Julián Marías - Idea De La Metafísica
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La actitud antimetafísica no pertenece al pasado. Las direcciones "cientificistas" del pensamiento actual, sobre todo el empirismo lógico, niegan la posibilidad de la metafísica. Su punto de vista se enlaza con el de Comte y se concentra en el análisis lógico del lenguaje. Para los más extremados empiristas, los enunciados metafísicos, simplemente, no tienen sentido; ésta es la última forma, la más radical, del movimiento cuyas etapas hemos visto.
V LA "VUELTA A LA METAFÍSICA"
Lα metafísica se convierte en el siglo XIX en una "cuestión disputada"; los que la niegan, como los positivistas, la hacen: cuando afirman que la realidad son los hechos sensibles, están haciendo una metafísica, y, lo que es más grave, sin saberlo; es decir, irresponsablemente, confundiendo una interpretación con la realidad misma. La actitud de Comte estaba justificada por los excesos de la especulación idealista en el primer tercio del siglo, por el espíritu de sistema y la idea de la filosofía como un pensamiento constructivo; la voluntad de atenerse a la realidad de las cosas, sin añadir construcciones mentales, era legítima; pero lo que no lo era tanto era la identificación de lo real con lo dado, y de lo dado con lo que se da en la experiencia sensible. Al advertirse lo que esto tiene de excesivo y apresurado, se inicia una reacción contra el kantismo y el positivismo, y con ello una "vuelta a la metafísica".
A las revoluciones suele seguir un "espíritu de restauración"; a la revolución copernicana de Kant sucedió también una actitud análoga, con el supuesto habitual: "aquí no ha pasado nada". No se puede olvidar que buena parte de los movimientos filosóficos que proponen el regreso a la metafísica se basan en la pura y simple omisión del kantismo, de sus antecedentes -filosofía inglesa- y de sus consecuencias positivistas. De esto se resienten incluso muchas tendencias actuales. Pero necesito aclarar que al decir esto no echo de menos que la filosofía actual sea más kantiana o positivista de lo que es, sino justamente al contrario: encuentro que lo es demasiado, porque no lo ha sido eficazmente; en la medida en que un pensamiento es, por ejemplo, "prekantiano", está expuesto a ser kantiano, a reincidir en ese punto de vista y, por consiguiente, a que su evidente justificación parcial lo lleve a lo que tenía también de error, hoy arcaico y superado.
No olvidemos que la variación histórica de una doctrina depende en gran parte de la atención concentrada sobre sus temas. Los problemas se descubren o se abandonan, y esto no tanto porque un día queden resueltos, sino porque se desvanece su problematicidad, porque el hombre deja de sentirse obligado a preguntarse por ellos, a saber a qué atenerse respecto a su contenido. La historia de la filosofía está condicionada por la historia de lo que pudiéramos llamar el horizonte de la problematicidad. La pérdida de la metafísica en los siglos XVIII y XIX tuvo como origen principal el cambio de dirección de la atención, la preocupación primaria por los problemas del origen de las ideas, el conocimiento y las ciencias de la naturaleza. El hecho de que ciertos grupos intelectuales mantuviesen el interés por los temas preteridos fue una de las causas que hicieron posible el regreso a la metafísica. Me refiero a los teólogos, y muy especialmente a los católicos. Aunque la especulación metafísica después de Suárez decae rápidamente y carece de impulso creador, queda sin embargo "conservada". El intento, tan pro-metedor, de una teología moderna, en cierta medida cartesiana, a fines del siglo XVII – Bossuet, Fénelon, etc.-, en que se enlaza la tradición agustiniana y escolástica con el pensamiento de Descartes y de Leibniz, queda pronto interrumpido, por razones complejas. Pero, en todo caso, el cultivo de la teología, aun en sus formas menos vivaces, mantiene el contacto con los grandes metafísicos; y así se encuentran entre los eclesiásticos católicos los primeros gérmenes de la restauración del pensamiento metafísico: Bolzano, Ros-mini, Gioberti, Gratry, Brentano y, por supuesto, los que en las mismas fechas o un poco posteriores inician el movimiento neotomista -Liberatore, Sanseverino, Kleutgen-.
