Por su parte, el poderío de las nuevas tecnologías no conoce precedentes en la historia. Es como si encontrara a la humanidad sin preparación ni recursos para controlar tanto poderío. El progreso científico y el poderío tecnológico parecen haberse vuelto autónomos o haber escapado al control humano. Científicos y técnicos se consideran sujetos del desarrollo, pero ya no están seguros de mantener el control sobre las consecuencias de sus inventos y sus experimentos. Se escucha con frecuencia este lamento: «No tenemos ética para tanta técnica». Es como si en una competición a toda velocidad la ciencia y la técnica hubieran adelantado a la ética. De esta forma la ciencia y la técnica se quedan sin dirección. Y la ética se queda sin capacidad de orientar y dirigir la historia humana.
La innata tendencia de la ciencia y la técnica hacia la desmesura hace más necesaria la ética en nuestro tiempo. Y ya no basta la mera ética personal; es necesaria la ética política y ecológica. Para potenciar esta ética es importante tomar en cuenta el terror creciente que invade a la humanidad y promover la cultura de la austeridad y la moderación. H. Jonas advierte que la renuncia a la libertad absoluta se hará necesaria en proporción al crecimiento del poder científico y tecnológico. Científicos y técnicos han de ser los primeros en el ejercicio de la autocensura en nombre de la responsabilidad.
En semejante situación las propuestas del transhumanismo plantean serias preguntas sobre el futuro de la humanidad e invitan a una seria meditación sobre el sentido y las consecuencias del actual progreso científico y del desarrollo tecnológico. Tales preguntas y tal meditación deben prestar especial atención a las cuestiones éticas. Es preciso recuperar unos valores y unos criterios éticos suficientes para orientar y mantener bajo control el acelerado y poderoso progreso científico-tecnológico.
Ante este fenómeno del desarrollo científico-técnico, en muchos científicos y técnicos e incluso en algunos representantes destacados del transhumanismo va apareciendo la preocupación por responder a tres preguntas fundamentales. En primer lugar, si todos los avances científico-técnicos que pronostica el transhumanismo a corto y medio plazo son viables. Algunos ya han dejado de pertenecer a la ciencia ficción, pero otros quizá aún pertenezcan al mundo de la ficción. Está en juego el importante asunto de la verdad. En el campo de la ciencia y de la técnica es exigencia ética no ocultar la verdad, no engañar al público. En segundo lugar, es importante plantearse la cuestión ética sobre su licitud, si verdaderamente son lícitos y justificados los proyectos científico-técnicos que ya son posibles. Están en juego valores tan importantes como la justicia, la libertad, la dignidad humana y los derechos humanos. En tercer lugar, es decisivo para científicos y técnicos adelantarse a las consecuencias de sus inventos y sus prácticas preguntándose si son verdaderamente convenientes para la mejora de la humanidad. Está en juego la sabiduría humana y en algunos casos hasta la misma supervivencia de la humanidad.
Son tres preguntas fundamentales para meditar sobre las propuestas transhumanistas: si son viables, si son lícitas y si son convenientes. No todo lo propuesto es viable. No todo lo viable es éticamente lícito, incluso aunque sea legítimo. Y no todo lo que es lícito es conveniente. Lo decía san Pablo en sus cartas ya en el siglo primero: «Todo es lícito, mas no todo es conveniente. Todo es lícito, mas no todo edifica» (1Cor 10,23). Lo subrayó con fuerza Erich Fromm en su libro La revolución de la esperanza. Hacia una tecnología humanizada , en pleno siglo XX, cuando aún no se hablaba de transhumanismo.
Es quizá este último punto el que resulta más difícil de asimilar a algunos científicos y técnicos. La curiosidad en el campo de la investigación y de la experimentación es una tentación demasiado grande para ellos. La carrera del progreso científico y técnico empuja cada vez con más fuerza hacia delante. Una vez iniciada la carrera, es muy complicado echar el freno. A la curiosidad cuasi connatural del ser humano se añade la competición. Nadie quiere quedarse atrás. Todo el mundo pretende hoy ser puntero en ciencia y tecnología. Por aquello que desde Bacon se repite sin cesar: «El conocimiento es poder». Y nadie quiere quedarse atrás en el poder. El hombre moderno renuncia con frecuencia al sentido con tal de conquistar el poder.
Pero el problema ético adquiere hoy una nueva dimensión ante las nuevas propuestas hechas por el transhumanismo. Como hemos advertido ya, no basta la ética individual, la reacción ética a nivel individual para afrontar los grandes retos que presentan las propuestas más atrevidas del transhumanismo. Un científico o un técnico puede oponerse a determinados experimentos científicos y proyectos tecnológicos aduciendo objeción de conciencia. Un médico puede oponerse a determinados experimentos y programas relativos a la salud. Pero las instituciones son más poderosas que los individuos. Los intereses de las multinacionales farmacéuticas pueden más que la ética individual de los farmacéuticos. Los intereses políticos y económicos se imponen con frecuencia sobre la conciencia individual, orillando los valores éticos. Resuena aquí la severa pregunta de E. Fromm pensando en una sociedad cuyos fines son producir y consumir: «¿Hemos de producir gente enferma para tener una economía sana?». Los experimentos científicos y las prácticas tecnológicas son hoy de tal calibre y sus consecuencias de tal trascendencia que la ética individual ya no es suficiente para gestionarlos.
Las propuestas transhumanistas están reclamando una ética política. Aquí cobra especial importancia la ética de las instituciones políticas, económicas, sociales, educativas... Los líderes de estas instituciones tienen hoy la especial responsabilidad de mantener un diálogo permanente con científicos y técnicos y un diálogo entre ellos para tomar decisiones firmes sobre lo que es lícito y lo que es conveniente para la humanidad en el ámbito de la ciencia y la tecnología. Si este diálogo ha de estar respaldado verdaderamente por una ética política, debe situarse por encima de intereses meramente económicos o de simple poder. No les resulta fácil a los líderes mundiales acudir al diálogo despojados de intereses partidistas, de criterios prioritariamente económicos o de políticas de corto alcance. Las luces cortas de los propios intereses prevalecen sobre las luces largas de la ética política.
Termina aquí esta primera meditación sobre los distintos caminos que han precedido al transhumanismo en la búsqueda de la mejora humana, sobre las propuestas de mejora humana hechas por el transhumanismo y sus consecuencias y sobre los desafíos que estas propuestas presentan a la humanidad.
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Ni tecnofilia ni tecnofobia
El punto número cinco del Manifiesto transhumanista denuncia los riesgos de la tecnofobia y de la tecnofilia. Dice así: «De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas». Son advertencias muy sensatas que invitan a adoptar una postura ecuánime y prudente sobre el progreso científico y el desarrollo tecnológico.
Ni la tecnofilia exagerada ni la tecnofobia apocalíptica son buenas para la mejora de la humanidad, que es lo que todos deseamos, transhumanistas y no transhumanistas. La tecnofilia puede convertirse en una idolatría o una fe absoluta en la ciencia y la técnica, cual si fueran la única vía de salvación para la humanidad. Paradójicamente E. Fromm considera que la fascinación por lo mecánico es una especie de necrofilia, de aprecio por la muerte. Por su parte, la tecnofobia puede convertirse en un rechazo absoluto de todo progreso científico-técnico, renunciando a mejoras legítimas, necesarias y convenientes para la humanidad. Refiriéndose concretamente a las propuestas transhumanistas, Luc Ferry cuestiona por igual el miedo apocalíptico y el optimismo exagerado. Escribe: «Hablar de la pesadilla transhumanista es tan profundamente estúpido como hablar de la salvación transhumanista».
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