Pandora no acertaba a definir aquello que le hacía tan diferente de los demás. Podía estar relacionado en aquel aire de eficiencia contenida que parecía tan suyo, o la sensación de fuerza oculta que lo destacaba por encima de todos los hombres que había en el restaurante. Después de todo, todos tenían dos ojos, una nariz, una boca… Sólo que ninguno de ellos tenía una boca que convirtiera sus huesos en agua cuando pensaba en ella.
«Se supone que no deberías estar pensando en su boca», se dijo a sí misma desesperada. «Te tenías que comportar como si nada hubiera sucedido, ¿lo recuerdas?»
Trató de concentrarse en el menú, pero sus ojos seguían atisbando subrepticiamente por encima y por los lados de la carta para contemplar sus manos, su pelo, el puente de su nariz.
Ran cerró el menú inesperadamente, levantó los ojos y la descubrió mirándolo. Pandora había olvidado lo penetrantes que podían ser sus ojos y una marea de rubor anegó sus mejillas. Ran arqueó una ceja al ver su expresión.
– ¿Has elegido ya?
– ¿Elegido? -preguntó ella sin comprender.
– Que si has visto algo que te apetezca comer -explicó él con una paciencia exagerada.
– ¡Ah, sí!
Pandora miró desesperadamente el menú, pero las letras continuaban bailando ante ella. ¡Tenía que dominarse!
– Yo… bueno, tomaré pollo.
«Pollo» fue la primera palabra que pudo leer, aunque no tenía la más remota idea de cómo estaba preparado.
– ¿Te encuentras bien, Pandora? -preguntó él, después de entregarle las cartas al camarero.
– Perfectamente.
– Pareces distraída. ¿Es normal en ti?
Pandora jugueteó con la servilleta y deseó que él no fuera tan observador.
– Tengo muchas cosas en que pensar -dijo con la intención de zanjar el tema, pero él no se dio por vencido.
– ¿Qué clase de cosas?
– Bien… la exposición, para empezar. Nunca he hecho una exposición en solitario, de modo que quiero que salga bien. Sólo me quedan dos semanas para acabar de prepararla. En realidad, no me puedo permitir perder todo este tiempo.
– Tampoco puedes comprar un jarrón chino, ¿no, Pandora?
– No -dijo ella, riñéndose por haber esperado un poco de comprensión de Ran Masterson.
– ¿Dónde va a ser la exposición?
– En la galería que hay en la plaza del mercado.
– La has organizado muy deprisa, ¿no? -preguntó él, frunciendo el ceño-. Creía que no llevabas mucho tiempo aquí.
– Unas seis semanas. En un principio, la galería iba a organizar una exposición del trabajo de Celia, ella también es ceramista, pero tuvieron que irse precipitadamente a los Estados Unidos.
«Cuando salí de la escuela de arte no tenía sitio donde trabajar. Durante una temporada, estuve utilizando los talleres de varios amigos y entonces fue cuando Celia sugirió que usara su taller mientras ella y su marido estaban fuera. Era perfecto. Vivir aquí sin tener que pagar un alquiler significa que puedo concentrarme en mi trabajo. Nunca había podido permitírmelo. Cuando Celia me presentó al propietario de la galería y sugirió que yo la sustituyera… Bueno, fue demasiado increíble para ser verdad.
Ran tomó un sorbo de vino y la miró por encima de la copa. Su expresión era inescrutable.
– No arruinarás la exposición por pasar un día haciendo de mi mujer, ¿verdad?
Pandora titubeó. ¿Cómo podía decirle que no se trataba tanto del tiempo sino de la pérdida de concentración y de las horas que pasaba pensando en él?
– No -reconoció de mala gana.
– En ese caso, será mejor que nos inventemos la historia de cómo nos conocimos, por si Myra y Elaine se les ocurre preguntar -dijo él, evidentemente consideraba que la exposición era un problema menor-. ¿Has estado alguna vez en África?
A Pandora, el repentino cambio de tema la pilló desprevenida.
– He estado en Italia.
– Italia no es África, ¿no te parece?
