Felicísimo Martínez Díez - Humanos, sencillamente humanos

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El transhumanismo es definido por sus representantes como «un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías». El transhumanismo no es solo un asunto de ciencia y tecnología, explica el autor, sino que también tiene un profundo componente ideológico, y merece ser considerado no solo desde el punto de vista de la ciencia y la técnica, sino desde la antropología filosófica y teológica, campo en el que se desarrolla este ensayo, y desde la ética. Felicísimo Martínez reflexiona en este libro sobre los límites de lo humano, las expectativas transhumanistas y un posible punto de encuentro entre ciencia y fe.

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Y no se trata solo de la selección de las especies, sino también de la selección de los individuos dentro de las especies. De modo que la evolución natural premia a las especies y a los individuos más fuertes con la supervivencia y con la adaptación a las nuevas circunstancias ambientales. Pero se trata siempre de un proceso natural, al margen de la intervención humana e incluso a veces contra ella. La intervención humana más próxima a la evolución y selección natural puede considerarse la intervención en la reproducción de las especies. Los humanos han ensayado mejorar las especies a través de la selección de individuos y el cruce para la reproducción.

La evolución tiene lugar a través de unos procesos muy lentos, apenas perceptibles en pocas generaciones. En este proceso natural de evolución y selección la especie humana parece haber sido una de las ganadoras, no por propios méritos, sino por su capacidad de adaptación a las condiciones ambientales cambiantes.

Desde una perspectiva notablemente distinta y con el propósito de armonizar evolución y fe cristiana, merece una mención especial el gran paleontólogo, filósofo y teólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Al intentar rastrear la prehistoria del transhumanismo, no pocos transhumanistas hacen referencia a Teilhard de Chardin y a su concepción de la evolución. Ya en 1955 Julian Huxley, a quien se atribuye la acuñación del término «transhumanismo», hizo un gran elogio de Teilhard al prologar su libro El fenómeno humano (1955).

La obra de Teilhard de Chardin ha sido muy discutida entre los científicos. Entre ellos ha habido fervientes defensores y críticos radicales. También ha sido discutida entre los teólogos, aunque, desde el punto de vista teológico, su doctrina ha sido cada vez más aceptada y elogiada. Teilhard es un convencido defensor de la evolución. En un tono a veces de verdadera exaltación mística describe la evolución como un proceso que va desde las partículas primordiales hacia estadios cada vez más complejos y a la vez más unificados de la naturaleza. En este proceso evolutivo constituyen estadios definitivos y verdaderos puntos de inflexión la aparición de la vida y la de la autoconciencia. Para el autor la evolución no tiene lugar por mero azar, sino que hay fines y objetivos muy concretos en la naturaleza, no siempre conocidos por el ser humano. El objetivo terminal de la evolución será la plenitud y unificación de toda la realidad en el Punto Omega. Este punto será la plenitud de la conciencia y la plena unificación de toda la realidad en Dios. Aquí adquiere la teoría evolucionista de Teilhard de Chardin el carácter de una auténtica confesión de fe y se convierte en una verdadera teología cósmica, manantial de esperanza. Nada tiene de extraño que Teilhard proclamara: «El futuro pertenece a aquellos que dan a la siguiente generación razón para la esperanza».

Más allá de las fortuitas coincidencias, el transhumanismo se distancia radicalmente de las teorías evolucionistas en la búsqueda de la mejora de la condición humana. Y se distancia sobre todo en un doble sentido.

En primer lugar, porque busca las mejoras de la condición humana, no mediante un proceso natural y al azar, sino mediante el progreso científico y técnico, racionalmente calculado y programado. Un eslogan del transhumanismo es el siguiente: «De la posibilidad a la elección» (From Chance to Choice). El transhumanismo supone un salto cualitativo con respecto a la evolución natural: es el salto desde la evolución natural hacia la evolución científico-técnica. En aquella el hombre es resultado pasivo y, en el mejor de los casos, beneficiario de la evolución; pero no se considera agente principal. En esta el ser humano es protagonista, agente principal, capaz de dirigir la evolución hacia unas mejoras previamente señaladas y programadas. El progreso científico-tecnológico apenas tiene nada de natural. Es esencialmente manipulación de la naturaleza. Esto supone una notable diferencia entre las teorías evolucionistas y el transhumanismo. En el transhumanismo el ser humano ha pasado a tomar la evolución en sus manos, gracias al desarrollo de la ciencia y al progreso de la tecnología.