En varias direcciones vuelve a su actualidad la metafísica y recobra la vigencia, que había perdido. No se olvide, sin embargo, que este proceso es lento y no sin resistencias. La mayor parte de los pensadores de la segunda mitad del siglo XIX y aun de los primeros decenios del nuestro están sumergidos en la vigencia antimetafísica; esto llega hasta Dilthey y Husserl: recuérdese con cuánta suspicacia y aun hostilidad acogió éste las derivaciones metafísicas de la fenomenología; análogas restricciones se encuentran en Bergson. Pero desde fines del siglo pasado se quebranta la universal creencia de que la metafísica es un imposible anacronismo, y se logra un ámbito en el cual va a poder germinar de nuevo. Insisto en este aspecto negativo porque es esencial: no se trata tanto de que en cierta fecha se plantee de nuevo y por razones suficientes el problema metafísico, como del hecho de que la actitud antimetafísica resulta discutible e insuficientemente justificada. La última inconsecuencia del positivismo fue un factor decisivo; recuérdese que Husserl pretende hacer, frente al parcial positivismo dominante, un positivismo total y efectivo; su fidelidad a esa actitud lo lleva, más que a nadie, a afirmar el suelo sobre el que volverá a brotar, incluso a pesar suyo, la metafísica.
Se pueden distinguir tres grupos de motivos que conducen hacia esta restauración. Los primeros son inicialmente extrafilosóficos, en particular teológicos, y significan una voluntad de reivindicar la metafísica y justificarla, casi siempre en sus formas escolásticas y como reacción contra la filosofía moderna -no sólo la que es específicamente adversa a la metafísica, sino en su totalidad-. Los segundos, cuyo primer antecedente se encontraría en Bolzano y su plenitud en Brentano, significan la reconquista de la objetividad: a través de Marty, Meinong, von Ehrenfels y, sobre todo, Husserl, se desemboca en una filosofía que, al superar todo subjetivismo y todo psicologismo, se enfrenta nuevamente con el tema de la realidad. El tercer grupo de motivos es particularmente sutil: se trata del descubrimiento de ciertas realidades o aspectos de la realidad cuyo carácter general es la irreductibilidad: el "hecho primitivo" de Maine de Biran, la "existencia" en Kierkegaard, la triple realidad del "sentido" en Gratry, la "vida" y la "historia" en Dilthey; estas realidades, que en cierto modo provocan una crisis irracionalista en la filosofía, la hacen trascender de los supuestos cientificistas, explicativos y positivistas y la enfrentan con los problemas radicales. Este triple origen condiciona los caracteres con que se presenta la metafísica actual y es la razón de no pocas de sus dificultades internas.
VI METAFÍSICA Y ONTOLOGIA
Al llegar aquí empezamos a adivinar que no es del todo claro qué se entiende por metafísica. Desde el siglo XVII, con más frecuencia desde el XVIII, se la designa con un nombre que se suele tomar como sinónimo de ella, al menos de su parte más general: ontología. Esta denominación data, hasta donde se sabe, de 1646, y fue usada por el cartesiano y ocasionalista alemán Johann Clauberg en su libro Elementa philosophiae sive Ontosophia; en los prolegómenos emplea, junto a este término, el de Ontologia, entendida como scientia, quae contemplatur ens quatenus ens est. Este nombre, que reaparece en la segunda edición (1681) de la Philosophia vetus et nova de J.-B. du Hamel, es el título de uno de los libros de Jean Le Clerc, Onto- logia, sive de ente in genere (1692), muy anterior a la obra de Wolff, Philosophia prima sive Ontologia, cuya primera edición es de 1729, y que se suele con-siderar como el primer tratado de ontología bajo este título.
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