E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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Me soltó y recogió mis libros del sofá, y oí el tintineo de sus llaves cuando abrió la puerta. Me levanté con esfuerzo del suelo, estaba cansada emocional y físicamente y no sabía si iba a tener fuerzas para aguantar una sesión con Takashi Kaito.

Apiló los libros en su escritorio, y se refugió en su butaca con la cabeza echada hacia atrás, su nuez de Adán expuesta y sus brazos en los reposabrazos. Parecía igual de cansado que yo, pero era tan enigmático que no lo supe confirmar.

—¿Señor Takashi? –no reconocí la miel dulce de mi voz, pero se incorporó para sonreírme vagamente.

—Ven aquí, Areum –palmeó su regazo, y me rodeó el estómago cuando apoyé la cabeza en su hombro. Éramos dos extraños compartiendo intimidad y calor humano, pero ninguno lo comentó.

—¿Qué vamos a hacer hoy? –noté su pecho desinflarse por la respiración pesada. Si estaba agotado no lo mostró en ningún momento.–. Estoy un poco cansada.

—En ese caso, ¿te parece que tengamos una tarde tranquila? –paseó los dedos por su collar, toqueteando el charm en forma de corazón que se escondía el hueco de mis clavículas, erizándome la piel–. Puedes continuar los deberes y yo hago papeleo, ¿te parece bien?

¿Por qué estaba siendo tan bueno?

—Sí, Señor Takashi. Eso estaría genial.

Me apoyé en el borde del escritorio para levantarme, pero sus dedos se hundieron en mi cintura al segundo.

—No te levantes –no me presionó violentamente hacia abajo como normalmente hacía, y giré la cabeza para mirarle–, puedes hacerlo en mis piernas.

¿Por qué hoy sus ojos parecían hojas otoñales y no oscuridad abismal?

Retomé mi posición sobre él, y acercó la silla al escritorio para que cada uno comenzase a trabajar. Estaba a gusto así, su pecho fuerte como respaldo, de vez en cuando su aliento chocando en mi coronilla.

Hoy los dos protagonistas masculinos de mi vida diaria parecían haber intercambio papeles.

Intentaba no moverme demasiado por las molestias que el roce provocaba en mi trasero magullado, pero Takashi se percató. Mi intención no era provocarle una erección, pero sinceramente, me dolía el culo.

—Si quieres cancelar la tarde de abstención sexual solo me lo tienes que decir –hundió la nariz en mi mandíbula, su mano en el teclado.

—Perdón, todavía me duele un poco el trasero.

No entendí el silencio a continuación, pero me dio palmaditas en las pantorrillas para que me levantase. Se pegó a mi espalda sutilmente al apartar mis libros, y me dio la vuelta para subirme al escritorio.

—Nena –me abrió las piernas para colocarse entre estas, y se apoyó a los lados de mi cadera–. Si los castigos fuesen placenteros, volverías a repetir las cosas y no habría ninguna lección aprendida. Aún así –me peinó el pelo gentil–, te excitaste el viernes, ¿crees que no me di cuenta?

—...

—No temas, nena –Takashi escondió el collar de Kohaku por dentro de mi camisa, respirando contra el cartílago–. Mientras lleves mi collar, no me enfadaré –retorció un chupetón, y arrugué la cara con la picazón–. Insisto en que el morado es tu color. ¿Quieres jugar un poco, Ari?

—¿Q-qué? –le miré desconcertada, ya que no le había dicho el apodo en ningún momento.

—Sabes...el puto Ito no es capaz de responder una simple pregunta como decirme dónde estás sin ponerme nervioso –empezó un reparto de besos por mi piel, y me mordí el labio cuando se enterró entre mis muslos.

—¿Ha ido a mi instituto, Señor Takashi? –mi cabeza se dispersó ante la necesidad que tenía de mantenerme vigilada.

—Sí, y un pajarito me ha contado que te has saltado educación física... –su voz volvió a tomar el matiz grave de la excitación, y noté cómo el bulto de su pantalón cada vez se hacía más grande–, ¿quieres que te azote otra vez o qué? –susurró indecente–. Te lo estás ganando a pulso por saltarte clases.

