Sintió que Ran se quedaba rígido a su lado. Sin embargo, el fotógrafo quedó convencido.
– Ya. Una foto de estudio es mucho más bonita que una instantánea de boda, ¿verdad que sí?
– ¡Oh! La verdad es que no hubo fotos en la ceremonia -dijo ella animadamente, a pesar de la mirada de advertencia de Ran-. Queríamos que fuera algo especial, sólo para nosotros dos, ¿verdad, cariño?
Ran no se dignó contestar a eso.
– ¿No será mejor que hagamos otra? -fue todo lo que dijo con cara de póquer.
En su desesperación por conseguir una foto «interesante», el fotógrafo los colocó en unas posturas increíblemente forzadas. Algunas fueron tan incómodas que Pandora descubrió que le ayudaban a olvidar la proximidad de Ran. Al menos, la incomodidad les unió en su antipatía por el «artista».
– ¿Quiénes se cree que somos? -murmuró Ran, irritado-. ¿El señor y la señora Houdini?
La situación era tan absurda que a Pandora le dio la risa tonta.
– Venga, ahora mírense a los ojos -gritó el fotógrafo.
Obedientemente, Pandora miró a Ran, pero todos sus esfuerzos por parecer una devota esposa la hicieron reír aún más. Aunque trató de resistirse, incluso Ran acabó riendo.
Fue como si de repente se encontrara mirando a un perfecto desconocido. El corazón de Pandora dio un brinco en su pecho cuando vio la sonrisa que arrugaba su cara, marcando las líneas que rodeaban sus ojos, suavizando los ojos grises con un brillo de humor e iluminando su expresión con una claridad súbita. Todo en él era a la vez extraño y raramente familiar, como si siempre hubiera sabido cómo sería al sonreír. ¿Acaso no sabía que sus dientes eran blancos y contrastaban con su tez morena? ¿Que sus mejillas adoptarían aquel gesto? Pandora vio la aspereza casi imperceptible de la barba y los dedos le hormiguearon, casi como si supiera lo que era pasar sus yemas sobre aquel mentón.
– ¡Súper!
El fotógrafo emergió tras la cámara y Pandora se dio cuenta de que se había quedado petrificada sonriendo. Ran miraba al artista, aparentemente inconsciente del efecto abrumador de su propia sonrisa.
– ¿Ya está?
– Sólo una más. ¿Qué tal una bonita foto romántica para su mamá? ¿Un beso, quizá?
La sonrisa desapareció como por ensalmo de los labios de Pandora. No se atrevió a mirar a Ran y dejó que él buscara alguna excusa para evitar aquella situación.
– Buena idea -dijo Ran con calma.
«¿Buena idea?», le preguntó ella con el movimiento de los labios. Ran la miró con una expresión inescrutable.
– ¿A ti no te lo parece, cariño? -preguntó, pagándole en su misma moneda.
– Bueno, yo… no creo que…
Pero Ran hizo que se levantara de la silla y la estrechó contra sí.
– ¿Estamos bien así? -le preguntó al fotógrafo sin apartar sus ojos de ella.
– ¡Perfecto!
Ran le apartó un mechón de pelo de la cara y deslizó la mano, cálida y suave, tras el cuello mientras acariciaba la línea de su mejilla con la yema del pulgar. Contempló un momento su cara hasta que los ojos se centraron en la boca.
Pandora temblaba, dividida entre el miedo a lo que aquel beso pudiera significar y un anhelo profundo y peligroso, sostenida por la trémula promesa de los dedos que le acariciaban la cara y el cuello. El corazón le latía alocadamente, se olvidó de respirar, se olvidó de todo, excepto de Ran y el deseo que la invadía.
Un deseo incandescente que le oscureció los ojos mientras Ran se inclinaba muy despacio sobre ella hasta que sus labios se encontraron. El estudio giró a su alrededor mientras ella jadeaba involuntariamente con el primer contacto electrizante.
¿Cómo podía haber pensado que su boca era fría? Era cálida, ardiente, segura y persuasiva. Ya nada importó, sólo el roce de aquellos labios embriagadores. Se inclinó hacia él, las manos se movieron por propia voluntad hasta sus muñecas, pero en vez de apartarle, se aferró a él con un ansia muda, y el placer del beso se intensificó.
