Harold Pinter - El conserje

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Aston.-Me dejaré caer por allí algún día y lo recogeré todo. (Aston vuelve a su cama y empieza a acoplar el enchufe a la tostadora.)

Davies.-De todas maneras, le estoy agradecido por haberme dejado…, por haberme dejado descansar un poquito, eso es…, unos minutos. (Mira a su alrededor.) ¿Es este su cuarto?

Aston.-Sí.

Davies.-Tiene usted una buena cantidad de cosas, ¿eh?

Aston.-Sí.

Davies.-Debe de valer sus buenos chelines esto…, todo junto. (Pausa.) Para dar y vender.

Aston.-Hay una buena cantidad de cosas, sí, señor.

Davies.-¿Duerme usted aquí?

Aston.-Sí.

Davies.-¿Dónde? ¿Ahí?

Aston.-Sí.

Davies.-Estará usted bien resguardado de las corrientes aquí, ya lo creo.

Aston.-No, no hace mucho viento.

Davies.-Debe de estar bien resguardado. Otra cosa es cuando hay que dormir al relente.

Aston.-Claro.

Davies.-Nada más que viento en el relente. (Pausa.)

Aston.-Sí, cuando el viento se levanta… (Pausa.)

Davies.-Sí…

Aston.-¡Hummmm!… (Pausa.)

Davies.-Corrientes por todas partes.

Aston.-¡Ah!

Davies.-Yo soy muy sensible a las corrientes.

Aston.-¿De veras?

Davies.-Lo he sido siempre. (Pausa.) Tiene usted más cuartos, ¿no?

Aston.-¿Dónde?

Davies.-Quiero decir ahí, en el rellano…, en el rellano ese…

Aston.-Están inservibles.

Davies.-No me diga.

Aston.-Hay que hacer muchas cosas en ellos. (Ligera pausa.)

Davies.-Y abajo, ¿qué?

Aston.-Eso está condenado. Hay que mirarlo… Los suelos… (Pausa.)

Davies.-Tuve suerte que entrara usted en aquel café. A estas horas aquel cabrito de escocés ya habría dado cuenta de mí. Más de una vez se me ha dejado por muerto. (Pausa.) Al venir noté que en la casa de al lado vive alguien.

Aston.-¿Qué?

Davies.- (Gesticulando.) Que al venir noté…

Aston.-Sí. En toda la calle vive gente.

Davies.-Sí. Al venir noté que las cortinas de la casa de al lado estaban corridas.

Aston.-Son los vecinos. (Pausa.)

Davies.-Entonces esta casa es de usted, ¿no? (Pausa.)

Aston.-La tengo a mi cargo.

Davies.-Es usted el propietario, ¿no? (Se lleva la pipa a la boca y chupa de ella sin encenderla.) Sí, al venir noté que las pesadas cortinas de la casa de al lado estaban corridas. Noté que unas grandes y pesadas cortinas cerraban la ventana. Pensé que allí debía de vivir alguien.

Aston.-Ahí vive una familia de indios.

Davies.-¿Negros?

Aston.-Apenas los veo.

Davies.-Conque negros, ¿eh? (Se levanta y se mueve por la escena.) Pues sí, tiene usted aquí unos cuantos chismes, le digo a usted que sí. A mí no me gustan los cuartos desnudos. (Aston se reúne con Davies en el centro de la escena, sector anterior.) Voy a decirle algo, compadre. Esto… ¿No tendría usted por un casual un par de zapatos que le sobren?

Aston.-¿Zapatos? (Aston se dirige hacia el fondo derecha.)

Davies.-Esos cabritos del convento me han dejado en la estacada otra vez.

Aston.- (Yendo hacia su cama.) ¿Dónde?

Davies.-Allá abajo, en Luton. El convento de Luton… Tengo un compadre en Shepherd's Bush, sabe usted…

Aston.- (Mirando debajo de la cama.) Me parece que tengo un par.

Davies.-Tengo un compadre en Shepherd's Bush. En los urinarios. Bueno, estaba en los urinarios. Estaba encargado de los mejores urinarios del distrito. (Observa a Aston.) Los mejores. Siempre me deslizaba un poco de jabón, cada vez que entraba allí. Un jabón muy bueno. Tienen que tener el mejor jabón. Yo nunca estaba sin una pastilla de jabón cuando daba la casualidad de que me estaba pateando la zona de Shepherd's Bush.

Aston.- (Saliendo de debajo de la cama con los zapatos.) Un par marrones.

