Irrupción del islam político y radical
La presencia de un islam radical en la región no constituye un fenómeno nuevo ni importado, como tampoco parece tener la exagerada importancia que la narrativa oficial le atribuye como amenaza a la seguridad interna de los países centroasiáticos. Sus raíces se remontan a las décadas de los sesenta y setenta, durante el periodo soviético, cuando el valle de Ferganá devino en el centro fundamental de la resistencia doctrinaria al islam oficial impuesto desde el Kremlin, y en campo de confrontación entre conservadores de la escuela hanafí e islamistas de orientación hanbalí y shafi’í (Peyrouse, 2007, p. 52), contradicción acentuada en los años siguientes por la perestroika, la influencia de la situación en el vecino Afganistán tras la intervención militar soviética, y la crisis final del régimen comunista. De modo que el islam político en Asia Central tuvo antecedentes propios que, en cierta forma, abonaron el terreno para el desarrollo de una corriente salafista en el periodo posterior a 1991.
Sin embargo, la delimitación del ámbito de acción del islam radical y de su peso real durante el periodo postsoviético, resultan cuestiones más difíciles de determinar por la ambigüedad en el manejo de la terminología, en buena medida influida por la perspectiva del discurso oficial dentro y fuera de la región. La tendencia a considerar cualquier acción religiosa conservadora y/o política del islam como sinónimos de islamismo (islam político) o salafismo genera una confusión que desvirtúa la relación entre religión y política en Asia Central (Heathershaw y Montgomery, 2014, p. 7). El islamismo engloba un fenómeno de naturaleza bastante heterogénea, pero la esencia de su radicalismo está determinada, en primera instancia, por su carácter regenerador y la aspiración de implantar un Estado basado en la ley islámica; y, en segunda, por los medios utilizados para su consecución, siendo el yihadismo su expresión violenta y más extremista.
Esa distinción debería dejar fuera del islamismo las manifestaciones políticas cuyo propósito no es subvertir el carácter secular del Estado, sino, en todo caso, oponerse o mostrar el descontento de ciertos grupos sociales hacia las políticas particulares de los gobiernos. El caso ya analizado del irtp en Tayikistán constituye un buen ejemplo de un tipo de relación entre islam y política que no encuadraría bien dentro del molde salafista, ya que su programa nunca tuvo un carácter abiertamente antisecular, pero sí fungió como una oposición al gobierno dentro de un esquema constitucional por más de quince años. Tampoco encajarían como acciones de un islam político o radical aquellas relacionadas con las expresiones contestarias aisladas de sectores representantes de un islam piadoso y conservador. Sin embargo, la verdadera dimensión del islam político ha sido consistentemente distorsionada por la instrumentalización de una doble asociación: entre islamización e islamismo, y entre oposición política e incremento del radicalismo islámico. Ambas inferencias son construcciones de los gobiernos autoritarios para aplastar a los oponentes políticos y posicionar la idea, dentro y fuera de sus países, de los peligros de una islamización no regulada estrictamente por el Estado. La paradoja detrás de esas asociaciones es que el islamismo ha sido, en realidad, un producto menor dentro de la tendencia general a la islamización de la sociedad, no determinada por ella y distribuida geográficamente de manera desigual, con una gran concentración en el valle de Ferganá (Idrees, 2016, p. 6), compartido por Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán, y con bases de operaciones que han estado la mayor parte del tiempo, en algunos casos, fuera del territorio de Asia Central.
Después de 1991 el ascenso del islamismo tuvo básicamente dos vertientes fundamentales de expresión; por un lado, mediante la acción expansiva de agrupaciones transnacionales partidarias de establecer un Estado islámico por medios generalmente pacíficos; y, del otro, por la aparición de organizaciones locales autónomas de corte yihadista, con una proyección más agresiva y violenta. El exponente más importante del primer tipo es la Hizb ut-Tahrir al-Islami (ht) [Partido de Liberación Islámica], organización surgida en Jerusalén oriental en 1953, que experimentó un progresivo auge en las décadas siguientes hasta convertirse en una de las agrupaciones panislamistas más populares, con varios millares de simpatizantes en diferentes partes del mundo (Karagiannis, 2010, p. 13). El programa de la ht promueve la estrategia de la “yihad previolenta” como vía para conseguir inicialmente el estado islámico por medios pacíficos a través de la incesante islamización de la sociedad (Mori y Taccetti, 2016, p. 10), aunque acepta el recurso de la yihad violenta en una etapa posterior para materializar la aspiración suprema de implantar un califato global.
