—¿De dónde vienen?

—¿A ti qué? —dice Khalil, en el sentido de qué te importa —. ¿Por qué me pediste que me orillara?

—Tienes la luz trasera rota.

—¿Y me vas a multar o qué? —pregunta Khalil.

—Muy bien. Bájate del coche, chico listo.

—Hombre, sólo dame la multa…

—¡Bájate del coche! ¡manos arriba, donde las pueda ver!

Khalil se baja con las manos arriba. Ciento Quince lo jala del brazo y lo aprisiona contra la puerta trasera.

Lucho por encontrar mi voz.

—Él no quería…

—¡Las manos en el tablero! —me grita el oficial—. ¡No te muevas!

Hago lo que me dice, pero las manos me tiemblan demasiado como para quedarse quietas.

Catea a Khalil.

—Está bien, listillo, veamos qué te encontramos encima hoy.

—No vas a encontrar nada —dice Khalil.

Ciento Quince lo registra dos veces más. No encuentra nada.

—Quédate aquí —le dice a Khalil—. Y tú —se asoma por la ventana para verme—, no te muevas.

No puedo ni asentir.

El oficial camina de regreso a su patrulla.

Mis papás no me enseñaron a temerle a la policía, sólo a usar mi inteligencia cuando están cerca. Me dijeron que no es inteligente moverse cuando un oficial está de espaldas a ti.

No es inteligente hacer un movimiento repentino.

Khalil lo hace. Se acerca a su puerta.

—¿Estás bien, Starr…?

¡Pum!

Uno. El cuerpo de Khalil se sacude. La sangre le borbotea por la espalda. Se agarra de la puerta para mantenerse en pie.

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