—He hecho novillos porque no puedo llevar bufanda en educación física... –suspiré–. No lo he podido cubrir con maquillaje.

—Solo son algunos moretones, no es nada de lo que avergonzarse como para saltarse clase –se me erectaron los pezones debido al frío repentino. Takashi me había desabrochado la blusa, y su discurso del mal me había distraído–. Nena –insistió, rodeándome la garganta como si fuera suya–, ¿te acuerdas que te dije que no me importaba que llevases el collar de tu amiguito?

Asentí.

—Pues he cambiado de opinión. No lo lleves cuando vengas a verme –me quitó el fino collar, y ni siquiera dije nada. Recordé la pequeña discusión con Kohaku y me puse mal.

Bajó los ojos oscuros a mis pechos, y se mordisqueó el labio sin pudor alguno.

—Joder, estoy más duro que una piedra, ¿sabes? –Takashi quitó el sujetador, y se me erizó la piel por el frío, por estar expuesta encima de su escritorio–. Me pone mucho saber que llevas mis marcas bajo la ropa.

Se desabrochó la bragueta del pantalón, y vi la banda de sus calzoncillos durante dos segundos antes de que liberase su miembro. Creo que notó que estaba dispersa, porque se volvió más atento.

—No pienses en él ahora, solo te pondrás más triste –me besó por primera vez en toda la tarde, sus labios algo adictivos. Me dejé llevar en su juego, para así callar el ruido mental de mi cabeza. Manoseó mis muslos en dirección ascendente, y me removí cuando me acarició.Algo duro se frotó contra mí, y apreté sus bíceps al ver que estaba frotando la punta de su miembro en mis bragas–. No voy a hacer lo que estás pensando –rompió el beso y capturó mi labio, sus dientes apretando demasiado fuerte para mi gusto. No solté sus brazos, y gemí con la estimulación en mi entrada–. Estás tan vulnerable que me está poniendo a cien, mierda...

Su mano libre cogió mi nuca, mientras que la otra deslizaba su pene por encima de mis bragas. Aquello me dejaba con ganas de más y solo aumentaba el vicio.

—Me gusta eso, Señor Takashi –rodeé sus caderas con las piernas, y le abracé los hombros como si fuera mi novio. Cerré los ojos y simplemente pensé en el morbo que me daba aquello.

Ahogó una risita en mi cuello, su aliento caliente provocándome emociones nuevas. Yo también tenía calor.

—Claro que te gusta, te encanta que te hagas cosas guarras en el uniforme –rodeé su cuello para que no se apartase, y bajé la mano por su camisa, buscando su erección–. ¿También me vas a masturbar tú, hmmn? Qué buena chica...te autofollas en ropa interior.

Mis mejillas ardieron con el apodo, y aunque no me desagradó, no quería que me viese el sonrojo.

Estaba tan duro que no me costó cogerlo, y cerré los dedos alrededor del tronco para empezar un vaivén, asegurándome de que su glande me frotase por encima de la tema. Era algo muy obsceno, pero los dos lo estábamos disfrutando como enfermos. Ya tendría tiempo para sentirme culpable por la noche.

—Señor Takashi... –estiré el cuello cerca de su cara, ansiosa por obtener más.

—Areum –grité cuando me dio un golpe en el coño con la mano abierta, y se rió–. Si quieres algo solo me lo tienes que pedir –me retorció un pezón, produciéndome un profundo calor por toda mi anatomía.

—Bésame el cuello... –le tuteé porque tanta formalidad a veces me hacía sentirme más usada, todos necesitábamos cercanía de vez en cuando.

Ciñó los dedos en mi nuca con dominancia, y aunque pareciera una escena de vampiros, me daba igual. Me gustaba que me cogiese así, que me comiera el cuello, que dejara su saliva, que se me erizasen los vellos de la piel.

—Tienes las bragas mojadísimas –la ronquez no solo apareció en su voz, sino también en sus ojos, gravemente dilatados por el deseo; no parecía algo normal el cómo me miraba como si me quisiera destrozar–. Sube los pies –me cogió los tobillos para hacerlo el mismo, dejando mis pies en el borde del escritorio y mis piernas abiertas y flexionadas–. Pfft... –gruñó cuando algo invadió mi intimidad.

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