– Bueno, es lo más cerca que he estado -refunfuñó ella, todavía picada por su falta de interés en la exposición-. De acuerdo, Wickworth tampoco es la capital mundial del arte, pero por algo se empieza.
– ¡Hum! -murmuró él, frunciendo el ceño sin levantar la vista de su copa-, ¿Y tu familia? ¿Tampoco ha estado en África nadie de tu familia?
– Papá es vicario, siempre vamos de vacaciones a Escocia. Pero, ¿por qué tenemos que habernos conocido en África, vamos a ver? ¿Por qué no les decimos la verdad?
– ¿Cuál? ¿Que os atrapé a ti y a tu perro destrozando la herencia de mi familia?
Pandora alzó la barbilla.
– Al menos no tendríamos problemas para recordar la historia, tampoco tenemos que especificar cuándo sucedió.
– Por desgracia, Myra y Elaine ya saben que sólo puedo quedarme una semana más en Kendrick Hall. La gente no se casa en cuestión de unos pocos días, ¿a que no?
– Podría haber sido amor a primera vista, ¿qué te parece?
– Podríamos, pero no, ¿eh?
Pandora recordó la primera vez que lo había visto, alto, fuerte e iracundo.
– No, claro que no -dijo sin emoción en la voz.
– De todas maneras, ya les he dicho que has estado en África conmigo. Tendremos que inventarnos algo. ¿Tienes hermanos o hermanas?
– Dos hermanos. Ben todavía está estudiando y Harry acaba de graduarse como ingeniero. Ahora trabaja en Londres.
– Harry nos vendrá bien. Para nosotros estará trabajando en África. Le diremos a Myra y Elaine que nos conocimos cuando fuiste a visitarlo.
– Pero, ¿y si me preguntan cómo es aquello? Jamás he puesto un pie en África.
– Imagino que Myra y Elaine tampoco. Tienes que haber visto documentales en televisión. Lo único que tienes que hacer es dar rodeos y no parece que tengas muchas dificultades para hacer eso.
Pandora lo miró con hostilidad.
– Muy bien, hemos estado viviendo en África y regresamos a Inglaterra cuando supimos que habías heredado Kendrick Hall.
– Y ahora estamos entusiasmados con la idea de transformarlo en una casa para recibir huéspedes americanos -acabó Ran-. La verdad es que no es una trama complicada. ¿Crees que serás capaz de recordarla?
– Estoy convencida de que no será tan fácil como tú imaginas -dijo ella sombríamente-. Seguro que acabarán preguntándome algo de lo que no tenga ni idea, como si te gustan las coles de Bruselas o qué tal te llevas con mi madre.
– No creo probable que te examinen tan exhaustivamente. Si te preguntan algo que no sabes, tendrás que improvisar.
– Bueno, también ayudaría si me contaras algo sobre ti.
Ran pareció impacientarse.
– ¿Qué quieres saber?
¿Qué pensaría si extendía el brazo y le ponía la palma de la mano en la mejilla? ¿Cómo sería saber que, si le sonreía, él le devolvería la sonrisa? ¿Llegaría alguna vez el día en que fuera capaz de olvidar el beso que le había dado?
– ¡Oh! Pues eso, cosas -dijo ella, evitando su mirada-. Cuándo es tu cumpleaños, si tienes más hermanos, si siempre has sido tan malhumorado, esa clase de cosas.
– En absoluto tengo mal humor -dijo Ran, irritado-, Al menos, hasta que vi treinta mil libras destrozarse contra el suelo.
Pandora se atragantó con el vino.
– Tendría que haber imaginado que sería culpa mía.
– Vale, de acuerdo. Hasta que heredé Kendrick Hall -concedió él a regañadientes.
El camarero les sirvió los platos. Pandora tomó el cuchillo y el tenedor, un poco mortificada.
– La mayoría de gente se sentiría feliz de heredar una mansión tan encantadora como ésa.
– ¿Para qué quieres una casa en la que no puedes vivir? Aparte de todo lo demás, es demasiado grande para un hombre solo.
Pandora se concentró en el pollo.
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