E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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—Ya tienes el cuello bien... –cambió de tema, pasando las yemas de los dedos por el nombrado. Mi piel soportó más mordiscos, con el suave masaje en el pelo de fondo, claro–. Abre los ojos –dio una palmada suave en mi muslo, y estudió mis ojos llorosos. Me puso de pie y me dió la vuelta.

Pasó medio minuto en silencio, estudiando mi trasero enmarcado en secuelas, unos leves sonidos plásticos de fondo. No sabía qué estaba haciendo, pero no me sentía capaz de darme la vuelta. Siseé cuando pegó lo que supuse que era una tirita, y la idea me parecía absurda.

¿De qué me iba a servir una puta tirita?

Recolocó mi vestido y medias, y apresó mi cintura, sentándome encima suyo con extraño cuidado. Alzó mi mentón, sus pestañas dejando entrever sus bonitos ojos, y depositó un beso en mis labios hinchados de llorar.

—Estás guapa cuando lloras –me apremió, victorioso de haberme destrozado. Qué maldito enfermo.

Apartó mi pelo y abrochó el collar de Kohaku en mi cuello amoratado, parecía una masacre.

—¿Ha acabado el castigo, Señor Takashi?

—Sí, cielo –acunó mi mejilla, e intenté no llorar con las caricias de su pulgar. Abrochó su choker de Swarovski más arriba del otro collar–. No me importa que lleves el collar del niñato, pero no te quites el mío, ¿sí?. A menos que quieras otro castigo, claro –sonrió ladinamente.

—No me lo quitaré –aparté su toque educadamente y me bajé de sus piernas, lista para recoger mi chaqueta y largarme de allí–. Buenas noches.

—Espera –me cogió la muñeca antes de que abriera la puerta, su erección descaradamente dura–. Resérvame la noche del viernes.

Todavía quedaba una semana para eso, ¿qué prisa tenía?

—Nos vamos a ver en el trabajo durante toda la semana –le encaré neutral, y flexionó los brazos para acercarse a mi cara. Ahora no quería ni verle en pintura.

—No seas así –se inclinó hacia mis labios, mirándome de una forma muy sensual que habría correspondido si no tuviese una crisis mental ahora mismo–. El castigo te lo has ganado tú solita.

Rodé los ojos de forma visible, aferrándome a la chaqueta como al principio de la noche.

—¿Me has acorralado contra la puerta para decirme eso? –dije sin educación.

—No, pero si me sigues hablando así, a lo mejor no sales de la habitación. El viernes que viene me puedes zorrear a mí...

—Revisaré mi agenda...

—¡Deja de ser así, me cago en la puta! –golpeó la pared con la palma abierta, y me quedé quieta–. Déjame comerte la boca y no me enfadaré.

Sonó un poco desesperado, pero fingí no saberlo y limitarme a besarle. Tal vez se estaba enganchando a verme. Tocó mi muslo en dirección ascendente, y temí.

—Lo sabía, joder –una risa muy macabra salió de sus labios rojos e hinchados, y me manoseó por encima de las medias, encontrando zonas mojadas–. Te ha gustado que te degrade así, casi estarías chorreando de no llevar las medias...¿me equivoco?

No dije nada, y me limité a jugar nerviosamente con mis manos.

Lo cierto era que tenía las bragas más mojadas que un charco. No me podía defender.

—No te pongas tímida ahora. Te compensaré por lo de esta noche –acarició mi sien a cámara lenta–. Si quieres una noche fetichista solo me la tienes que pedir –apretujó mis labios como si fueran un corazón–, todavía no me he olvidado de que no me has dicho tus fetiches sexuales, Areum.

Le besé con desesperación, y me levantó de los muslos para empotrarme contra la pared. Gemí sin pudor al notar su gran erección contra mi húmedo centro, y succioné su labio sintiéndome caliente.

Me odié a mí misma por disfrutar de los besos húmedos de Takashi Kaito. Señor Takashi.

16. [confrontación doble]

Sábado

Kohaku

—Ya está –Areum se dejó caer sobre el sofá con olor a nuevo. Sonreí sin poder evitarlo, y cerré la puerta cuando metimos la última caja.