Davies.-Ahora ya no está. Se marchó. Fue el que me llevó al convento. Exactamente al otro lado de Luton. Había oído decir que daban zapatos.

Aston.-Tiene usted que tener un buen par de zapatos.

Davies.-¿Zapatos, dice? Cuestión de vida o muerte para mí. Tuve que ir todo el camino hasta Luton con estos que llevo.

Aston.-¿Qué pasó, pues, cuando llegó allí? (Pausa.)

Davies.-En Acton conocí una vez a un zapatero. Era un buen compadre. (Pausa.) ¿Sabe usted lo que me dijo el cabrito del fraile? (Pausa.) Bueno; entonces, ¿cuántos más negros tiene usted por los alrededores?

Aston.-¿Qué?

Davies.-¿Tiene usted más negros por los alrededores?

Aston.- (Mostrándole los zapatos.) Vea si sirven estos.

Davies.-¿Sabe lo que me dijo aquel cabrito de fraile? (Mira los zapatos.) Me parece que son un poco pequeños.

Aston.-¿Usted cree?

Davies.-No, no parece que sean de mi medida.

Aston.-Ya irán cediendo.

Davies.-No puedo soportar los zapatos que no me sientan bien. No hay nada peor. Le dije a aquel fraile: «¡Eh!, oiga-le dije-, oiga usted, señor-abrió la puerta, una puerta grande, la abrió y…-, oiga usted, señor-le dije-, he venido todo el camino hasta aquí, mire-le dije, y le enseñé estos; le dije-, no tiene usted un par de zapatos, ¿no?, un par de zapatos-dije-, sólo para poder seguir andando. Mire estos, están casi liquidados-le dije-; ya no me sirven para nada. He oído decir que ustedes tienen aquí una partida de zapatos.» «Váyase a hacer puñetas», me dijo. «¡Eh!, oiga, oiga-le dije-, que soy un viejo; no tiene derecho a hablarme así; no me importa quien sea usted.» «Si no se va usted a hacer puñetas-me dijo-, le voy a dar de patadas hasta la puerta.» «¡Eh!, oiga, oiga-le dije-, un momento; todo lo que le pido es un par de zapatos; no sé por qué ha de tomarse libertades conmigo; me ha costado tres días venir hasta aquí-le dije-, tres días sin probar bocado, y me parece que tengo derecho a comer algo, ¿no?» «A la vuelta de la esquina están las cocinas-me dijo-, ahí a la vuelta; y cuando le hayan dado la comida, largo de aquí, a hacer puñetas.» Fui a la cocina, ¿sabe usted? ¡Menuda comida me dieron! Un pájaro, puede usted creerme, un pajarillo chiquitín podía habérselo comido en menos de dos minutos. «Hala-me dijeron-, ya le hemos dado su comida; conque largo de aquí.» «¿Comida?-dije-. ¿Quién cree que soy? ¿Un perro? ¿Nada más que un perro? ¿Quién cree que soy? ¿Una alimaña? Y qué hay de los zapatos que he venido a buscar desde tan lejos, que me han dicho que ustedes daban, ¿eh? Lo que voy a hacer es denunciarles a la madre superiora.» Uno de ellos, un gamberro irlandés, vino derecho hacia mí. Me di el bote. Atajé hacia Watford y allí pesqué un par. En la North Circular, apenas pasado Hendon, se me cayeron las suelas mientras iba andando. Menos mal que me había llevado envueltos los viejos, que si no, allí termino, muchacho. Así es que he tenido que seguir con estos, ¿sabe usted?, pero están acabados, no sirven para nada; todo lo bueno que tenían, ya nada.

Aston.-Pruébese estos. (Davies toma los zapatos, se saca las sandalias y se los pone.)

Davies.-No están mal este par de zapatos. (Camina con ellos puestos por el aposento.) Son fuertes, sí, señor. No están nada mal. Este cuero es resistente, ¿eh? Muy resistente. El otro día un fulano quiso endosarme unos de ante. Ni hablar. No hay nada como el cuero para el calzado. El ante se desgasta, se ensucia, en cinco minutos queda hecho una porquería para toda la vida. No hay nada como el cuero. Sí. Buenos zapatos estos.

Aston.-Estupendo.

Davies.-Pero no me sientan bien.

Aston.-¿No?

Davies.-No. Yo tengo un pie muy ancho.

Aston.-¡Hummmm!…

Davies.-Estos son demasiado puntiagudos, ¿sabe usted?

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