Guido Pagliarino - La Furia De Los Insultados
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- Название:La Furia De Los Insultados
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- ISBN:978-8-87-304939-5
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â⦠Lo sé.
âYa, también os pasa a vos. He tirado la tarjeta de identidad y la identificación militar, guardando solo la civil y, sin vestir uniforme, he venido a mi Nápoles, he conseguido pasar la lÃnea de frente y, ayer por la tarde, entré la ciudad. Actuando de forma prudente, aunque estuviera vestido de civil y llevara conmigo un documento, he llegado a la Plazuela del Nilo, que no está lejos de la casa de mi madre y mÃa en el callejón de Santa Luciella. Y, por culpa de mi buen corazón, después de todo lo que ya me habÃa pasado, he tenido además el impulso de ayudar a aquella mujer que gemÃa y⦠aquà estoy, justo cuando estaba ya muy cerca de casa.
â¿Por qué tu licencia de conducir no indica tu domicilio en la zona de Paestum?
âTenÃa una habitación en el cuartel, junto a otro sargento mayor, también soltero. No tenÃa una habitación fuera: nunca he considerado los cuarteles como mi casa nunca he querido abandonar la dirección de Nápoles. Solo la cambié en la tarjeta de identidad y el permiso militar de conducir, porque era obligatorio, aparte del hecho de que con la licencia civil habrÃa tenido que cambiarse con frecuencia la dirección de la Motorización, 18dado que me trasladaban cada pocos años y por el contrario, la carta y la licencia militar me la renovaban directamente en el nuevo destino. Y además, sobre todo, volvÃa a ver a mi madre a Nápoles cada vez que tenÃa un permiso.
âSabes que iremos a la calle de Santa MarÃa a comprobar que allà está de verdad tu madre y si hay otras personas que te conocen.
â⦠Y yo os lo agradezco, señor comisario, porque mi madre de verdad está allà y podréis confirmar lo que os he dicho por ella y también por los vecinos. Pero os pido de corazón: no la asustéis, decidle, por favor, que os he encargado saludarla, porque no he podido venir en persona por razones de servicio.
âSi encontramos a tu madre no la asustaremos y hablaremos con ella como deseas âEn este momento, el subcomisario habÃa vuelto a insistirâ: Primero has tratado de hacerme creer que tenÃas reservada una cita galante con Demaggi y luego has admitido que no era verdad. Dime entonces: Si no la habÃa visto antes, ¿cómo sabÃas que esa mujer era una prostituta?
No se habÃa alterado:
âSe lo oà decir a vuestro jefe de patrulla, que habló con los suyos delante de la muerta.
âLo comprobaré. Pero dime una cosa más âDâAiazzo habÃa dejado la pregunta para el final, para plantearla cuando el interrogado estuviera muy cansadoâ: ¿Por qué llevabas guantes de lana en esta estación? Para no dejar huellas, ¿verdad?
â⦠Pero no, señor comisario âNo se habÃa preocupado el otroâ, el motivo es sencillo, las llevo desde hace mucho, incluso de servicio, con permiso del capitán: sufro de dolores en los dedos de la mano y también en la palma izquierda.
âHmâ¦
â⦠Pero sÃ, por la humedad de las cocinas a lo largo de tantos años, entre los vapores de las cápsulas y el agua de los lavados de las ollas, como me habÃa explicado el teniente médico, que me dijo que llevara los guantes.
Agotado el hombre y cansadÃsimos los dos policÃas, por orden del subcomisario, el presunto sargento mayor Gennaro Esposito fue escoltado a la celda por el brigada Bordin.
