Arturo Pérez-Reverte - El Asedio
Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte - El Asedio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Asedio
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Asedio: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Asedio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Asedio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Asedio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ríe entre dientes Maraña, con descaro. La luz de las antorchas y los fusilazos distantes del faro acentúan las ojeras bajo sus párpados, en la palidez del rostro. La risa termina en una tos húmeda, desgarrada, que disimula con presteza, llevándose a la boca el pañuelo que saca de una manga de la chaqueta mientras deja caer el cigarro al suelo. Después guarda el lienzo con indiferencia, sin echarle siquiera un vistazo.
- Tendré eso en cuenta. Sobre todo lo de la patria.
El policía lo observa con interés, y Pepe Lobo tiene la desagradable impresión de que se está grabando a su teniente en la memoria. Mocito insolente de mierda, puede leerse en sus labios prietos. Ojalá algún día tengamos ocasión de ajustar cuentas. De cualquier modo, el tal Tizón parece hombre templado, frío como un pez. Y espero, concluye el capitán corsario, no jugar nunca a las cartas con estos dos. Imposible adivinar una mano mirándoles la cara.
- Si alguna vez tiene algo que contar, estoy a su disposición -zanja el policía-. Lo mismo le digo a usted, señor capitán… Tengo el despacho en la calle del Mirador, enfrente de la cárcel nueva.
Se pone el sombrero y balancea el bastón, a punto de irse; pero todavía se demora un instante.
- Una cosa más -añade, dirigiéndose a Maraña-. Yo tendría cuidado con los paseos nocturnos… Exponen a malos encuentros. A consecuencias.
El joven le mira los ojos con manifiesta pereza. Al cabo asiente levemente, por dos veces, y echándose un poco atrás en la silla levanta el faldón izquierdo de su chaqueta. Reluce allí el latón en la culata de madera barnizada de una pistola corta de marina.
- Desde que se inventó esto, las consecuencias van en dos direcciones.
Inclinando ligeramente la cabeza, el policía parece meditar sobre pistolas, direcciones y consecuencias mientras escarba la arena con la contera del bastón. Al fin, tras un breve suspiro, hace ademán de escribir en el aire.
- Tomo nota -dice con equívoca suavidad-. Y le recuerdo, de paso, que el uso de armas de fuego está prohibido en Cádiz a los particulares.
Sonríe Maraña casi pensativo, sosteniéndole la mirada. Las antorchas y el rasgueo de guitarras hacen bailar sombras en su rostro.
- No soy un particular, señor. Soy un oficial corsario con patente del rey… Estamos fuera de las murallas de la ciudad, y su competencia no llega hasta aquí.
Asiente el policía, exageradamente formal.
- También tomo nota de eso.
- Pues cuando haya terminado de tomarla, váyase al infierno.
El diente de oro reluce por última vez. Es toda una promesa de incomodidades futuras, estima Pepe Lobo, si alguna vez su teniente se cruza en el camino de la ley y el orden. Sin más comentarios, los dos marinos observan cómo el comisario vuelve la espalda y se aleja por la arena de la playa hacia el arrecife y la puerta de la muralla. Maraña contempla melancólico su vaso vacío.
- Voy a pedir otra botella.
- Déjalo. Iré yo -Lobo aún sigue con la vista al policía-… ¿De verdad fuiste a El Puerto con el Mulato?
- Podría ser. -¿Sabías que es sospechoso? -Bobadas -el joven tuerce la boca, con desdén-. En todo caso, no es asunto mío.
- Pues ese cabrón parecía bien informado. Es su trabajo, imagino. Informarse.
Los dos corsarios se quedan callados un momento. Hasta ellos sigue llegando el jaleo de los tablaos. El policía ha desaparecido en las sombras, bajo el arco de la Puerta de la Caleta.
- Si hay asuntos de espionaje de por medio -comenta Pepe Lobo-, puedes tener problemas.
- No empieces tú también, capitán. Basta por hoy.
- ¿Piensas ir esta noche?
Maraña no responde. Ha cogido el vaso vacío y le da vueltas entre los dedos.
- Esto cambia las cosas -insiste Lobo-. No puedo arriesgarme a que te detengan en vísperas de salir a la mar.
