– Siento lo de su casa -dijo, y su voz reveló un tono cálido que hizo que pareciera más accesible. Lo que no había esperado de ella era la expresión amistosa en sus ojos.
– Gracias -contesté, más bien susurré, y saqué las facturas de Jazz de mi bolso, que coloqué delante de ella antes de sentarme.
Miró las facturas con desconcierto, luego leyó el nombre.
– El señor Arledge -dijo con su cálida voz-. Era un hombre encantador, tan ansioso por sorprender a su esposa. Me encantó trabajar con él.
No había habido ningún trabajo «con» Jazz, pues tenía un sentido nulo de la decoración o del estilo, y, de hecho, le había dado carta blanca, había firmado el talón y eso fue todo.
– Su matrimonio se ha roto por esto -dije sin rodeos.
Pareció asombrada.
– Pero… ¿por qué?
– A su esposa le gustaba el dormitorio tal y como era. Detesta el nuevo estilo y se niega incluso a dormir en esa habitación. Está tan furiosa con él por haberse deshecho de sus antigüedades que incluso intentó atropellarle con el coche.
– Oh, Dios mío. Está de broma. ¿No le gusta la habitación? Pero ¡si es preciosa!
Ni siquiera pestañeó al oír que Sally había intentado lisiar a Jazz, pero le costaba creer que a alguien no le gustaran sus creaciones; en eso era sincera.
Guau. Admiro la realidad alternativa como cualquier hijo de vecino, pero hay quien desconecta demasiado.
– Estoy intentando salvar este matrimonio -le expliqué. Tanto susurrar estaba empezando a ser agotador, de verdad, muy agotador-. Esto es lo que quiero que haga: vaya a recoger aquellos muebles y vuelva a ponerlos en la exposición como muebles usados o, ya que nunca se han estrenado, póngalos otra vez a la venta como nuevos. Técnicamente tal vez no lo sean, pero ya que nunca recibió la aprobación final por el trabajo, yo diría que aún no se ha cerrado la operación.
Se puso tensa.
– ¿Qué quiere decir?
– Quiero decir que el cliente no está contento con el trabajo.
– Ya he recibido el pago completo, de modo que diría que sí lo está. -Se estaba poniendo colorada.
– Jazz Arledge está totalmente perdido en lo que a decoración se refiere. No sabe nada al respecto. Usted podría haber clavado pellejos de mofetas en las paredes y ni hubiera protestado. No creo que se haya aprovechado a posta de él, y sí creo que es una mujer de negocios lo bastante lista como para reconocer las ventajas de rehacer el dormitorio, pero esta vez trabajando con la señora Arledge, quien se siente de lo más desdichada.
Me observó con aire reflexivo.
– Expliqúese, por favor.
Con un ademán, indiqué la exposición de la entrada.
– Vive de su reputación. A la gente a la que le gusta el estilo vanguardista moderno le encanta su trabajo, pero los clientes en potencia que buscan un estilo más tradicional no vienen aquí porque creen que no realiza ese tipo de trabajo.
– Por supuesto que lo hago -dijo automáticamente-. No es mi estilo preferido, no es la marca de la casa, pero mi objetivo final es complacer al cliente.
Le sonreí.
– Me encanta oír eso. Por cierto, creo que no he mencionado que mi madre es la mejor amiga de la señora Arledge. Trabaja en el negocio inmobiliario, tal vez haya oído hablar de ella. ¿Tina Mallory?
En sus ojos se vislumbraron los primeros indicios de comprensión. Mamá es una antigua miss Carolina del Norte, y vende muchas propiedades. Si mamá empezara a recomendar a Monica, el potencial de negocio sería enorme.
Fue a buscar un cuaderno de bosquejos y, haciendo gala de una memoria admirable, hizo en un momento un boceto del dormitorio de Sally. Trabajaba con rapidez, los lápices de colores volaban sobre la hoja.
– ¿Qué le parece esto? -preguntó girando el cuaderno para que pudiera ver lo que había hecho.
El estilo era suntuosamente confortable, con color en los tejidos, y un mobiliario cálido gracias a la madera.
