José Miguel Cejas - Cara y cruz

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¿Fue la vida de Josemaría Escrivá una vida de éxito o de fracaso? Desde esa clave paradójica, José Miguel Cejas, escritor y periodista, analiza la existencia y el mensaje de este sacerdote canonizado por san Juan Pablo II en 2002, conocido en los cinco continentes por ser el fundador del Opus Dei, por sus libros de espiritualidad y por las numerosas iniciativas que impulsó. El resultado es una semblanza amena y documentada, apoyada en numerosos testimonios, recuerdos, fuentes directas y experiencias personales tanto del autor como de otras personas, que muestra la cara y la cruz de san Josemaría, analiza sus virtudes y sus defectos y se detiene en sus respuestas al drama de la pobreza que sufren millones de personas en todo el mundo. El libro se completa con una historia del Opus Dei tras el fallecimiento de su fundador, algunos escritos suyos y un artículo sobre la Prelatura del Opus Dei.

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Escribiría tiempo después:

En esa tarea profesional vuestra, hecha cara a Dios, se pondrán en juego la fe, la esperanza y la caridad. Sus incidencias, las relaciones y problemas que trae consigo vuestra labor, alimentarán vuestra oración. El esfuerzo para sacar adelante la propia ocupación ordinaria será ocasión de vivir esa Cruz que es esencial para el cristiano. La experiencia de vuestra debilidad, los fracasos que existen siempre en todo esfuerzo humano os darán más realismo, más humildad, más comprensión con los demás. Los éxitos y las alegrías os invitarán a dar gracias, y a pensar que no vivís para vosotros mismos, sino para el servicio de los demás y de Dios 29.

Algunos le dijeron abiertamente: «Josemaría: eres un soñador» (por no decirle quizá, de forma cruda, lo que pensaban en su interior : eres un ingenuo ). Otros, cuando le oían hablar de aquello , esperaban que unos cuantos años más de experiencia vital le pusieran los pies en el suelo y le devolvieran a la realidad . Ignoro qué proyectos han llevado a cabo esos realistas en el ámbito de la Iglesia o de las realizaciones humanas. Posiblemente les faltaba fe y sufrían lo que el Papa Francisco denominaría, un siglo después, cierto «exceso de diagnóstico» 30.

Aquel «soñador» tuvo que enfrentarse con una mentalidad inmovilista y exageradamente tradicionalista, que llevaba a muchos sacerdotes, en opinión de Redondo, al integrismo. Muchos pensaban que no era necesario cambiar nada, ni en lo social, ni en lo espiritual.

Se entendía que a partir de la fe única e invariable las soluciones culturales –las soluciones temporales de cualquier tipo– eran igualmente únicas e invariables, no parecía urgente intentar conocer otras cosas, pues se entendía que ya se conocía todo: solo era necesario escribir libros piadosos, lo cual, desde la visión tradicionalista, era la actividad espiritual que exclusivamente se necesitaba 31.

Para hacerse comprender, Escrivá fue buscando, con el paso de los años, explicaciones adecuadas a la mentalidad de sus oyentes. Se trataba de seguir los pasos de los primeros discípulos de Jesús –les decía–, que vivían y trabajaban en las profesiones más dispares y anunciaron a Cristo en los ambientes más diversos; era cuestión de «ser contemplativos en medio del mundo»; de «hacer el trabajo de Marta con el espíritu de María» 32; de seguir los pasos de Jesús, María y José en la vida cotidiana...

Un amigo suyo, José Romeo, al que conocía de sus años de Zaragoza, le presentó a Pedro Rocamora, que recordaba las conversaciones que tuvo con Josemaría sentados junto a un quiosco de la Castellana. Era un sacerdote joven –escribió años después– «de una simpatía arrolladora que se sumaba a algo más profundo: era imposible conocerle y no sentirse atraído por el influjo de su espíritu» 33.

Durante aquellos paseos por la Castellana, Escrivá le iba leyendo, en un clima de confidencia, algunos de los pensamientos que había anotado en su cuaderno. A Rocamora le parecían solo hermosas quimeras.

Su reacción refleja la actitud de muchas personas con las que Escrivá conversó durante aquel tiempo:

Reconozco que a mí me parecieron ideas demasiado ambiciosas. El Padre las formulaba con una sencillez y una seguridad que asombraban. [...] Me parecía casi imposible que las ideas de aquel sacerdote aragonés, a pesar de su bondad y de su virtud, pudieran un día realizarse. [...] Había asumido tal empresa como el que sabe que tiene que cumplir una especie de sino determinado en su vida. Y el Padre –todos lo veíamos– no tenía ningún apoyo humano, ni ningún poder. [...]