Y entonces, él se estaba apartando mientras le rozaba la garganta con la mano. Por un momento, la miró directamente a los ojos antes de sonreírle cínicamente.
A su mamá va a encantarle ésta -dijo el fotógrafo con satisfacción. Al pensar en la reacción que su madre tendría si le enviara una foto besándose con un perfecto desconocido, Pandora tuvo que luchar contra un estallido de risa histérica. Miró a su alrededor, Ran y el fotógrafo estaban hablando, pero nada parecía real. El calor de su boca era real, la firmeza de sus manos, la oleada de placer febril eran reales. Su cuerpo todavía palpitaba con él, los labios aún le abrasaban y, cuando se miró los dedos, fue como si todavía pudiera sentir el vello varonil de sus muñecas, de donde le había sujetado.
De algún modo tuvo que despedirse, porque lo siguiente que supo fue que estaba de pie en la calle, con Ran, parpadeando al sol y abrazándose al ramo de rosas. Una brisa fresca le alborotó el pelo y se lo echó sobre la cara, pero no tenía las manos libres para apartárselo. Ran la miró a la cara, casi oculta tras la nube de pelo negro y suspiró.
– Sólo llevas treinta segundos fuera y ya estás hecha un desastre.
Pandora trató de quitarse los cabellos del rostro.
– Es difícil seguir peinada cuando sopla un huracán -protestó, aunque se daba cuenta de que él se mantenía impecable sin dificultad.
El viento apenas le revolvía el pelo y parecía tan sólido y compuesto como siempre. Todo en él era sólido y definido. Ran era el dueño absoluto de sí mismo, resultaba obvio en la soltura con que se movía, en su modo de hablar, en la manera que tenía de mirar el reloj.
En el modo en que besaba.
Pandora miró fijamente las rosas, alegrándose de que el pelo le ocultara la cara.
– Vamos a comer algo -dijo él.
Ran la llevó a un restaurante pequeño y tranquilo, escondido tras la plaza del mercado. Pandora escapó enseguida al tocador, supuestamente para peinarse, a recobrarse en realidad. Cuando se miró al espejo, sus ojos eran grandes y oscuros tras el pelo enredado, pero, aparte de eso, se asombró al ver lo normal que parecía. Había esperado ver que sus labios todavía estaban rojos y palpitantes por el beso y las mejillas encendidas con la sangre que todavía le hervía en las venas.
Puso las manos bajo el chorro de agua fría y se las llevó a la cara. Era una estupidez reaccionar de aquella manera. Cualquiera pensaría que nunca la habían besado. ¡Pero si ni siquiera había sido un beso de verdad! ¿Cuánto había durado? ¿Treinta segundos?
¿Un minuto entero?
«Una eternidad», dijo una vocecita interior que Pandora acalló firmemente. Tenía cosas mejores que hacer que preocuparse por un beso tonto, por mucho que hubiera durado. Tan sólo era una parte de la farsa que permitiría a Ran dejar Kendrick Hall cuanto antes y volver a África. Cuanto antes mejor, así ella podría volver a su alfarería y olvidarse del ardor de su boca, de lo inesperado de su sonrisa.
Mientras tanto, volvería a la mesa y fingiría que no le había molestado lo más mínimo que la hubiera besado. ¡Si Ran podía comportarse como si no hubiera sucedido nada, ella también!
Pandora se sintió orgullosa de la frialdad con que aceptó el menú. Él se había quitado la chaqueta, la camisa blanca le hacía parecer más duro y bronceado que nunca. Le estudió con disimulo por encima de la carta.
Leía su menú con las cejas ligeramente fruncidas y Pandora aprovechó para contemplar a sus anchas aquella boca fría y excitante.
¿Por qué tenía aquella fijación con su boca? Apartó la mirada bruscamente, pero aquello había bastado para inflamar el recuerdo del beso y la forma de sus labios siguió bailando ante ella, aunque se empeñó en no levantar los ojos del menú. ¿Qué tenía él para provocar aquella sensación de revoloteo en sus entrañas? Sólo había sido un hombre frío, agrio y desagradable con ella, y Pandora no creía que aquello tuviera algo que ver con su físico. Ran no era estrictamente guapo. Había algo duro en él, algo implacable y particular en sus rasgos que convertían la palabra guapo en un calificativo demasiado débil para aplicárselo. Era demasiado frío, demasiado duro, demasiado contenido.
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