- No te preocupes… No pienso moverme de Cádiz.
- Dame tu palabra.
- Ni hablar. Mi vida privada es cosa mía.
- No es tu vida privada. Es tu compromiso. No puedo perder a mi piloto dos días antes de zarpar.
Taciturno, Maraña mira la luz del faro en la distancia. Su propia palabra de honor es de las pocas cosas que respeta, sabe Pepe Lobo. El piloto de la Culebra tiene a gala lo que para otros -y ahí se incluye sin reparos el capitán corsario- es sólo fórmula táctica o recurso que a nada obliga. Sostener a todo trance la palabra dada resulta una consecuencia más de su naturaleza sombría y desafiante. Una forma de desesperación como otra cualquiera.
- Tienes mi palabra.
Pepe Lobo apura lo que queda en su vaso, y se levanta.
- Voy por aguardiente. De paso echaré una meada.
Camina por la arena hasta el piso de tablas del colmado cercano y pide que lleven otra botella a la mesa. Al hacerlo pasa cerca del grupo de oficiales con los que está sentado el capitán Virués, y comprueba que éste lo mira, reconociéndolo. El corsario sigue adelante, encaminándose a un rincón oscuro de la muralla, bajo la plataforma de San Pedro, que huele a orines y suciedad. Desabotonándose, se alivia apoyado con una mano en el muro, abrocha de nuevo el calzón y vuelve sobre sus pasos. Cuando pisa otra vez las tablas del colmado, algunos acompañantes de Virués lo observan con curiosidad.
Es probable que éste haya hecho algún apunte particular, y la presencia en el grupo de dos casacas rojas hace sospechar a Pepe Lobo que Gibraltar ha salido a relucir. No sería la primera vez, y eso incluye a Lolita Palma. El recuerdo lo enfurece. Difícil pasar por alto el «hay quien dice que no es usted un caballero» de la última conversación. Nunca pretendió ser tal cosa, pero no le gusta que Virués lo certifique en tertulias y saraos. Ni que induzca las sonrisas disimuladas que advierte al pasar junto a los oficiales.
Sigue adelante el corsario mientras rememora a ráfagas la noche de Gibraltar, la oscuridad del puerto y la tensión de la espera, el peligro y los susurros, el centinela apuñalado en tierra, el agua fría antes de abordar la tartana, la lucha sorda con el marinero de guardia, el chapoteo del cuerpo al caer al agua, la vela desplegada tras picar el fondeo y la embarcación derivando en el agua negra de la bahía, hacia poniente y la libertad. Todo eso, mientras Virués y sus iguales dormían a pierna suelta esperando el canje que los devolviera a España con el honor intacto, el uniforme bien planchado y las cejas enarcadas con aire de superioridad, cual suelen. Todos de la misma casta, como aquel pisaverde jovencito que pretendió batirse en duelo tras el canje, en Algeciras, y al que Pepe Lobo envió a paseo riéndosele en la cara. Ahora siente que las cosas son distintas, o al menos lo parecen. El aguardiente, quizás. Las guitarras. Tal vez todo habría sido de otra manera si hubiese sido Virués, y no un lechuguino imberbe, quien lo invitara a batirse en Algeciras. Estúpido y estirado hijo de mala madre.
Antes de reflexionar sobre sus actos, o sobre las consecuencias de éstos, el corsario da media vuelta y regresa junto a la mesa de los oficiales. Qué estoy haciendo, se dice de camino. Pero ya es tarde para cambiar de bordo. Virués está acompañado por tres españoles y dos ingleses. Los últimos, capitán y teniente, llevan las casacas de la infantería de marina británica. Los españoles son tres capitanes: uno viste uniforme de artillero, y dos el azul claro con solapas amarillas del regimiento de Irlanda. Todos levantan el rostro, sorprendidos, al verlo llegar.
- ¿Nos conocemos, señor?
Le pregunta a Virués, que lo mira desconcertado. Queda el grupo en silencio. Expectante. Sólo se oye la música del colmado. Es evidente que el capitán de ingenieros no esperaba esto. Tampoco Pepe Lobo. Qué diablos hago, se dice de nuevo. Aquí. Liándola como un borracho.
- Creo que sí -responde el interpelado.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Asedio»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Asedio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Asedio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.