– Eso no bastará -opinó Flora con lo que Matt consideró un espíritu práctico descorazonador-. Lo primero que preguntará tu madre y el resto del mundo es por qué -hizo una pausa-. Quizás debamos decir que ambos estábamos asustados por la idea del compromiso -era más o menos la verdad, pensó Flora con tristeza.
Matt no contestó. Sólo podía pensar en que Flora volvería a su piso y él se quedaría solo en aquel hotel.
– Hay una alternativa -dijo de pronto.
– ¿Qué quieres decir? -el corazón de Flora dio un brinco.
– Ya sé que acordamos que esto sólo duraría mientras estuviera mi madre, pero tampoco tenemos que anunciar la ruptura. Sería muy raro que siguieras trabajando para mí si nos peleamos -la voz de Matt se resentía del esfuerzo por no parecer demasiado ansioso-. ¿Por qué no esperamos hasta que vuelva Paige y tú te marches a Australia? Sería un momento mucho más lógico.
– ¿Y mientras tanto? -preguntó Flora.
Matt fue hasta ella y le puso las manos en los hombros.
– Mientras tanto, estarás aquí y no tendremos que dar explicaciones. Podemos seguir como hasta ahora -acarició posesivamente la piel desnuda de sus hombros-. Han sido dos semanas buenas, ¿verdad?
– Claro que sí -dijo Flora sin poder negarlo.
– ¿Qué dices entonces? -las manos de Matt acariciaron su cuello-. No quiero atarte, Flora -dijo al verla vacilar-. Tú eres un espíritu libre, ya lo sé. Es una de las cosas que…
Se contuvo a tiempo. ¿Iba a decir realmente «amo en ti»? Seguro que no. Él nunca utilizaba esa clase de palabras vagas y sentimentales.
– Es una de las cosas que más me gusta de ti -siguió-. No nos interesa el compromiso a largo plazo, pero estamos bien juntos y no quiero que termine tan pronto. Pero si tú quieres que lo dejemos ahora -propuso-, haré lo que quieras. Te daré tu dinero y podrás marcharte cuando quieras.
– ¿Y si no quiero marcharme? -había una temblorosa sonrisa en los labios de Flora y al verla Matt sintió que el alivio lo inundaba.
– Quédate conmigo cuando se marche mi madre -pidió.
El tono de urgencia de su voz, apenas encubierto, emocionó a Flora.
– ¿Sin bonificación especial? -dijo, ladeando la cabeza.
– Ni un duro -sonrió Matt-. Quiero que te quedes porque quieres quedarte, no por el viaje.
Flora sabía que cuanto más se quedara, más difícil sería marcharse luego. Pero sabía que iba a ser muy desgraciada cuando se separaran, ¿cómo negarse a unas semanas más de felicidad?
– ¿Hasta que vuelva Paige? -preguntó para estar segura de no alimentar falsas esperanzas.
– Hasta que vuelva Paige.
Flora lo miró y supo que se quedaría tanto tiempo como él le pidiera.
– ¿Qué dices? -la voz de Matt era tranquila, pero Flora sentía su tensión y la seguridad de que la quería con él, aunque fuera sólo un tiempo, le bastaba.
Sonriendo, Flora abrazó la cintura de Matt y dejó que la fortaleza de su cuerpo ahuyentara el temor al futuro.
– Quiero quedarme -dijo.
Al día siguiente fueron a comer con Nell para despedirla. La mujer estaba tan brillante y feliz como siempre y Flora, resplandeciente de alegría, no pudo evitar tomar su mano impulsivamente para estrecharla.
– Vamos a echarte de menos -dijo con afecto.
– Pronto volveré -dijo Nell, emocionada-. Y la próxima vez, quiero escuchar planes de boda reales -miró a su hijo con severidad-. Nada de tonterías sobre el final de un negocio.
– No, mamá.
Nell alzó los ojos al cielo ante su tono obediente.
– A veces me pregunto si te das cuenta de la suerte que has tenido al conocer a Flora.
Matt miró a Flora, luego a su madre y la mirada burlona se evaporó de sus ojos.
– Lo sé -dijo, y Nell asintió, satisfecha por su respuesta.
Entonces se inclinó y sacó una caja de piel de su bolso.
– Quiero que guardes esto -dijo tendiéndosela a Flora.
