E. M Valverde - Sugar, daddy
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—Señor Takashi –no le pude mirar de la vergüenza, e intenté hacer conversación–, ¿le ha gustado humillarme delante de su amigo? –soltó mi mano, y me sorprendí a mí misma al descubrir que comencé a trazar patrones sobre su miembro erecto, porque me daba curiosidad y también morbo.
—Siempre es divertido humillar a una sumisa –se relamió al notar el tacto de mis dedos, y tragué duro cuando los trasladó al botón metálico.
—¿Cuántas sumisas tienes? –desabroché su pantalón y bajé la cremallera de la bragueta sin saber muy bien por qué. Me había hecho chantaje y también acosado, pero aquí estaba yo a punto de chupársela, atada de una puta correa.
—No me agradan los interrogatorios, Areum –peinó mi pelo encandilado, y apretó el cuero negro con maldad, hasta que me ahogó un poco y le puse cara de pena y ojitos llorosos–. Aunque dentro de unos minutos tendrás la boca llena –apretó mis labios rechonchos con lascivia pura en su angular cara–, no te harán falta las palabras.
Ay madre, ¡que le iba a hacer una mamada!
Sin dejar de mirarme con superioridad y mofa, él mismo se acarició por encima de los calzoncillos, y aunque no lo iba a admitir jamás, su aura me pareció muy sensual.
—Un poco más y se te cae la baba, nena –me pilló infraganti mirando su paquete, y se palmeó más toscamente, cachondísimo. Se inclinó sobre mi cara y lamió mis labios como un salido mental, sin besar, solo dejando su huella en mí–. Me la vas a chupar así de bien, ¿a que sí? – lamió el cartílago de mi oreja, y me aparté brusca por lo sensible que se sintió.
Me echó hacia atrás, y liberó su miembro de los pantalones con una naturalidad difícil de ignorar. Tenía la polla tan grande como su ego, qué rabia.
—Ehm, ¿Señor Takashi...? –despegué la mirada de su miembro hinchado y rojizo, simplemente porque me entraban ganas de lamerme los labios y eso iba en contra de mis valores. Me alzó el mentón, y me sonrojé cuando empezó a masturbarse lento. Aquello fue tan estimulante, que tuve que cerrar los ojos cuando sentí una ola de calor marearme.
—Sé que esto te excita –declaró firme, observando mi boca como si me fuera a besar, tan cerca que creó una intimidad que no había y yo me lo creí–, tócame –ordenó en mi oído, rozando los labios en la piel, dándome escalofríos por la columna vertebral.
Yo misma rodeé su pene con la mano, y mi memoria recordó sola los movimientos que embelesaban a los hombres. Siseó amargo cuando pasé el índice por el glande, y entonces me hizo una extraña pregunta mientras acariciaba mi cabeza.
—Areum, creo que ya te haces una idea de que tengo un fetiche por la degradación femenina –asentí, confusa–. Dime el primer antónimo que se te venga a la mente cuando piensas en mí –decretó, su mano guiando a la mía en un vaivén mientras yo pensaba.
¿Algo contrario a Takashi, un hombre que ni me había dicho su nombre pero que me deseaba? Dominante, hiriente, estricto, formal, tétrico, sádico... Solo eran algunos sinónimos, pero no fue eso lo que me pidió.
—Azúcar –confesé repentina, moviendo los dedos por su miembro. Me cogió las mejillas con una imperiosidad nueva, como si algo hubiera cambiado. Y qué satisfecho le vi cuando no me resistí.
—Escúchame bien –empezó–, esa será tu palabra de seguridad –su pene palpitó contra su camisa, más rojo que antes–. Cuando esté haciendo algo extremo que no te guste, cuando quieras que pare, cuando sea demasiado para ti; dirás azúcar. Si no lo pronuncias claramente, continuaré follándote –dio un toque de atención en la punta de mi nariz–. ¿Entendido, nena?
—Sí, Señor Takashi.
—Pues abre la boca y chúpamela –hizo un puño en mi pelo para tener el control, y bajó mi cabeza hasta que mis labios envolvieron la punta. Salado, nada parecido al azúcar, parecía un chupachups, y al subir los ojos a los suyos, sentí un vicio que no era normal.