– Recuerdo esas antigüedades -dijo-, de una calidad maravillosa. No puedo sustituirlas, pero es probable que encuentre una o dos piezas más pequeñas, verdaderamente buenas, que crearán el mismo ambiente.
– A la señora Arledge le encantará -contesté-. Pero debo advertirle desde ahora mismo que su marido, Jazz, no está dispuesto a pagar ni un solo penique más. Toda esta experiencia le ha amargado mucho.
– Cuando haya acabado, cambiará de opinión -dijo sonriendo-. Y no voy a perder ni un céntimo con esto, se lo prometo.
Tras haber visto los márgenes de beneficio en sus facturas, tenía que creerla.
Dos tercios de mi misión se habían cumplido. Ahora la parte más complicada: Sally.
Pese a que por lógica mi acosadora no podía saber dónde me encontraba yo, cuando salí de Sticks and Stones seguí mirando a mi alrededor con suma atención. Todo despejado. Creía que no iba a ser capaz de ver un Chevrolet blanco sin sentir una punzada automática de pánico, algo que, si te paras a pensar, podía ser un verdadero coñazo. Como había mencionado Wyatt, hay miles y miles de Chevrolets blancos. Mi vida podía convertirse en una punzada permanente.
Necesitaba beber algo caliente para mi garganta y necesitaba tela para mi vestido. Y, mecachis, todavía tenía pendiente llamar a la compañía telefónica y la de cable; no, qué demonios, lo más probable era que tuviera que ir en persona para demostrar mi identidad, ya que no tenía los números de las cuentas. Además, tenía que ir de compras para agenciarme algo de ropa. ¡Y mis botas! ¡Mis botas azules! Las devolverían a Zappos por no poder entregarlas, pero yo las quería. Por desgracia, tampoco tenía el número del pedido porque se había quemado con la casa, o sea, que ni siquiera podía contactar con Zappos para indicarles otra dirección de envío.
Se me alegró la cara. Podía encargar otro par de botas desde el ordenador de Wyatt.
Siana llamó mientras iba de camino a mi segundo centro comercial favorito.
– Mamá me ha dicho que no podías decir ni una palabra. Da un golpe en el teléfono si es cierto. -Era cierto ayer -susurré.
– ¡Lo he oído! ¿Cómo te sientes?
– Mejor. -Buscaba un McDonalds. Una taza de café mejoraría las cosas aún más.
– ¿Puedo ayudarte en algo?
– Todavía no. -En esos momentos aún me encontraba en esa fase en la que tenía que encargarme yo misma de todo.
– ¿Tienes alguna idea de quién pegó fuego a la casa?
– Le vi la cara -conseguí responder con voz ronca- y me resulta familiar, pero no consigo ubicarla.
La lógica Siana dijo:
– Bien, ya que todo esto es reciente, tiene que tener algún tipo de relación con uno de los lugares donde has estado hace poco. Ponte a pensar y al final encajará en algo.
– Eso mismo creo yo, pero he repasado una y otra vez mis rutinas, y no puedo ubicarla en ningún sitio.
– Entonces es algún lugar que no forma parte de tu rutina normal.
Pensé en eso mientras recorría las tiendas del centro comercial. Todo esto había empezado en el otro centro comercial, y había estado en muchos comercios. ¿La habría visto allí? Intenté recordar si había sucedido algo inusual en alguna de las tiendas para que su rostro se me quedara grabado en la mente de ese modo. Esta idea me tenía distraída mientras me probaba zapatos, y eso no está bien, porque comprar zapatos es una de las grandes alegrías de la vida. Debería haber sido capaz de dedicar toda mi atención a ese ritual.
No intenté reemplazar todo mi ropero de una sola vez -eso habría sido imposible-, pero me propuse cubrir todas las necesidades posibles: ropa de trabajo, ropa informal, ropa de vestir. No escatimé en gastar a la hora de comprar nuevos conjuntos de ropa interior, decididamente no, porque es otra de mis debilidades. Entre la que me habían arrancado en los hospitales y la que había perdido en el incendio…
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