Guido Pagliarino - La Furia De Los Insultados

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El hombre con el mono iba a continuar encerrado en la celda.

Finalmente, por orden del comisario jefe Boni, el caso de Rosa Demaggi fue asignado a un casi imberbe subcomisario que estaba de servicio a medianoche, Vittorio D’Aiazzo, con una experiencia de menos de un año en la Seguridad Pública y, desde el primer día, asignado a la compleja Sección de Delitos de Sangre.

Eran cerca de las tres de la madrugada del 27 de setiembre de 1943 y estaba a punto de iniciarse la insurrección que la historia recuerda como los Cuatro Días de Nápoles: la olla a presión de la muy acosada ciudad estaba hirviendo y la temperatura ya había llegado a tal grado que al ocupante alemán le habría resultado imposible impedir la ardiente erupción.

Capítulo 2

El sentimiento del pueblo de Parténope permanecía oculto para el despectivo invasor nazi y el miedo que estos intentaban difundir en la ciudad había generado un valiente fervor y un deseo de rebelión. Facimmo ‘a uèrra a chilli strunzi zellosi 3era ya el sentimiento de numerosos napolitanos, con la sensación de que, san Genna’ ajutà nno! 4serían liberados y por fin la paz sería completamente real y dejaría de ser una ilusión nacida y muerta un par de meses antes.

El 25 de junio, Italia estaba exultante por la caída en desgracia del régimen, que parecía definitiva, con Mussolini desautorizado por el mismo Gran Consejo del Fascismo y hecho arrestar por el rey, y con el nuevo gobierno Badoglio ya no fascista, aunque no elegido democráticamente. Pero sobre todo la perspectiva de que el conflicto podía terminar era lo que alegraba a la nación. Sin embargo, muy pronto en la ciudad se alzaron lamentaciones que en Nápoles habían presentado tonos pintorescos a lo largo de las calles y en la oscuridad de los comercios, como: Chillo capucchióne d’o nuvièllo Cà po ‘e Guviérno 5o ‘o maresciallo d’Italia Badoglio Pietro, ‘o gran generalone! ha fatto di’ a ‘a rà dio, tòmo, tòmo, 6«La guerra continúa»: strunz’ e mmèrda! 7Luego estaban los que puntualizaban: Nossignori, strunzi noi ati a penzà che ‘nu maresciallone vulisse ‘a pace! 8, que se vaya a tomar por… Con el armisticio de Cassibile, firmado entre Italia y los angloamericanos el 3 de setiembre y que debía haber permanecido secreto hasta el reajuste de las fuerzas armadas italianas para poder contener al vengativo antiguo aliado, pero que había sido hecho público el día 8 por los vanidosos generales vencedores, cayó sobre Italia, a través del Brenero, un mal peor que el anterior: muchas divisiones germánicas nuevas, aguerridas y con sed de venganza se unieron a las tropas alemanas ya presentes en el territorio. «¿Por qué», se preguntaban los italianos más avispados, «los gobernantes y jefes militares no han sabido preparar a tiempo un plan de emergencia a pesar de que era probable desde hace tiempo este movimiento del enemigo? ¿Con las fuerzas del implacable antiguo aliado ya en casa?» Después del 8 de setiembre, el rey sus ministros solo habían sabido huir hacia el sur, a Brindisi, aprovechando que la primera división aerotransportada inglesa estaba a punto de capturar esa ciudad, la cual, a diferencia de las demás, estaba casi desprovista de tropas alemanas, y contando con el hecho de que los angloamericanos, una vez conquistada Sicilia, estaban invadiendo el resto de las regiones meridionales de la península. 9A duras penas, el soberano, sus secretarios de estado y el general Mario Roatta, defensor fallido de Roma, abandonada a la iniciativa desordenada e inútil de los comandantes de sección, habían abandonado la capital para llevar trono, gobierno y alto mando a Brindisi, bajo la protección de sus antiguos enemigos, dejando sin órdenes a las tropas italianas en diversos frentes extranjeros y en Italia, a merced del potente ejército alemán. Después del anuncio oficial del armisticio por parte italiana, realizado personalmente por Badoglio a las 19:37 del 8 de septiembre, el alemán, gracias a los refuerzos aportados con rapidez, había quedado como dueño incontestable desde los Alpes hasta la ciudad de Nápoles incluida, mientras la provincia de Salerno se convertía en zona de combate para el desembarco angloamericano del día 9. La cólera de los partenopeos, ya grande por la guerra padecida, se convirtió en fiebre: las tropas habían tenido que aguantar durante más de tres años la entrada a traición e improvisada del régimen en el conflicto, el 10 de junio de 1940, apoyando a la Alemania nazi. Nápoles fue bombardeada sistemáticamente por los ingleses y poco después por los estadounidenses, con ciento cinco incursiones hasta el armisticio, todas con disparos que hacían añicos un edificio tras otro, con un gran número de muertos, heridos y mutilados y multitudes de familias sin casa. No se perdonó ni un solo barrio, también porque los dirigentes políticos y militares fueron incapaces de disponer defensas antiaéreas adecuadas, depositadas casi todas, de modo improvisado, en los barcos de guerra fondeados en el puerto. Y además el hambre, esa hambre oscura y sorda que hace que te tiemblen las piernas. Tras haberse esfumado la ilusión de paz del 25 de julio, hubo más nubes de bombas sobre la ciudad y carestía absoluta y enfermedades, con muertos por falta de medicinas. Hasta el 9 de septiembre, Nápoles soportó los males materiales por parte alemana, entre ellos daños muy graves en el puerto, y sufrió redadas y fusilamientos, no solo de militares italianos desbandados, sino también de civiles. También los fascistas, un par de semanas después del 8 de septiembre, aunque fuera a través de subordinados, habían tomado posesión de la ciudad, renacidos de sus tumbas políticas y convertidos al recién nacido Estado Nacional Republicano (pronto República Social Italiana) constituido el 23 de ese mes por Hitler en persona, poniendo al mando al desanimado y resignado Mussolini, a quien, el día 12, paracaidistas alemanes habían liberado del refugio-albergue de Campo Imperatore en el Gran Sasso, arresto domiciliario al que le había relegado el rey.