—Me gusta que me mires –confesó, tirando hacia sí el cinturón de mi cuello y produciéndome una arcada por la profundidad. Me dijo que usara la lengua, que la sacara, que le salivara alrededor. Me dijo que le gustaba mi boca.
Cerré los ojos cuando un líquido espeso me bañó la cara tras un rato. No dijo nada después, sus pasos moviéndose por la habitación, y miré mi blusa y falda salpicadas de blanco. ¿Qué había hecho?
—Ven que te limpie la carita –me tendió la mano, y la cogí porque estaba conmocionada y débil. Distinguí su pecho contra mi mejilla, y cerré los ojos mientras pasaba la toallita por mi cara.
—Esta semana te has portado muy bien –abrazó mi cintura, y me dio el cariño que cualquiera merecía–. El viernes te llevaré a cenar, así te conozco un poco mejor, ¿te parece?
—El viernes ya tengo planes –me bajé y recogí mis cosas cuando me sentí apagada–. Buenas noches, Señor Takashi –hice una reverencia de despedida.
—Areum –me llamó nostálgico, encendiéndose un cigarrillo–. No te quites el collar –pidió, lejano en su butaca–, prométemelo. Te castigaré, tengo cámaras vigilándote las veinticuatro horas.
Sí, sí que era tan hijo de puta como parecía.
—No me lo quitaré si usted se porta bien conmigo, Señor Takashi.
14. [cumpleaños con drama]
Jueves
Areum
Solo tenía cuatro clases al siguiente día, y toda la tarde de estudio en la biblioteca con Kohie. Me vendría genial para desconectar.
Lo que el profesor de economía decía me parecía tan aburrido que me distraje con la primera notificación del móvil.
Mamá
Hoy no tienes que ir a trabajar, el Señor Takashi me ha dicho que su hijo está de viaje de negocios
13:58
Deseé que Takashi no volviera a Tokio en una temporada.
...
—¿Acaso te pesa el culo? –Kohaku cogió mi brazo para que le siguiese el paso hacia nuestra mesa en la biblioteca.
—Mucho –dije amarga, ya que las curvas no eran algo distintivo en mi país–. ¿Estás ilusionado por lo de mañana?
—Mucho –me copió–, nada más me transfieran la herencia a la cuenta bancaria, compraré un apartamento.
—Te va a ir bien, Kohie –bajé el tacto por la manga de su sudadera azul marino, arropando su mano–. Estarás mejor lejos de tu padre.
Brillaron pequeñas estrellas en su mirada, y me dio un apretón con los dedos que no cesó hasta que nos pusimos a estudiar.
Kohaku
Llevaba ya un tiempo considerable centrado en mis apuntes, sin embargo Areum no dejaba de ojear una revista femenina.
—¿Qué estás leyendo? –me incliné sobre la página, y fruncí el ceño al ver al musculitos de turno del anuncio de perfume–. ¿Te gustan los chicos así?
Abandonó la revista para mirarme, y mordí uno de mis carrillos ansioso. Joder, ¿por qué le había preguntado eso?
—¿Cómo?
—Los modelos occidentales –cogí la revista, y tracé los marcados pómulos del hombre blanco con el pulgar–, si te gustan.
—Me conformo con que no sean estadounidenses –palpó mi brazo, y escondió una sonrisa ambigua tras las páginas de cotilleos–, además, tu bíceps está más duro.
Contuve las ganas tan fuertes de apretar a Areum entre los brazos, y simplemente me la quedé mirando como un pardillo.
—¿Me quieres ayudar con la mudanza?
—Claro, hace mucho que no visito Ikea,
...
Viernes, 00:32 a.m
Bajé del coche, y sonreí al ver a Areum esperando contra la pared de la discoteca. Llevaba un vestido blanco y con mangas de princesa, y se había rizado el largo pelo. Estaba guapísima.
También llevaba puesta una chaqueta para evitar los comentarios obscenos de algunos subnormales.
—Buenas noches –me cargué la chaqueta sobre el hombro, sintiéndome como cien modelos norteamericanos no podrían.
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