E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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Asentí como pude, y me devolvió mi espacio personal con una expresión aprobadora.

Me quería dejar caer al suelo y llorar, pero aguanté con los tacones que me destrozaban los pies. Me sentí vacía y no supe por qué, pero acepté su mano cuando me la tendió.

—Vamos a la cama –tiró suavemente de mi mano, y afiancé el agarre al sentirme rota y necesitada de cariño, aunque fuese de la mano enemiga.

Takashi se sentó a los pies de la cama, y me hizo hueco entre sus piernas abiertas. Incluso sentado seguía siendo alto, lo suficiente como para tener mis pechos a su altura visual.

—Acércate, nena –apoyó mis manos en sus anchos hombros, y me aferré a ellos de la misma forma en la que él cogió mi nuca para unir nuestras bocas.

Estaba desanimada y tal vez por eso se tomó su tiempo de ir lento, y me relajé al no tener que seguir movimientos voraces y violentos. Humedeció mis labios con su lengua de forma suave, y dejé que acariciara a la mía con más pasión. Manoseó, estiró y jugó con mi culo, y me excité por segunda vez en la noche y con otro hombre diferente. Todo genial.

De un movimiento rápido, me desequilibró al tirar de mi muñeca, y caí de bruces sobre el colchón. Frente a mí solo se veía un desierto pacífico y blanco de sábanas y coSeiichies, y no me moví demasiado. Había quedado recostada sobre su pierna abierta, y sabía que me estaba mirando el culo en pompa por el silencio que había. Qué poco casual parecía aquello.

—¿Me...levanto?

—No, estás castigada –impactó mi trasero con la mano de forma vaga, y me tensé cuando la comenzó a subir por mi espalda–. No tienes permiso para hablar.

Enrrolló los dedos en mi mata de pelo, y tiró hasta que mi espalda no se pudo arquear más. La otra mano subió por el interior de mi muslo vestido, haciéndome estremecer con el frío contraste de sus dedos.

—Esta vez no me voy a quitar los anillos –advirtió, dejando un pequeño beso en mi frente antes de soltarme y apoyarme la cara en el edredón.

Ahora sus acciones eran delicadas y firmes, y me confundí hasta pensar que podía tener empatía.

Amasó mi trasero, mesurándome por encima del vestido. Estaba convencida de que podía verme las bragas debido a la posición, pero por supuesto eso a él le tendría encantado.

Cerré los ojos al sentir un nuevo impacto en la nalga derecha, y dejó la mano ahí, observando mi reacción. Parecía que me iba a dar azotes, como en las historias sexuales de internet.

—Ha sido un placer, Señor Takashi –me incorporé tras un minuto entero de silencio, convencida.

—¿A dónde vas? Eso solo era el calentamiento –me devolvió a la cama sin cuidado alguno, su índice acariciando mi mejilla de forma tétrica–. No te habrás pensado que eso era todo, ¿verdad?

—N-No...claro que no.

Me acomodó sobre su muslo, trazando líneas ascendentes por encima de las medias. Sus dedos se enrollaron en el dobladillo del vestido, y me hizo levantar las caderas para apartar el vestido y bajar las medias.

Oí lo más parecido a una risa en él, y enganchó el borde de las bragas.

—¿Y este tanga diminuto? –me azotó antes de que pudiera decir algo, y algo en mi cabeza hizo click cuando noté una ligera molestia directamente en la piel. Ese golpe había picado un poco. Me mantuve con la mejilla en el edredón, observando en silencio su sonrisa de disfrute–. ¿Te ha dolido? –conectó miradas, uno de sus mechones interponiéndose de forma lúgubre. Mentí al negar con la cabeza, y ahogó una sonrisa antes de volver a pegarme.

Enterré la cara en la cama para evitar hacer cualquier ruido, mi trasero ardiendo con el golpe.

—Me has dicho que no te dolía... –se mofó, propinándome otro azote en la otra nalga–, y las chicas buenas no mienten.

Su mano hacía un ruido sonoro cada vez que repetía el gesto, y al séptimo, no pude evitar removerme un poco en su pierna. Sus dedos quemaban y los anillos lo intensificaban todo.

