Hoy corremos el riesgo de que, debido a la velocidad y la aceleración, el progreso científico-técnico se nos escape de las manos. Ya no parece estar bajo nuestro control. La revolución tecnológica avanza más deprisa que los procesos políticos. Por eso los líderes políticos van perdiendo el control sobre los adelantos científicos y técnicos. El desarrollo se está volviendo autónomo y sin freno posible. Crece la sensación de que no podemos tirar del freno porque no sabemos dónde está y porque el parón haría colapsar la economía y la misma vida social. Sucede con el progreso científico-técnico lo que ocurre con la velocidad del coche cuando ha superado nuestra capacidad de control. Esta situación es nueva en la humanidad y no sabemos bien cómo enfrentarla. El control es totalmente necesario para que cualquier adelanto científico-técnico sea un camino hacia la mejora de la humanidad y no hacia su extinción. De este riesgo son conscientes incluso muchos partidarios del transhumanismo. Por eso alguien ha llegado a afirmar en un tono un tanto apocalíptico: Delante de nosotros está la omnipotencia y bajo nuestros pies está el abismo. Necesitamos la sabiduría capaz de juzgar y decidir qué se debe hacer con el saber.
Por otra parte, el transhumanismo no solo se considera distante de la evolución natural en la búsqueda de una mejora de la humanidad. También se considera distante del que ha sido el camino más frecuentado y recorrido en la búsqueda de la mejora de las personas y de la humanidad: la educación. La educación ha sido, sin género de duda, el camino que la mayoría de las personas y de los pueblos han escogido para su mejora. Este camino de mejora humana ha tenido algunas características muy especiales y muy distintas de las que propone el camino transhumanista.
En primer lugar, hasta épocas muy recientes la educación se ha llevado a cabo en la mayoría de los pueblos con escasas herramientas. Basta recordar el aspecto de un aula, incluso universitaria, hace solo algunas décadas. Unos pupitres, unas sillas, un pizarrón, un poco de tiza y algunos libros, cuadernos y mapas. Solo los laboratorios de física, química y ciencias naturales estaban un poco más equipados. Casi todo el proceso educativo se realizaba mediante la palabra del maestro o profesor y, en menor medida, mediante la palabra del alumno. La educación tenía lugar mediante el recurso a la palabra hablada o escrita, pero siempre mediante la palabra. Con la palabra se transmitían conocimientos, valores, sentimientos. Dependiendo de la respuesta del educando al mensaje transmitido por la palabra, la educación podía recurrir también al premio o al castigo. Pero la gran herramienta para buscar la mejora de las personas a través de la educación era siempre la palabra.
El transhumanismo se distancia notablemente de la educación clásica en la búsqueda de la mejora de la humanidad. También procura esta mejora buscando un mayor conocimiento, sobre todo un conocimiento práctico y aplicado. Pero ya no es la palabra la que manda en la adquisición y transmisión del conocimiento. Es sobre todo el experimento en el laboratorio lo que hace progresar el conocimiento. En definitiva, es este conocimiento experimental el que interesa al transhumanismo y el que da lugar al progreso científicotécnico. En cierto sentido se puede afirmar que las ciencias están pasando de la mera teoría que indagaba la verdad de la naturaleza, a la práctica que ejercita el poder para transformar la naturaleza. El transhumanismo supone el tránsito del Homo Sapiens al Homo Technicus .
Si en otro tiempo la técnica era sencillamente una aplicación de conocimientos científicos previamente adquiridos, en este momento la tecnología es un factor imprescindible para el progreso del conocimiento científico. Ciencia y tecnología se han asociado para caminar casi a la par. Por eso se habla ya de la tecnociencia, esa especie de simbiosis entre la ciencia y la técnica. La ciencia necesita cada vez más de la tecnología y viceversa. Ambas caminan juntas en el éxito y en el fracaso. Pero ambas buscan la mejora de la humanidad con herramientas muy distintas de la simple palabra. Aquí radica una gran diferencia entre la tradicional educación y el moderno progreso científico-tecnológico.
Pero quizá la gran distancia entre el moderno transhumanismo y la educación tradicional radica en otro asunto de consecuencias mayores.