En la evolución natural hay un punto de inflexión: la aparición de la conciencia. Cuando Teilhard de Chardin habla de la «noosfera», está hablando de un momento decisivo de la evolución, ese momento en el cual la evolución lleva la materia a un alto nivel de complejidad y de conciencia. La presencia de la conciencia en el proceso evolutivo permite a los seres humanos tomar hasta cierto punto en sus manos la orientación de la evolución. También este estadio de la conciencia sigue un proceso evolutivo. Se va desarrollando la inteligencia teórica que permite interpretar el sentido y el destino de la realidad y de la historia. Y le sigue cada vez más una inteligencia práctica que permite a los seres humanos actuar sobre la evolución natural. La inteligencia práctica otorga a los seres humanos una cierta capacidad para transformar la realidad y conducir la historia. Quizá hay que buscar aquí el punto de encuentro entre la ciencia y la técnica.

La inteligencia y la conciencia constituyen un núcleo específico de la identidad humana. En la teología cristiana son consideradas y valoradas como «una participación de la luz divina», «una centella de luz desprendida de la sabiduría divina».

Esta evolución de la conciencia y la inteligencia evoca de alguna forma la famosa ley de los tres estadios del filósofo positivista Auguste Comte. Según este autor, la conciencia y la inteligencia han conducido el conocimiento o los conocimientos humanos a través de tres estadios: el estadio teológico, el estadio metafísico y el estadio científico-positivo. El estadio teológico es el estadio de las explicaciones míticas y religiosas. Se explica la realidad y la historia acudiendo a seres sobrenaturales: dioses, ángeles y demonios. Aquí se han de situar las mitologías de la antigüedad y las teologías de ayer y de hoy. El estadio metafísico es el estadio de las explicaciones racionales. Se explica la realidad y la historia apelando a grandes principios y, sobre todo, al principio de causalidad. Aquí se han de situar los grandes sistemas filosóficos que van desde la antigüedad hasta la actualidad. El estadio positivo-científico es el estadio de las explicaciones científico-técnicas. Se explica la realidad y la historia mediante leyes descubiertas empíricamente y aplicadas técnicamente. Aquí se han de situar las grandes teorías científicas y las técnicas que se han desarrollado especialmente a partir del Renacimiento.

De entrada, los transhumanistas se identifican sobre todo con este tercer estadio, puesto que la base del transhumanismo es el progreso científico y tecnológico. Es precisamente este progreso el que permitirá a la humanidad tomar definitivamente en sus manos las riendas de la evolución. Pero asociar el transhumanismo con el tercer estadio descrito por Auguste Comte sería rebajar demasiado los logros y las perspectivas transhumanistas. El transhumanismo supone otro punto de inflexión en la evolución que va mucho más allá del tercer estadio soñado por Comte. Ese punto de inflexión es lo que algunos transhumanistas han llamado «la singularidad tecnológica».

La «singularidad tecnológica» quiere reflejar lo más singular, lo más nuevo, lo más decisivo del transhumanismo. Los nombres más asociados con este tema de la singularidad tecnológica son J. von Neumann, R. Kurzweil, I. J. Good, V. Vigne... Designan singularidad tecnológica a ese momento del desarrollo científico-técnico en el cual tendrá lugar una especie de «explosión de la inteligencia». La combinación de progreso científico y desarrollo tecnológico permitirá crear una inteligencia sobrehumana, mucho más poderosa que la inteligencia humana, una superinteligencia capaz de automejora sin intervención humana. La singularidad supondrá el advenimiento de máquinas inteligentes, autónomas, autoconscientes, capaces de reproducirse a sí mismas. Al hablar de la singularidad en este sentido es casi obligado relacionarla con el trascendental fenómeno de la «inteligencia artificial».

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