Guido Pagliarino - La Furia De Los Insultados
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- Название:La Furia De Los Insultados
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- ISBN:978-8-87-304939-5
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Después de leer el breve informe del mariscal Branduardi, el subcomisario DâAiazzo se dirigió a las celdas, en la planta baja y observó al supuesto Gennaro Esposito. Luego descendió al húmedo archivo subterráneo y comprobó si alguien habÃa sido fichado con esos datos personales y si sus fotos, de frente y de perfil, se correspondÃan con la fisionomÃa del prisionero. Cotejó diversas fichas de personas con el mismo nombre y apellido, pero todas mostraban a personas con rasgos distintos de los del presunto asesino. Una vez de vuelta a su oficina, hizo que le trajeran al detenido.
Le interrogó con la ayuda del brigada ayudante Marino Bordin, quien, sentado en su propia mesa, tomó nota de las preguntas del superior y la respuestas del interrogado con la máquina de escribir de la oficina, una obsoleta Olivetti M1 negra modelo 1911.
Bordin era un veneciano rubio y robusto, de un metro ochente de alto. De 45 años, llevaba sirviendo en la Seguridad Pública desde hacÃa un cuarto de siglo y tenÃa mujer y dos hijos, que habÃa dejado en una granja en la campiña napolitana, entregando al agricultor que los alojaba dos tercios de su salario y resignándose a comer y dormir en el cuartel con lo que le restaba.
Durante horas, el interrogado, sin ceder, dijo y repitió, en un correcto idioma que hacÃa pensar que habÃa cursado al menos a las clases elementales, bastante duras en aquel momento, que era un cocinero desempleado, que vivÃa, como estaba escrito de su tarjeta, en el callejón de Santa Luciella y que estaba volviendo a casa cuando vio entreabierta la puerta de la casa de la difunta y oyó gemidos que procedÃan del interior: entró por mero altruismo, pidiendo permiso, vio en la entrada a la mujer en el suelo que continuaba gimiendo y, al ver un aparato telefónico sobre una pared, decidió llamar a una ambulancia, pero justo en aquel momento entró la patrulla de Seguridad Pública que le detuvo.
Insistiendo una y otra vez, poco después de las siete de la mañana el subcomisario obtuvo por fin un dato nuevo: que el hombre acudÃa a menudo a la prostituta y que habÃa ido a su casa, como cabÃa esperar, para tener un rápido encuentro sexual, irse rápidamente y llegar a su casa antes del toque de queda. Repreguntado, precisó que se habÃa citado telefónicamente desde un bar, como muchas otras veces. Cuando se le pidió que diera el número telefónico de Demaggi, dijo que ya no se acordaba y, ante el escepticismo manifestado por DâAiazzo, justificó la amnesia por su estado de turbación mental debido a la situación. No cambió el resto de la versión, repitiendo que, una vez pasada la entrada que habÃa dejado entreabierta aposta para salir tras la cita telefónica, vio a la mujer en el suelo y se apresuró a buscar ayuda con el aparato telefónico del apartamento, momento en que apareció la patrulla y le detuvo.
Como los agentes de la patrulla, tampoco el subcomisario pudo creer que el hombre fuera un cliente de la inaccesible meretriz, tras valorar sus ropas modestas y remendadas y la ausencia de dinero sus bolsillos. Considerando que posiblemente él habÃa dejado abierta la entrada, supuso que era un cómplice en el mercado negro. Asà que le acusó de haberla matado por una disputa en el momento:
â¡Confiésalo y te dejo dormir!
âNo es verdad, seguramente ha sido un accidente que se ha producido antes de que yo entrara ânegó el otro.
âSi no eras un cómplice en desacuerdo es que otro te mandó a matarla âle apremió el funcionario.
â¡Señor doctor, os 12digo de nuevo que no es verdad! âEl hombre alzó la voz, abandonando el comportamiento dócil que habÃa mantenido hasta ese momento.
Sin que se lo pidieran, el brigada Bordin soltó:
âBusòn! 13¡Muestra respeto por el doctor o te lleno de patadas por donde te la meten!
El subcomisario no admitÃa obscenidades y le reprendió:
âMarino, las patadas y los insultos te los guardas âContinuóâ: Gennaro, siempre que te llames de verdad Gennaro Esposito, y estate seguro de que haremos las comprobaciones en el Registro mañana⦠no, esta mañana, vista la hora, escúchame bien: también yo, como tú, tengo ganas de acabar, asà que te hago una propuesta âEl hombre habÃa aumentado visiblemente su atención, abriendo ligeramente la boca mientras se le dilataban las pupilas un pocoâ: Si te confiesas culpable de homicidio preterintencional, lo que significa que la has matado teniendo otras intencionesâ¦
â⦠Lo sé.