La educación clásica apuntaba al alma o a la mente en su intento de procurar la mejora de las personas y de la humanidad. Llámese alma, espíritu o mente, lo cierto es que la educación clásica apuntaba a la interioridad de la persona para configurarla y mejorarla. Es cierto que nunca la educación abandonó el cuidado del cuerpo y de la salud. En general, nunca faltó «la educación física». Se tenía muy en cuenta aquel ideal de salud integral que se formuló en latín: « mens sana in corpore sano» (una mente sana en un cuerpo sano). Pero la educación apuntaba al alma, al espíritu, a la mente de las personas, a la interioridad del sujeto. Educar significaba sobre todo proporcionar conocimientos para facilitar a las personas una correcta visión de la realidad. Un buen conocimiento permitiría a las personas situarse correctamente en el tiempo y en el espacio, en la realidad. Para la educación tradicional la mejora humana suponía sobre todo descubrir el sentido de las cosas, del mundo, de la vida, de los acontecimientos, de la historia.
Esta era una forma de mejorar la propia vida. Educar significaba también transmitir valores para moldear los sentimientos, los afectos, el ánimo de las personas y así garantizar su salud psíquica, el bienestar personal, la convivencia saludable. La educación tenía como objetivo irrenunciable procurar una vida virtuosa, «la vida buena» de la que hablaban ya los filósofos griegos. Educar significaba ayudar a comprender que esta «vida buena o virtuosa» es mucho más que la «buena vida». A esto se dedicaba la educación: a moldear el alma, el espíritu, la mente de las personas, de las distintas generaciones, de los pueblos... Para esa educación no había especiales implantes ni chips. Solo servía el implante de la palabra, de los buenos sentimientos, del ejemplo de aquellas personas que se convertían en modelos y referentes. La intervención en el cuerpo no iba más allá de lo que se llamaba gimnasia o ejercicio físico.
Por el contrario, el transhumanismo pretende una mejora de la humanidad tomando como base la intervención directa en el cuerpo. En el transhumanismo se privilegia el aspecto biológico sobre el aspecto cultural. La biotecnología constituye el más destacado punto de inflexión en el intento de mejora humana. En cierto sentido el cuerpo es el supuesto irrenunciable del proyecto transhumanista. Las carencias y los límites del ser humano tienen su raíz en el cuerpo, la mayor parte a causa de la herencia genética. Por eso las mejoras humanas propuestas por el transhumanismo están en su mayoría relacionadas con el sustrato corporal.
Julian Huxley utilizó ya el término «transhumanismo» a finales de los años 50 del siglo pasado, preconizando el advenimiento de un nuevo ser humano tras la posguerra. Quizá en aquel momento se pensaba preferentemente en mejoras culturales. Pero pronto el término se aplicó a mejoras del ser humano mediante nuevas tecnologías que permitirían a los seres humanos verse libres de su endémica precariedad. Pronto se fue imponiendo el lema: «La especie humana puede trascenderse a sí misma». Con este propósito fueron apareciendo nuevos avances en ingeniería genética, en neurotecnología, en nanotecnología, en criogenia... Todas estas tecnologías han dado lugar a que se hable de «antropotecnias».
Las intervenciones en el organismo humano ya no se limitan a unos trasplantes realizados para mejorar el funcionamiento del organismo biológico e incluso para garantizar la supervivencia. Los trasplantes de corazón, de riñón, de hígado... las prótesis dentales o de cadera o de brazos y de piernas... ya se realizaban antes de que se comenzara a hablar del transhumanismo. Ciertamente en los últimos tiempos trasplantes y prótesis han progresado también exponencialmente. Pero lo más característico del transhumanismo es la propuesta de unas intervenciones tecnológicas en el cuerpo humano que afecten de forma definitiva –utilizando vocabulario clásico«al alma, al espíritu, a la mente». Se trata de intervenciones sobre el organismo que aspiran a «ampliar sus capacidades mentales y físicas y a mejorar el control sobre sus propias vidas... más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas», como lo expresa el Manifiesto transhumanista .
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