– Si hubiera sabido que ibas a venir -suspiró Flora abrazando su cintura-. Era tan infeliz que no sabía qué hacer. Mi padre me convenció de ir a Australia, como había pensado, y él mismo me consiguió un vuelo.
– Ya lo sé. Les expliqué lo ocurrido a tus padres y me dijeron en qué vuelo estabas. Mi idea era buscarte en Londres antes de que te fueras, pero pensé en las ganas que tenías de ver el mundo y que quizás, si nos encontrábamos aquí, podíamos empezar de nuevo, lejos de todo. Por eso tomé el vuelo de Sydney esa misma noche.
Matt sonrió al recordar.
– Siempre llevo el pasaporte, en eso no tuve problema. Pero tuve que comprar ropa al llegar. Desde ayer no he hecho más que esperarte y han sido las horas más largas de mi vida, Flora -le acarició el pelo-. No puedo explicarte cómo me he sentido al verte aparecer después de tanto tiempo.
– Y aquí estamos -dijo Flora y lo miró con tanto amor que Matt tuvo que besarla.
– Aquí estamos -repitió lentamente y se preguntó si ella llegaría a saber algún día cuánto la amaba.
– Los dos solos -rió Flora besándole en la barbilla-. Sin nada que hacer…
Matt rió a su vez.
– Bueno, se me ocurre una cosa que hacer.
– Muy bien -susurró Flora en su oído-. Puedes llamar a tu madre y decirle que al fin tiene posibilidades de ser abuela.
– Podría -asintió Matt y la tomó de la mano, llevándola a la cama-. Pero lo haremos después.
Mucho más tarde, Flora se estiró con alegría bajo las posesivas manos de Matt.
– ¿Y todas esas historias que inventamos para Nell fueron una pérdida de tiempo?
– Oh, no lo sé -dijo Matt, simulando reflexionar-. No tenemos que planear la boda porque ya sabemos que será en la iglesia medieval y luego en tu casa, decorada con…
– Muchísimas flores -rió Flora-.Y ya no necesito anillo -señaló la cadena en su cuello.
– Es verdad -sonriendo, Matt abrió la cadena y dejó caer el anillo en su mano. Con gestos dulces, se lo colocó en el dedo-. Te quiero -dijo, mirándola a los ojos.
– Yo también te quiero -respondió Flora y le ofreció sus labios para un beso dulce y largo.
– Y tampoco tenemos que perder el tiempo hablando de la luna de miel -recordó Matt-. ¿Qué le dijiste a mi madre?
– Ya sabes, dunas y atardeceres, y estar horas tumbados escuchando caer los cocos…
– Eso es -Matt acarició el vientre desnudo de Flora-. Y todas esas noches tropicales…
– Creo recordar que dije algo de divorciarme si se te ocurría llamar al trabajo -le advirtió Flora, estremeciéndose bajo su caricia.
Al sentir su respuesta, Matt sonrió.
– ¿No podemos negociar eso? Tendré que hacer un par de llamadas, pero supongo que pueden vivir sin mí una temporada. Yo no puedo vivir sin ti -añadió y le besó un hombro.
– Podremos llegar a un acuerdo -se contentó Flora-. Somos muy buenos llegando a acuerdos.
Sintió la risa que sacudía el cuerpo de Matt.
– Es verdad -dijo-. Y tú tenías razón desde el primer momento.
– ¿Tenía?
– ¡Dijiste que estábamos hechos el uno para el otro el primer día que nos conocimos! -le recordó Matt-. Y así es, amor mío, así es.
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