La tradicional dureza bélica alemana se convirtió, si es que eso era posible, en todavía más bárbara, porque había ataques aislados de ciudadanos con el apoyo de los marinos de los barcos fondeados en la Regia Marina: se trataba de una primerísima resistencia esporádica espontánea, todavía no relacionada con los partidos adversarios del nazifascismo, una rebelión iniciada en la calle de Santa Brigida, donde, en la mañana del 9, una treintena de residentes atacaron a una escuadra de la Wehrmacht, después de que uno de esos soldados, como si practicara el tiro al blanco en una feria, disparara con su fusil de ordenanza Mauser Kar 98k a un mozo indefenso de doce años en una tienda, que se encontraba fuera del local para tomar un poco el sol.

Se había unido aquel grupo de partenopeos humillados el joven subcomisario del que ya hemos hablado de pasada, Vittorio D’Aiazzo, que andaba por las inmediaciones cuando el soldado alemán apuntó y disparó contra el joven: el joven oficial de la seguridad pública, muy indignado, disparó sin apuntar, desde una esquina, hacía el grupo alemán con su Beretta M34 de ordenanza, vaciando el cargador y matando a dos soldados. Luego desapareció por un callejón lateral, no tanto por miedo al enemigo, sino por temor a tener problemas o algo peor con sus superiores.

Mientras huía, aquellos de la treintena de civiles indignados presentes que tenían navajas en los bolsillos, es decir, casi todos, las empuñaron y la masa, encendida por el furor de la visión de los cadáveres enemigos y la imagen d’o sbenturà to guaglio’, 10que, herido en la arteria femoral, agonizaba rápidamente, se abalanzó sobre el resto de la escuadra alemana lanzando gritos bestiales. Primero, tres de los indignados degollaron, destriparon y evisceraron al soldado que había disparado, un soldado recibió un puñetazo en la nariz por un atacante que carecía de arma blanca y recibió por parte de otro que tenía a sus espaldas una cuchillada que le dejó herido con un tajo horizontal en las nalgas. Casi todos los soldados sufrieron golpes y heridas en brazos y rostro, el peor perdió la nariz. Ningún alemán pudo disparar ni una sola vez contra la horda enardecida y rápidamente, con sus sargentos a la cabeza, la escuadra huyó abandonando su arrogancia sobre el empedrado. Los fusiles y las bombas de mano de los asesinados y los fusiles caídos por tierra de los heridos más graves fueron recogidos y ocultados en las casas. Se usarían pronto para liberar la ciudad. Los tres cadáveres se llevaron a sótanos y allí fueron desmembrados, los pedazos se desmenuzaron y se sepultaron en diversos lugares de la zona. Luego se murmuró, ¿verdadero o falso?, que, sin embargo, algún buen pedazo de nalga acabó asado en algún vientre desnutrido. Las mujeres de los impávidos rebeldes lavaron la calle, con gran cuidado, hasta el punto de que nunca había estado tan bonita.

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