«Nosotras, mujeres del mundo entero, llamadas por la naturaleza a dar la vida, protegerla y alimentarla, no podemos aceptar por más tiempo que las fronteras del hambre se inscriban en nuestro globo con trazos de muerte.
Mujeres católicas, llamadas por Jesucristo para dar testimonio de un amor universal y efectivo por la familia humana, no podemos resignarnos al hecho de que la mitad de la humanidad sufra hambre.
No queremos que se den soluciones perezosas y criminales a este trágico problema: la guerra, la limitación de la natalidad, son soluciones falsas, soluciones ineficaces, soluciones de muerte.
Sabemos, y queremos que se sepa, que existen soluciones de vida, y que, si la conciencia mundial reacciona, dentro de algunas generaciones las fronteras de hambre habrán desaparecido.
Es una certeza apoyada en estudios científicos y consolidada por el hecho de que las Instituciones internacionales, oficiales y privadas, tales como la Asistencia Técnica de las Naciones Unidas, la Organización para la Alimentación y la Agricultura, así como diversos organismos para migraciones, están en pie de obra.
Ciertamente que la tarea es gigantesca, pero las posibilidades técnicas de nuestra época están a su altura.
Ciertamente que ella requiere los poderosos medios de acción que poseen los Gobiernos y la coordinación de estos medios de acción a plan internacional.
Pero, la acción, para ser eficaz, debe ser amplia y rápida, y no puede serlo sin el extremo apoyo de la opinión mundial: esta la tenemos en nuestras manos en gran parte.
Mujeres de sesenta países, agrupadas en número de treinta y seis millones en la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, nosotras disponemos, con los millones de ejemplares de nuestros Boletines Nacionales, de un instrumento único de penetración en los innumerables hogares del mundo entero. Llevaremos también el problema a la gran prensa, capaz de presentar a sus lectores las tareas esenciales de nuestro tiempo. Nos dirigimos, con el mismo objeto, a los responsables del cine, de la radio, de la televisión.
A todos estos grandes medios de información pediremos que abran en el espíritu de los hombres el camino hacia una economía de las necesidades, en lugar de la reinante economía de la pura ganancia.
Apoyaremos los esfuerzos de las instituciones privadas y oficiales que insistan en resolver el problema de manera positiva y conforme a los postulados de la conciencia humana y cristiana.
Daremos a conocer los progresos de la ciencia, que, utilizada con fines pacíficos según los fines del Creador, pueden elevar rápidamente el nivel de vida humana. Intensificaremos nuestra ayuda a los servicios de migración.
A través de nuestros organismos y asociaciones, en mayor escala aún, daremos impulso a la enseñanza casera y a la economía doméstica, sabiendo que una de las llaves del problema se halla en la utilización más racional de todos los recursos alimenticios de que dispone la mujer en todos los hogares del mundo.
Recordemos a los pueblos más favorecidos el deber que tienen de vivir más sobriamente.
En fin, con otros sostendremos las “empresas piloto” cuya realización está ya en estudio.
Nuestro Congreso Mundial de Roma, en abril de 1956, será el punto de partida de una acción en gran escala. Desde ahora realizaremos los estudios preparatorios.
Un solo obstáculo en la lucha contra el hambre sería insuperable: creer la victoria imposible.
Ahora bien, todas unidas y en conexión con todos aquellos que se consagran a la misma tarea, podemos mucho más de lo que creemos. No se necesita más para acometer la empresa.
Declaramos la guerra al hambre».
Todo esto se decía en 1955 cuando parecía que el mundo había aceptado la existencia del hambre como un mal inevitable y cuando ni siquiera la FAO había iniciado todavía su campaña contra el hambre que dio comienzo el año 1960.
El Manifiesto, traducido al francés, al inglés, al alemán y al español, fue enviado a 37 agencias de prensa y radio de 21 países.
Enseguida empezaron a realizar sus campañas nacionales las mujeres católicas de diferentes países: todas pedían la celebración de un día de ayuno voluntario, como signo de solidaridad con los hambrientos y organizaban una colecta con cuyo importe costearían proyectos piloto en diferentes puntos del Tercer Mundo.
Todas hablaban de las tres hambres que aquejan a la humanidad: hambre de pan, hambre de cultura, hambre de Dios.
En 1957 se celebró en Roma el Congreso de la UMOFC, y con ese motivo, se realizó una reunión oficial en la sede de la FAO, en presencia de mister Sen, su presidente en aquel momento.
Una de las más llamativas propuestas de ese manifiesto es la afirmación de que «se puede acabar con el hambre, si hay voluntad de hacerlo». Y también, «la más importante dificultad para acabar con el hambre en el mundo es creer que no se puede lograr».
Las Mujeres de Acción Católica iniciaron la campaña en España en 1959, en colaboración con Cáritas. Sus objetivos eran dos 6: en primer lugar, «es preciso y urgente crear una opinión pública de repulsa contra una situación de injusticia: no es posible tolerar que millones de hermanos nuestros sufran hambre y necesidades, mientras existen grandes tierras sin cultivar y mientras otras personas desperdician sus alimentos»; en segundo lugar, «colaboraremos con los organismos gubernamentales de todos los países que se ocupan del problema, para que este deje de existir lo más pronto posible».
Son los años del desarrollismo: el optimismo oficial ayuda a que España se incorpore a una Campaña contra el hambre, dirigida a los países del Tercer Mundo, marcando, pues, distancias con ellos. Pero la argumentación interpelaba también muy directamente a las circunstancias que estaban viviendo millones de españoles que debían emigrar a Europa para conseguir escapar de condiciones de miseria. Y otra circunstancia que no podemos olvidar es que en el año 1959 había sido elegido papa monseñor Ángel Roncalli, Juan XXIII. El muy diferente estilo de preocupaciones se advierte en este papado desde muy pronto. En un folleto de Mary Salas 7, aparecen dos citas suyas: «Es preciso que las riquezas que se obtienen de la tierra se pongan, según exigen los mandamientos de Dios y la justicia, a disposición de todos». «Es preciso que se mejore la distribución de los bienes terrenos, que se rompan las barreras del egoísmo, del interés...». No estamos, pues, ante una motivación exclusiva de caridad cristiana, sino, más bien al contrario, la justicia es el argumento principal aducido, tanto desde la organización internacional como en la campaña nacional.
La campaña iba dirigida muy directamente a las amas de casa: «Formaremos generaciones de mujeres que sean buenas productoras y buenas consumidoras», se dice en el número de la revista Senda ya citado. Apelan a las responsabilidades de las mujeres, y resaltan el valor de sus decisiones: «Las amas de casa son también productoras muchas veces y en este terreno es preciso también una educación», dice Carmen Wirth, delegada en España de la UMOFC, y cuando la periodista, Mary Salas, pregunta con escepticismo: «Perdona Carmen, pero en España no creo...», la respuesta es contundente: «En España también. Nuestras pequeñas industrias agrícolas están en manos de mujeres generalmente: el ganado doméstico, la avicultura... Es necesario producir racionalmente» 8. Se trata, pues, de una directa alusión a los Centros de Formación Familiar y Social mencionados más arriba. La entrevista acaba con una advertencia muy clara: «No podemos olvidar a Egipto o a la India... pero tampoco podemos pasar indiferentes al lado de miserias muy cercanas para no ver más que las que están lejos. Debemos preocuparnos por todos los hombres».
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