—Pero, ¿tú crees que eso es posible? –le decía yo.

Y él me contestaba:

—Mira, esto no es una invención mía: es una voz de Dios.

Y, fiel a esa voz, aquel sacerdote, pobre, humilde, sencillo y desconocido se entregaba con su alma y con su vida a un empeño gigantesco, alentado solo por una fuerza sobrenatural que le impulsaba poderosamente 34.

A esta falta de comprensión se unía –junto con la precariedad de su situación en Madrid y los agobiantes problemas económicos– otra dificultad: Escrivá no tenía nadie que le acompañara espiritualmente, nadie a quien abrir el alma y comunicar, en un ámbito de intimidad y confianza sacerdotal 35, lo que Dios le había pedido.

VII

Primeros pasos (1929)

23 de enero de 1929. Mercedes

Entre las Damas Apostólicas que trató Escrivá durante sus primeros años en Madrid hubo una –Mercedes Reyna 1que falleció santamente el 23 de enero de 1929, dejándole una profunda huella espiritual.

Una religiosa, Amparo Muñoz, recuerda que Escrivá asistió:

Con absoluta devoción, a los últimos momentos de aquella mujer cuya entrega total al sufrimiento y al amor de Dios no dudó ni un instante [...]. Tuvo siempre conciencia de la santidad de esta mujer y la ayudó intensamente en su búsqueda de Dios. La entendió en el profundo silencio de su entrega, en la mortificación constante, en la humildad, en la unión con su amor crucificado. La entendió a pesar de lo original de su forma; a pesar de que el ánimo de don Josemaría barruntaba una entrega a Dios por caminos diferentes. La entendió con la apertura de los que saben distinguir la Presencia de Dios en un alma por encima de todos los matices 2.

Anotó Escrivá en sus apuntes personales: «Recuerdo, a veces con cierto temor por si fue tentar a Dios u orgullo, que, estando moribunda Mercedes Reyna [...], sin haberlo pensado de antemano, se me ocurrió pedirle, como lo hice, lo siguiente: Mercedes, pida al Señor, desde el cielo, que si no he de ser un sacerdote, no bueno, ¡santo!, se me lleve joven, cuanto antes» 3.

«Durante algún tiempo –sigue contando Muñoz–, don Josemaría tuvo en su poder el libro de Mercedes Reyna, aquel pequeño cuaderno en el que anotaba sus intuiciones de Dios, su silencio y su entrega. Posteriormente me lo dio a mí, por considerar justo que estas notas de un alma elegida quedaran dentro de nuestra Comunidad» 4.

Una muestra de la devoción privada de Escrivá hacia esta religiosa es que, además de conservar su cinturón como reliquia –que a veces mostraba a los enfermos–, desde el 31 de julio al 8 de agosto de aquel año, acudió al cementerio para rezar el Rosario, de rodillas, ante su tumba, y pedirle que intercediera ante Dios por sus intenciones.

* * *

Durante aquel año su vida transcurrió como de costumbre, volcado en la atención de personas pobres y enfermas. Solo hubo un cambio exterior: el 4 de septiembre los Escrivá se trasladaron desde el piso de Fernando el Católico a una vivienda destinada al capellán del Patronato, en la calle José Marañón. La casa estaba pensada para que residiera una sola persona y pasaron bastantes estrechuras, pero se compensaban con el desahogo económico de no tener que pagar un alquiler.

14 de febrero de 1930. Las mujeres

El mensaje que Escrivá había recibido el 2 de octubre de 1928 iba dirigido a todos los cristianos (y, en general, a todas las personas de buena voluntad, sean cuales sean sus creencias) y requería que hubiese personas que se entregaran plenamente al servicio de Dios, santificando su trabajo profesional y sus circunstancias personales, para difundirlo por el mundo.

Durante un breve periodo inicial –dieciséis meses y dos semanas, en concreto– Escrivá pensaba únicamente en varones. Vendrían muchos –cientos, miles– con el paso de los siglos, estaba convencido; aunque en aquellos momentos aquel empeño evangelizador contaba solo con uno: él.

* * *

Luz Rodríguez-Casanova le había pedido que, además del trabajo que desempeñaba como capellán del Patronato, atendiera espiritualmente a su madre, una mujer anciana que se estaba quedando ciega. Residía en el nº 1 de la calle Alcalá Galiano y su casa disponía de oratorio 5.

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