Con solo los datos recogidos, Vittorio DâAiazzo no podÃa formarse una idea segura: para él seguÃan siendo posibles tanto la hipótesis de un accidente como la de un homicidio, y este no necesariamente perpetrado por detenido. Pero, en el caso de ser culpable, el móvil podrÃa encontrarse en disputas entre contrabandistas, si la identidad y en concreto la posición en el ejército del supuesto Esposito no fuera confirmada, mientras que en caso contrario serÃa verosÃmil otro motivo. Por otro lado, si el forense estableciera que se habÃa tratado un asesinato, el investigado, aunque no confesara, serÃa transferido a la cárcel de Poggioreale como sospechoso, mientras al mismo tiempo el subcomisario tendrÃa que redactar y enviar a la FiscalÃa del Reino una relación que incluyera tanto las conclusiones del forense como los datos recabados por el propio DâAiazzo durante el interrogatorio. A partir de su informe, el juez instructor decidirÃa si abrir un procedimiento contra el sospechoso o liberarlo por falta de pruebas.
No faltaba mucho para las ocho de la mañana y el joven funcionario estaba a punto de acabar su turno. Sin embargo, antes de volver a casa pretendÃa ordenar a brigada a ir a la calle de Santa Luciella a comprobar que allà vivÃa realmente la madre del investigado y, en ese caso, si reconocÃa al hijo en la foto del permiso de conducir y confirmaba que era realmente un sargento mayor de artillerÃa. Pero el subcomisario no pensaba esperar la vuelta del susodicho, ni ver el informe al dÃa siguiente. Por tanto, antes de que llegase a su oficina el informe del forense habrÃan pasado al menos dos o tres dÃas, durante los cuales el detenido quedarÃa encerrado en la celda.
Bordin, después de encerrar al acusado en la celda, habÃa vuelto al puesto de DâAiazzo. Al entrar en la oficina le habÃa dicho:
âSeñor comisario, para mà que este Esposito o como se llame ha sido enviado por la Camorra para matar al Demaggi por dos posibles motivos: o por razones de competencia en el mercado negro o porque esa mugrienta puta no querÃa pagar el soborno.
â⦠Marino, esa mujer está muerta y no se insulta los difuntos âle habÃa amonestado el joven superiorâ, y además no estoy convencido de que el investigado sea un asesino.
âPerdonad que os lo diga, pero creo⦠Bueno creo que sois siempre demasiado bueno: nosotros le molerÃamos a golpes en el estómago con sacos de arenaâ¦
â⦠¿Que no dejan huellas?
âLo requiere la prudencia. Y estad seguro de que ese delincuente se declararÃa culpable e incluso camorrista y quién sabe qué más. Pero asÃâ¦
â⦠asà no me arriesgo a hacer confesar a un inocente, aparte de que si te veo moler a sacazos a alguno⦠¿Me has entendido, Marino?
âEehâ¦
âYa conseguirá al juez instructor, si acaso, que admita su culpabilidad, siempre que el médico no diga que se ha tratado un accidente, en cuyo caso archivo la práctica y libero a ese hombre.
âYa, puede ser. Pero, hablando en general, vos, señor comisario, sois el único que no ha dado al menos una bofetada a los interrogados. El doctor Perati, que estaba antes que vos, hacÃa confesar a todos.
Con el ardor de la edad, sin abandonar esa pizca de presunción que permanecÃa en él, se le habÃa escapado al subcomisario instintivamente en la lengua partenopea que usaba en familia:
âTu siâ ânu fésso.
â¿Qué? âEl suboficial habÃa enrojecido.
El superior se habÃa corregido en parte:
âEstá bien, Marino, retiro el fésso, pero deja de hablarme sin consideración solo porque tengo la mitad de tus años. Ten cuidado, porque si esto se repite, te castigo.
Bordin habÃa considerado sensato pedir perdón, aunque fuera a regañadientes:
âPerdonad, señor comisario, solo estaba hablando, no querÃa criticaros.
Aunque Vittorio DâAiazzo, con el paso del tiempo, adquirirÃa plena humildad gracias a las metafóricas bofetadas de la vida, por el momento seguÃa queriendo decir la última palabra:
âEstá bien, pero a partir de ahora piensa en lo que dices antes de decir lo que piensas.
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