âEntonces, escucha: podrÃas por ejemplo decirme que no tenÃas dinero y que la vÃctima no querÃa darte crédito, por lo que, en un irrefrenable impulso de ira, la habrÃas dado un empujón, sin querer matarla, pero, por desgracia, al caer sufrió una herida mortal. Bueno, ya entiendes: de esta manera no se acaba delante del pelotón de ejecución, 14solo pasas un tiempo en la cárcel. Si, por el contrario, escribo en mi informe al juez instructor que sospecho que eres un sicario de algún contrabandista de la Camorra que ha querido eliminarla o un competidor directo de la mujer en el mercado negro que ha querido apartarla de este para siempre, seguro que acabas fusilado.
El hombre, a pesar de estar más cansado que el subcomisario, no confesó:
âNo solo os repito una vez más que no soy un asesino y, como no lo soy, que esa mujer murió por un accidente anterior a que yo entrara en su casa, sino que además os digo también que soy un sargento mayor de artillerÃa y he cruzado el frente llegando a Nápoles ayer por la tarde.
âHm⦠Cuéntame más.
âSoy también cocinero, trabajaba como jefe de cocina en el cÃrculo de los oficiales del tercer batallón, primer regimiento de la ArtillerÃa Costera, ubicada a unos cinco kilómetros al norte de Paestum, en la provincia de Salerno.
âYa sé dónde está Paestum⦠Está bien, suponiendo que me hayas dicho ahora la verdad, por tu bien tenemos que comprobar tu identidad militar, asà que dime de qué escuela de suboficiales procedes y de qué promoción â En realidad, tras el caos posterior al armisticio esa verificación probablemente era imposible y DâAiazzo lo sabÃa, pero contaba con el hecho de que el otro, si le hubiera mentido, se habrÃa descubierto.
El hombre no se alteró:
âMi carrera empezó de cero: Con 28 años, después de haber perdido el trabajo de ayudante de cocinero en una trattoriaâ¦
â⦠¿Qué hiciste?
â⦠¡Nada malo! El local cerró porque, como decÃan los dueños, habÃan llegado las últimas consecuencias de la crisis del 29.
âEstá bien, sigue.
âBusqué trabajo, pero no encontré nada: nadie contrataba, si acaso despedÃa. Asà que, para no ser una carga para mi madre, que se habÃa quedado viuda y trabajaba duramente limpiando tiendas y cocinando y ayudando en casa de extraños, por fin me enrolé voluntario, esperando hacer carrera y convertirme en suboficial: seis años antes me habÃa licenciado del servicio, con buenas notas, con el grado de cabo, que me habÃan reconocido al volver y, como ya habÃa estado en las cocinas durante el servicio, después del curso de actualización sobre algunos cañones, me llevaron de nuevo delante de las cacerolas, además de realizar ejercicios periódicos de tiro con la artillerÃa, el fusil y la pistola. Y asà ha transcurrido toda mi carrera militar, primero como cabo primero, luego como sargento y finalmente como suboficial: 15sargento mayor jefe de la cocina del cÃrculo de oficiales. Después del armisticio y el desembarco de los antiguos enemigos 16en nuestras costas, salà corriendo con mis compañeros, preocupado por no encontrarme ni con angloamericanos ni con alemanes. Me quedé escondido, comiendo frutas y verduras de las huertas y, las pocas veces que me escondÃa en granjas, también pan, leche y huevos. Pero los campesinos, o al menos los que me he encontrado, son gente interesada y me han pedido siempre algo a cambio, preferentemente dinero y, poco a poco, les he dado todo lo que me quedaba de mi última paga. Después, una vez acabado el dinero, tuve que pagar con mi reloj: era de acero, pero de marca y, como último purucchio 17he entregado mi medalla de San Genaro con cadena, ambas de oro de dieciocho quilates, regalo de mi familia por la primera comunión, a cambio de la camisa y la ropa de trabajo que llevo. Me he vestido de civil y he abandonado la placa militar de identificación y también los documentos, porque nosotros no solo los tenemos de otro color, sino que en ellos está escrito que somos militares y también nuestro gradoâ¦
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