E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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—Uno... –contó más lento los últimos segundos para crear más expectación–, cero.

Permanecí en la misma postura, incómoda con su silencio sepulcral. El brillo de su teléfono me cegó cuando me lo acercó a la cara, y eché la cabeza hacia atrás para poder leer la pantalla. Más fotos comprometidas de la discoteca con Kohaku, nada nuevo ni sorprendente pero sí enfermizo.

Bajé del coche para arrebatarle el teléfono y borrarlas, pero él me atrapó el brazo antes.

—Te pillé –bajó hasta mi oído, y se posicionó detrás de mí para rodear mi cintura. Me dio un empujón, y tuve que avanzar forzosamente hacia el edificio que se alzaba sobre nosotros–. ¿Te has dado cuenta de que siempre te tengo que hacer chantaje con las fotos del niñato manzana? A lo mejor estoy siendo demasiado benevolente y las tendría que publicar ya.

—N-no, Señor Takashi –mi espalda se tensó contra su pecho, y agité la cabeza en negación–, no tiene que hacer...–

—¿Ahora sí soy el Señor Takashi? –un amago de risa irónica arañó mi oído a la vez que me empujaba hacia el lujoso edificio con luces.

—¿Por qué estamos aquí? –mis piernas no estaban por la labor de obedecer, pero Takashi no me dejaba quedarme quieta en el pavimento.

—No lo sé, Areum, ¿qué suele hacer la gente a las dos de la madrugada en un hotel?

Me aferré a la chaqueta para evitar hiperventilar cuando vi el letrero del Four Seasons.

...

Takashi no había pronunciado palabra alguna en el ascensor, y yo disimulaba el temblor de mis manos bajo la chaqueta. A veces metía las manos en los bolsillos, solo para comprobar que no había perdido su collar, aunque tampoco me lo quería poner.

Sus zapatos marcaron un compás siniestro al avanzar por el pasillo enmoquetado, y seguí sus piernas kilométricas hasta que (muy a mi pesar) se detuvieron frente a una puerta blanca. La abrió con un pitido de tarjeta, y me planteé darme la vuelta y correr por el pasillo.

Entró en la gran estancia de tonalidades café y sujetó la puerta a mi espera. Había un brillo desafiante en su mirada, y en la mía solo inseguridad e incertidumbre.

No sabía qué iba a pasar y eso me asustaba, pero aún así di un paso adelante.

—Sabes...no tenía pensado traerte aquí tan tarde, pero no me he podido resistir –cerró la puerta tras él, y volví a sentirle cerca, escaneando mi cuerpo–. Estás espectacular –rozó mi brazo con los dedos–, ¿a qué se debe la ocasión?

—Eso no es importante –concluí, evitando mencionar a Kohaku, con la mirada militar en las cortinas.

Cubrió mi espalda baja con la mano, tocando mis curvas sobre el vestido, analizando.

—¿Sabes por qué estás aquí? –subió la mano tan poco a poco que me pudo rodear el cuello, y me sentí como un pato mareado.

—¿Porque me quieres follar? –mi comentario le hizo reír entre dientes, así que supuse que no estaba realmente enfadado.

—Hoy no tenía pensado ir tan lejos, pero si me lo pides así... –me inclinó la cabeza hacia atrás, y vi su larga sonrisa en un ángulo turbio. El deseo casi goteaba de sus ojos castaños, y me costó tragar saliva teniendo tanta atención encima.

Me dio la vuelta y cortó la distancia agachándose para besarme, sus labios igual de insaciables que siempre. Intentó pegarme más a él aunque mis manos estuvieran en medio.

Era una tontería negar que era un buen besador, y me sorprendí al no tener la cara de ningún famoso en mente, simplemente disfruté el toque.

—Suelta eso –señaló la chaqueta entre mis manos, y como las rodeó en su nuca, mi chaqueta cayó al suelo con un sonido metálico impactando en el suelo; su collar. Takashi bajó la cara para mirar al suelo, pero en un arrebato de desesperación porque no viese el objeto, cogí su cara angulosa para besarle.