—Quién nos iba a decir que hacer una mudanza era tan agotador, ¿eh? –observé su espalda, aguantándome las ganas de acariciarla hasta que se durmiera–. ¿Quieres que te haga un tour de la casa?

...

—Parece una cama de película medieval –tocó los postes de madera que culminaban en un dosel, y vi cómo se contuvo de deshacer el lazo para que la cortina cayera y fuera más fantasioso–. Me gusta mucho tu apartamento, no es una mansión fría como en casa.

Sabía a lo que se refería, a un hogar con sirvientes y ausencia paternal.

Anduvo por la estancia murmurando cosas que me costaba entender, y paró frente al escritorio donde había libros de clase y una foto con ella.

Me acerqué a ella cuando continuó susurrando para sí misma, y le toque el hombro preocupado. Había estado así toda la mañana, y me daba la sensación de que su mente no estaba aquí.

—Areum, ¿quieres quedarte a comer? Luego podemos hacer la siesta –propuse contra su pelo, cerca de su espalda pero sin agobiarle físicamente–, tengo Netflix en la tele.

Desde aquí vi cómo sus mejillas se abultaron muy poquito en una sonrisa, y me encaró para darme una confirmación.

Pedimos comida china, y le hice caminar hasta el sofá al notar su cansancio. Me hacía pensar que había dormido poco a pesar de hacer abandonado la discoteca pronto.

Aún así se las ingeniaba para estar igual de guapa que siempre.

Me gustaba hacer planes con ella fuera del instituto porque no le veía con el uniforme, sino con su ropa; con su personalidad propia.

Hoy se había puesto un jersey de cuello alto que marcaba su figura de formas que no me atrevía a describir, y vaqueros normales. Se veía achuchable y sexy, si eso tenía sentido alguno.

Me tumbé antes que ella a lo largo del sofá, y di palmaditas en el espacio que quedaba a centímetros de mi pecho.

—¿Te molesta si nos ponemos así?

—No, está bien –me dio una pequeña sonrisa antes de agacharse para quitarse las pantuflas.

Aproveché lo cerca que estaba para estudiar mejor su cara. Tenía los ojos un poco rojos, como si hubiese fumado maría o llorado; un corte reciente en el labio y ojeras que se filtraban a través de su maquillaje. También me había fijado en que estaba más seria, pero en vez de preguntarle le ofrecí una siesta de consuelo entre mis brazos.

Hice un esfuerzo abismal por no suspirar al sentir su cuerpo contra el mío, y nos tapé con la manta cuando la intro del capítulo estaba sonando.

Sí, su pelo sí que olía tan bien como parecía

Buscó mi mano, y dejó el lío de dedos rozando su estómago.

Estábamos haciendo la cucharita y me parecía lo más encantador del mundo, sobre todo con el calor corporal que me transmitía. Era muy difícil no quedarse dormido a su lado.

No solté su mano durante el capítulo, ni siquiera con los tres que le siguieron; solo cuando ella quiso.

—Kohie... –se recostó sobre su otro lado, nuestras caras a escasos centímetros por la postura. Llevó sus manos a su pecho con los ojos entrecerrados, y me mordí el carrillo al verla dormida y susurrando en sueños.

Coloqué el brazo bajo el hueco de su cuello para que estuviese más cómoda, y enterró la cara en mi pecho. Se durmió a mi lado y pensé que estaba enamorado de ella. No encontraba otra explicación al latido de mi corazón o la felicidad y satisfacción extremas al ver la paz de su cara.

Tracé su pelo con los dedos, convencido de que le haría el sueño más placentero.

El capítulo del anime creó un fondo diluido y acogedor, y memoricé cada facción de su cara con detalle. No me quería olvidar este momento en el que los dos estábamos tan seguros el uno con el otro, porque no sabía si se volvería a repetir.

El cuello de su jersey se había movido un poco y vi una cadena plateada familiar. Quise colocar el colgante por fuera del cuello alto, así que con cuidado, tiré del collar que le había regalado.

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