Me estaba castigando por todo: por haberle mentido, por el puto collar y a saber por qué mierda enfermiza más. Estaba desquitándose conmigo.

—No tan fuerte, por favor –pedí en un susurro, teniendo fe en que fuese bueno.

—¿Notas cómo escuece el metal? Te van a dejar marcas durante días –apretujó la piel entre sus dedos, sus anillos fríos incomodándome físicamente. Asentí solo por si acaso se molestaba por no responderle, y me mantuvo pegada a la cama con una mano sobre mi espalda–. Probablemente esto te duela como mil demonios.

A pesar de que intenté prepararme mentalmente, grité al sentir la palma de su mano arremeter de forma seguida en mi trasero.

No me dio tiempo a descansar, y por cómo me escocía la piel, estaba segura de que los anillos me estaban dejando marcas.

—Seño Takashi, duele...duele mucho –se lo hice saber, pero continúo abusando mi piel con sadismo, creando una atmósfera hostil en la habitación de hotel–. Los anillos me hacen daño.

Solo se oía su respiración pesada en la habitación, como si hubiese estado follando. Le daba placer esta situación, hacer daño a los demás, a mí.

Quitó la mano de mi espalda, y me apoyé sobre los codos, con las piernas sacudiéndose solas.

—¿Vas a llorar? –preguntó ido en mi oído, ronco–, ¿vas a llorar porque te destrozan unos azotes en el culo?

—No me castigue más –pedí fría–, he aprendido la lección.

—No te esperabas que te fuesen a reventar el culo a azotes cuando estabas borracha con tu amiguito, ¿a que no? –apretó los dedos en mi garganta, coloreando mis mejillas por el mareo.

—Me...pondré el collar a-ahora mismo, se lo prometo.

Se me grabó mentalmente su risa macabra, y traspasó el fuerte agarre a mi pelo.

—Es un poco tarde para eso, ¿no crees? –encerró un tramo de piel de mi cuello entre sus dientes, y no pude evitar gemir de dolor al sentir otra palmada bestial contra mi ahora frágil piel–. Ponértelo ahora no te libraría mágicamente de lo que te estoy dando.

—Señor Takashi... –saboreé el metálico sabor de la sangre cuando mordí demasiado fuerte mi labio, temblando como todo mi cuerpo.

—Después de mamármela me dijiste que no te quitarías el collar si me portaba bien contigo –gruñó enfadado en mi cuello, mordiéndolo de forma brusca con otro azote–, ¿quién te crees que eres para exigirme cosas? Solo eres una puta niñata malcriada.

Grité que me estaba haciendo daño y que me estaba agobiando.

—No te quiero oír más, Areum –tomó el control de mi mandíbula, y metió el índice y el corazón en mi boca de forma forzosa para callarme, un tramo de saliva bañando sus dedos–. Chúpalos como me chupaste la polla el otro día, vamos.

Apenas podía tragar saliva debido al brusco mete-saca que estaba haciendo, pero lo intenté con la lengua, lagrimeando.

Me azotó otra vez con todas sus fuerzas, y ahogó mis gritos entre sus dedos. Dolía tanto que dejé las manos abiertas sobre la zona reventada.

—Quita las manos –no reconocí su voz animal, y comencé a temblar violentamente de pánico.

—Déjeme un momento para descansar...p-por favor –mis manos estaban estiradas en señal de rendición, como una bandera blanca, mi cuerpo temblando sobre su pierna.

Sacó los dedos empapados de mi boca, y cuando abrió los dedos de golpe, caí de bruces a la cama. No oculté más las lágrimas mientras seguía protegiendo mi trasero magullado, y lloré como no había llorado en semanas. Mojé el edredón bajo mi cara.

—Te voy a dar la vuelta –su voz volvió a sonar dentro de mi espacio personal, y lo que era peor, en mi cabeza. Me sentó en sus piernas, evitando la zona sensible.

No sabía si seguía enfadado, si estaba complacido con el destrozo o si quería seguir abusando de mi sumisión, pero lloré en silencio y mirando al suelo, con ganas de irme a casa.

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