Desde finales de los noventa la ht encontró un terreno fértil en Asia Central para expandir su influencia. Sin la presencia de otras grandes organizaciones islamistas competidoras, su mensaje del cambio social por medios pacíficos logró cierta resonancia en la región debido al vacío ideológico del periodo postsoviético, a las frustraciones sociales por las serias dificultades económicas y, también, por la carencia de canales para expresar el descontento hacia las políticas gubernamentales. Gracias a ello, la ht se convirtió en la principal agrupación islamista en todas las repúblicas centroasiáticas, con excepción de Turkmenistán en donde su presencia ha sido mucho menor. En Tayikistán, la ht no sólo se confrontó con las autoridades sino también pretendió erigirse en el rival ideológico del único partido religioso legalizado de la región, el irtp (Karagiannis, 2010, p. 15).
Desde sus inicios, la labor misionera y las demostraciones antigubernamentales de la ht fueron fuertemente reprimidas, especialmente en Uzbekistán, su bastión principal, lo que coadyuvó a que su actividad se moviera con más rapidez hacia los otros estados de la región. Sobre todo después de 2001, en que la organización fue proscrita en varios países occidentales, los gobiernos centroasiáticos le otorgaron el tratamiento de grupo terrorista, aunque tal percepción fuese poco compartida a nivel social por la naturaleza no violenta de sus acciones (McGlinchey, 2009). La respuesta punitiva, sin embargo, produjo dos efectos indeseables y en cierta forma contradictorios. Uno fue la escisión de grupos inconformes con la estrategia de la ht y partidarios de pasar a una acción más agresiva, los cuales formaron nuevos pequeños grupos más radicales y violentos, como el Hizb-an-Nusra y Akramiylar (Baran, 2005, pp. 47-49; Alonso, 2005). El otro fue que indirectamente contribuyó a incrementar la popularidad de ht y a llamar la atención sobre su mensaje, no ya de las capas más humildes, sino también de algunos sectores de las clases medias, lo cual contribuyó a que la agrupación islamista pudiera mantener su presencia pese a la represión, si bien su influencia, a diferencia de la narrativa oficial, difícilmente constituya una amenaza a la seguridad (Karagiannis, 2010, p. 15).
La Tablighi Jamaat (tj) es la otra organización transnacional islamista con actividad en la región. Fundada en India durante la década de 1920, la tj logró también ejercer alguna influencia por Asia Central después de 1991. Con una orientación aún más moderada, la tj rechaza la violencia como medio para establecer el estado islámico e incluso prohíbe a sus miembros el activismo político por considerarlo causa de división (fitna) entre los musulmanes. Como grupo salafista piadoso defiende el proselitismo como instrumento de regeneración del islam y vía para lograr el objetivo de un estado basado en la sharía. Para los líderes de la tj, la actividad misionera en la base, realizando proselitismo de puerta en puerta, constituye una especie de yihad pacífica encaminada a fortalecer la fe religiosa y el papel social de las mezquitas (Mori y Taccetti, 2016, p. 11). No obstante, desde la perspectiva gubernamental, esa imagen apolítica ha servido poco para librarla del estigma de ser una amenaza salafista y, por consiguiente, de la represión de las autoridades. Lejos de verla como una fuerza alternativa y de contención del islam radical, la mayoría de los políticos temen que, bajo ciertas circunstancias sociales, el proselitismo transformador de la tj pueda contribuir a la radicalización de una juventud insatisfecha, razón por la que sus actividades fueron prohibidas en todos los países de la región, excepto en Kirguistán.
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