– ¿Qué es?
– Ábrelo.
Dentro del estuche reposaba un hermoso colgante de diamantes con una cadena de oro bruñida por años de uso.
– Scott me lo regaló cuando nació Matt -dijo Nell con una sonrisa temblorosa-, Pero mi cuello es demasiado viejo para eso y me parece que tú deberías tenerlo, Flora. Quiero que Matt y tú seáis tan felices juntos como lo fuimos Scott y yo.
– Oh, Nell -los ojos de Flora se llenaron de lágrimas. Odiaba aceptar algo tan importante para la madre de Matt, pero cómo podía negarse sin confesar la verdad y herirla profundamente.
– Gracias -fue todo lo que dijo, pero Nell supo que Flora entendía lo que significaba el colgante para ella.
– No te pongas a llorar o me emocionaré -dijo Nell-. Y este es un día feliz. Por fin os deshacéis de mí. Me extraña que no pidas champán, Matt -añadió con una sonrisa irónica.
Matt alzó la mano para atraer la atención del camarero.
– Vamos a tomar champán -esperó a que lo sirvieran y sólo entonces prosiguió, alzando la copa-. Por ti, madre. Gracias -añadió mirándola a los ojos.
– Es gracioso, pero la echo de menos realmente -dijo Flora horas más tarde cuando descansaban en la cama, enlazados-. Apenas nos hemos visto, pero me dolió despedirme.
Matt hizo un sonido poco convencido y Flora lo miró.
– Oh, vamos, no disimules. Tú la adoras. ¿Por qué no puedes decirlo?
¿Por qué? Matt cruzó las manos detrás de su cabeza.
– Supongo que crecí pensando que los hombres no muestran sus emociones -dijo lentamente-. Mi madre siempre se extrañó de que no llorara más cuando murió mi padre, pero tenía miedo de que ella se asustara si le decía cuánto lo echaba de menos.
Flora se acomodó contra su costado y puso la cabeza en su hombro. Matt le pasó el brazo por la espalda para acercarla a él.
– ¿Cómo era? -preguntó Flora.
Matt frunció el ceño.
– Era un hombre ocupado, algo distante. Salvo con mi madre. Incluso de muy pequeño yo era consciente del amor que sentían el uno por el otro. Y pensándolo ahora, creo que me sentía excluido de su intenso vínculo. No digo que mi padre me ignorara, pero no recuerdo gestos afectuosos por su parte. Sólo recuerdo la sensación de que debía hacerlo todo tan bien como él.
Hizo una pausa, recordando el pasado, sintiéndose extrañamente reconfortado por la presencia de Flora a su lado.
– Mi madre conoció a un hombre muy diferente, pero para mí, él siempre fue inaccesible. Lo malo era que yo interpretaba su reserva como indiferencia.
– Estoy segura de que te quería -dijo Flora cariñosamente.
– Desde luego, pero pasé treinta años de mi vida creyendo que no -explicó Matt con una sombra de amargura-. El año pasado un gran amigo de mi padre murió y me dejó sus cartas y al leerlas me di cuenta de lo importante que yo era para él. Le decía a su amigo que me quería, que estaba orgulloso de mí, pero a mí no podía decírmelo.
Flora escuchó el dolor antiguo en su voz y deseó poder consolarlo.
– Tu padre era de otra generación -dijo con la mayor suavidad-. No sabía expresar sus emociones. Mi padre es igual. Le entra sudor frío si alguien empieza a hablar de sentimientos. Si tu padre hubiera vivido te hubiera mostrado de mil maneras lo que eras para él.
Matt guardó silencio, pero Flora sabía que la escuchaba atentamente.
– Es muy triste que tu padre no supiera expresar su amor por ti, pero lo importante era que te quería. No tienes por qué cometer el mismo error que él.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matt con repentina tensión.
– Tú siempre lo guardas todo dentro de ti, como hacía tu padre. Él al menos hablaba con tu madre y tú no confías en nadie.
Matt pensó que a ella le había contado lo que no había contado a nadie, pero la idea le hizo sentirse incómodo y vulnerable. El problema era que no sabía cómo se sentía y no quería decírselo a alguien que en pocas semanas se habría marchado. En lugar de decir que odiaba la idea de que ella se marchara, habló para poner distancia.
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