Los combatientes centroasiáticos en Siria, tanto los veteranos de las filas del miu y la iju, como la nueva generación reclutada en la región, tendieron a formar brigadas propias de acuerdo a su adscripción étnica (jamaats), que a su vez quedaron incorporadas a formaciones yihadistas más grandes enfrentadas al régimen de Bashar al-Asad, y también entre ellas. Las de mayor notoriedad fueron el Batallón Imam Bukhari, la Katibat al Tawhid wal Jihad y la Sabri Jamaat. El primero parece haber sido organizado por viejos elementos del miu e integró a combatientes de Asia Central, sobre todo de origen uzbeco. Inicialmente subordinada aisi, después terminó uniéndose al grupo islamista rival Jabhat Fateh al-Sham, antiguo Frente Al-Nusra asociado de Al Qaeda. La segunda estuvo formada básicamente por voluntarios kirguisos y también luchó en las filas del Jabhat Fateh al-Sham. Y la tercera, compuesta principalmente de elementos tayikos y uzbecos, luchó bajo el mando de isi (Karin, 2017, pp. 23-24). Algunos de estos grupos establecieron conexiones en sus países de origen para el reclutamiento de militantes y la realización de acciones terroristas ocasionales con fines propagandísticos.
Desde el inicio los gobiernos de la región calificaron el flujo de yihadistas como una gran amenaza potencial para la seguridad de Asia Central, preocupación que aumentó tras la derrota territorial de isi a principios de 2018 y el descenso de la yihad en Siria, debido a la posibilidad de un probable retorno de los combatientes centroasiáticos a sus lugares de origen. Hasta ahora tal temor no ha estado justificado y, en opinión de algunos, el éxodo de voluntarios lejos de ser un riesgo fue realmente beneficioso para los regímenes centroasiáticos, ya que la propia historia del miu demuestra la imposibilidad de un reflujo masivo y consideran más probable que ese potencial yihadista, en vez de regresar, se relocalice en un nuevo escenario de conflicto (Lang, 2017, p. 4). El punto no deja de ser discutible, ya que también hay ejemplos de lugares donde el repunte del islamismo estuvo asociado al regreso de veteranos yihadistas, aunque ese retorno no haya ocurrido de manera inmediata y masiva. En cualquier caso, se trata de un potencial en barbecho susceptible de activarse dentro o fuera de la región, por lo que resulta también probable que el impasse del momento constituya la antesala transicional hacia un nuevo periodo en la evolución del radicalismo islámico en Asia Central.
De lo tratado en las páginas anteriores se desprenden varias ideas esenciales que conviene destacar a modo de cierre. A pesar del férreo control estatal y el efecto disolvente de la modernización secular y atea impulsada por el régimen comunista, el poder soviético no consiguió anular totalmente el peso histórico del islam en las repúblicas de Asia Central, y en cierto grado la influencia de éste se mantuvo latente a través de la tradición cultural y de la sobrevivencia de bastiones de resistencia religiosa en el valle de Ferganá, que fueron semilleros tanto de la ortodoxia hanafí no oficial como de los primeros ideólogos del salafismo islamista. La perestroika y la descomposición política del sistema crearon las condiciones para la reversión del proceso de desislamización de la sociedad en un momento de crisis de los viejos valores, situación que allanó el camino al inicio de un resurgimiento religioso que cobró especial relevancia después de la proclamación de las independencias en 1991.
La reislamización de las sociedades centroasiáticas constituyó en buena medida una respuesta espontánea y natural a la fuerte crisis de identidad que sobrevino luego de casi siete décadas de pertenencia a la urss. Si durante ese periodo la histórica y peculiar relación entre etnicidad y religión sirvió de cobijo al islam para conservar su presencia en Asia Central a través de la tradición popular, después de 1991 esa misma relación proporcionó un pilar esencial en la percepción de una identidad propia y diferenciada del pasado soviético. En consecuencia, el resurgimiento islámico en el periodo postsoviético ha estado asociado a la construcción de una nueva identidad dentro de los marcos de un estado secular y de una religiosidad cotidiana básicamente inspirada en una tradición hanafí tolerante, heterodoxa y apolítica.
Con la justificación de mantener la islamización dentro de esos límites, los gobiernos autocráticos impusieron un fuerte control sobre ella, mostrando gran desconfianza hacia el grado de raigambre social de la misma tradición que pretendía fundamentar el nuevo contenido identitario. La rigidez de la regulación estatal, más que una necesidad socialmente justificada, fue un rasgo de continuidad con el pasado que respondió a la vocación autoritaria de una élite gobernante neosoviética interesada en suprimir cualquier fuente potencial de oposición, resistencia o crítica al régimen. La construcción de un islam oficial, autoproclamado tradicional, trató de cumplir la doble función de instrumentalizar los valores religiosos con fines de legitimación política y de establecer una diferenciación con las interpretaciones y prácticas religiosas consideradas peligrosas e ilegales. El principio de libertad de credo quedó así supeditado a las necesidades reproductivas del autoritarismo político.
Por otra parte, y más allá de esa narrativa política, existe poca evidencia que demuestre la relevancia de la radicalización como tendencia subyacente al proceso general de islamización en Asia Central. La corriente salafista, en su vertiente pacífica y violenta, ha estado presente en la región y seguramente seguirá en el futuro, pero su influencia hasta ahora parece haber sido sobredimensionada en términos cuantitativos y cualitativos, especialmente como factor de amenaza a la seguridad regional. Los grupos islamistas más agresivos asociados al miu se vieron obligados a salir de Asia Central a finales de los noventa y desde entonces no hicieron más que alejarse de su región de origen. En los últimos veinte años los yihadistas centroasiáticos ganaron celebridad por su beligerancia en Afganistán, Pakistán y Siria, y también por su asociación con Al Qaeda y Estado Islámico en la perpetración de actos terroristas en diversas partes del mundo. Pero de manera particular, sus operaciones han sido poco significativas en Asia Central después de 2001, donde las acciones violentas ejecutadas representan menos de 1% de los actos terroristas registrados a nivel global. La naturaleza autoritaria y represiva de los regímenes centroasiáticos ha impedido al islamismo radical, local y transnacional, echar raíces sólidas dentro de la región, convirtiéndose más bien en un centro expulsor de militantes hacia otros lugares. Pero, por otro lado, al reprimir e imponer fuertes restricciones a la libertad religiosa, esa política también actúa como un agente promotor de la radicalización interna, creando una especie de círculo vicioso que, unido al cúmulo de frustraciones económicas y políticas, encierra ciertamente un peligro potencial para el futuro de los países de Asia Central.
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Alonso, A. (2005), “Hizb ut-Tahrir (ht) en el valle de Ferganá”, unisci Discussion Papers, núm. 9, pp. 173-193.
AsiaNews (2018), “Dusambé, 2.000 mezquitas convertidas en salas de té y centros culturales”, AsiaNews, 7 de febrero de 2018, Recuperado de: http://www.asianews.it/noticias-es/Dusamb%C3%A9,-2.000-mezquitas-convertidas-en-salas-de-t%C3%A9-y-centros-culturales-43039.html.
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