Me empujó contra la pared, satisfecho con mi iniciativa, y mientras tocaba su pecho para distraerle, moví la chaqueta con la punta del zapato de tacón. Si veía el collar, me mataría. Ya había insistido con que no me lo quitara, pero yo no era propiedad de nadie.

—Si no supiese lo insolente que eres, podría pensar que hay un ángel bajo este vestido apretado –rompió el beso obsceno, sonriéndome de una forma que me hizo humedecer las bragas. Se relamió sin pudor al mirar mi pronunciado escote–. Me puedes soltar ya la cara, princesa –se deshizo de su chaqueta, hasta quedar en una camisa beige que le favorecía bastante.

Se le marcaban los bíceps descaradamente, e ignoré que pedían a gritos que los tocara.

Antes de volver a mí, se agachó con detalle para recoger mi chaqueta, y me mordí el carrillo al oír el familiar ruido metálico que marcaba mi sentencia. Mierda.

—Oh...qué interesante –dijo severo, escaneando la gruesa gargantilla Swarovski entre sus largos dedos Clavó un brazo en la pared tras mi cabeza, y se mantuvo en silencio con la mirada fija en las iniciales. Pasaron dos incómodos minutos así, y parecía pensativo cuando no me miraba las tetas en momentos puntuales.

—¿Señor Takashi? –mi voz le hizo despertar del trance, y no me gustó el tinte profundo que sus ojos me devolvieron.

—¿Lo has llevado todo este tiempo en el bolsillo? –en contraste con sus frías palabras, acarició mi mejilla con delicadeza, haciéndome rememorar los instantes de aparente tranquilidad sobre su muslo–. No te lo has puesto delante de Ito –sonrió paradójicamente, observando el otro colgante de plata que adornaba mi cuello. Enrolló los dedos en mi nuca, acercándome forzosamente a él–. Te dije que no te quitaras el collar, Areum.

Me miraba desde su altura enfadado, y noté algo frío en mi escote que no pude ver debido a su sujeción.

—Esto me lo voy a quedar –recogió el objeto de mis pechos, y aprovechó para apretar uno superficialmente. Tanteé mi cuello con sospecha, y me quedé en blanco al darme cuenta de que el regalo de Kohaku no estaba.

—¡No! –intenté despegarme de la pared para tomar mi collar de vuelta, pero me presionó del cuello y alzó el brazo a una altura que me era imposible alcanzar–. Devuélvamelo, Señor Takashi, es un regalo que me han hecho.

No quería ponerme a llorar, pero se me hacía difícil al ver cómo disfrutaba mi dolor.

—Dame una sola razón para hacerlo.

—Es un regalo de Kohie –concluí penosa entre lágrimas, forzándome a no dejarlas desbordar de mis ojos.

—¿Así le llamas? –dio un apretón en mi garganta, haciéndome toser–. Estoy seguro de que él también tiene un ridículo apodo para ti.

Sujeté su muñeca entre mis dedos, rogándole con la mirada un poco de piedad física y emocional.

—Me has desobedecido, vacilado y tuteado, ¿y cuántas veces te he dicho que no me gusta repetirme? –presionó su nariz angulosa en mi mandíbula, mi pulso disparándose–. ¿Sabes por qué no te has querido poner el collar, Areum? –susurró cínico–. Porque te niegas a aceptar que eres la sumisa de alguien, te destroza cuando las cosas no siguen tus planes y alguien te planta cara. Y te jode muchísimo que esa persona sea yo, que tengas que estar sometida a la persona que más odias y que más te enciende.

No dije nada, mi mente gritándome a voces lo mucho que le odiaba por tener razón.

—En realidad no somos tan distintos –noté la extendida línea de su boca contra mi piel–, a los dos nos gusta tener el control de las cosas. A mí en el sexo y a ti a nivel emocional con Ito. Pretender que no te das cuenta de lo pillado que está por ti, pero zorreando con él en la discoteca... Dime, ¿quién es el verdadero manipulador aquí?

—Basta ya –no se me ocurrió ninguna explicación decente, ya que me había abierto en canal.

—No te tienes que preocupar del control, para eso estoy yo –me hizo mirarle, sus cejas serias enmarcando su mirada oscura–. Te devolveré el collar si aguantas el castigo como una buena chica.

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