Lynsey Stevens - Volver a tus Brazos

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Shea había quedado devastada cuando su amor de juventud la había abandonado para seguir su carrera. Alex Finlay había sido toda su vida, ¿Cómo podía culparla de haberse refugiado en su primo en busca de consuelo?
Durante diez años, el pensamiento de que Shea se había casado con otro había acosado a Alex. Ahora volvía, rico y con éxito, para reunirse con la viuda. Nada parecía interponerse entre ellos excepto el secreto de Shea: Alex era el verdadero padre de su hijo.
Cuando descubrió la verdad, Alex quiso formar una familia con Shea. Sólo había una cosa que se lo impedía: no podía dejar de pensar en ella como la mujer de su primo.

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– No te des prisa. Puedo esperar

La voz profunda de Alex le hizo levantar la cabeza y supo que había fracasado en aparentar indiferencia mientras el sonrojo le subía a las mejillas. Alex había empujado la puerta con delicadeza y sus ojos castaños estaban fijamente clavados en ella.

Shea tragó saliva con rapidez.

– Pasa, Alex -dijo sorprendida de sí misma por su tono profesional.

– Prepararé café, ¿te parece bien? -pregunto animada Debbie.

Alex le dio las gracias con su sonrisa encantadora y la otra chica se sonrojó de placer mientras salía apresurada.

Alex cerró la puerta y se apoyó con naturalidad contra ella. Ese día había dejado su traje de negocios y llevaba unos vaqueros y una camisa verde pálida. Las mangas cortas resaltaban los bíceps musculosos y la suave tela se amoldaba a los contornos de su amplio pecho y su plano vientre.

En todo aquello se fijó Shea mientras el silencio se prolongaba entre ellos.

Entonces, de repente, Shea visualizó la imagen de los dos en la terraza con los cuerpos muy apretados y sus sentidos empezaron a traicionarla como siempre.

– ¿Puedo sentarme?

Él se acercó al escritorio con una falta de timidez que ella no pudo sino dejar de admirar. Cómo desearía ella emanar tal confianza. Pero él estaba indicando la silla pegada a la pared y ella asintió.

– Por supuesto -contestó con rapidez con la voz casi normal.

Alex acercó la silla a la mesa y se sentó con una gracia y sensualidad inconscientes.

Los latidos del corazón de Shea se aceleraron y agradeció haberse puesto una blusa de cuello alto para que no se le notaran en la base del cuello.

Sabía que tenía que decir algo, superar la oleada de nerviosismo que siempre la asaltaba cuando lo tenía al lado. ¿Pero qué? ¿Qué podría decir después de lo de la noche anterior?, se preguntó con desesperación.

¿No era el ataque la mejor forma de defensa? Inspiró para calmarse.

– Alex, antes de que empecemos a hablar de la renta, siento que… -tragó saliva de nuevo-. Acerca de lo de anoche. Creo que debería disculparme.

– ¿Disculparte por qué? -preguntó con tal desapasionamiento que desató la rabia de Shea.

Y ella se aferró agradecida a aquella rabia. Era mucho más fácil que aferrarse a otra emoción más peligrosa que siempre amenazaba con hacerla perder la frialdad.

– Quiero disculparme por permitir que la situación se me escapara de las manos -replicó sin rodeos-. Por dejar siquiera que sucediera.

Él se encogió de hombros.

– Había dos personas en esa terraza anoche, Shea. ¿Por qué culparte a ti misma?

– Sí, bueno, dejando lo de la culpa a un lado, quisiera dejar muy claro que lo de anoche fue un breve traspié por mi parte y que puedes estar seguro de que no volverá a suceder.

Alex esbozó una breve sonrisa.

– Es una pena. Los dos disfrutamos mucho.

– Estás muy equivocado -replicó indignada Shea.

– ¿Equivocado en qué? ¿En que disfrutamos? Creo que sí lo hicimos.

– Por supuesto que yo no disfruté. Y viéndolo en retrospectiva, estoy muy enfadada conmigo misma por haberte hecho equivocarte.

– Yo no creo que me hayas hecho equivocarme.

Una pequeña sonrisa jugó en su boca y Shea se puso rígida de enfado.

– Oh, por Dios bendito, Alex. Si estás disfrutando de algún tipo de diversión perversa a mis expensas, será mejor que te vayas, porque te puedo asegurar que estoy muy ocupada como para perder el tiempo.

Alex se estiró en su silla.

– Eso está fuera de lugar considerando que yo estoy dispuesto a discutir el asunto que tú decidas.

Su sonrisa burlona encendió aún más su rabia, pero tuvo que contener la respuesta porque en ese mismo instante, Debbie entró con la bandeja de café.

Alex se levantó al instante para quitársela de las manos y su preciosa sonrisa hechizó a la joven de nuevo.

– Gracias, Debbie -dijo Shea con sequedad.

Debbie se apresuró a salir con una mirada de soslayo a su jefa.

– Mira, Alex -continuó ella cuando los dos tuvieron el café servido-. Intento ser racional con respecto a esto.

– ¿Por qué?

– ¿Que por qué? Porque somos dos adultos y, como tú mismo me has recordado antes, tendremos que vernos ocasionalmente. Estoy intentando hacer que una situación difícil sea lo menos complicada posible.

Alex se reclinó contra el respaldo y cruzó las piernas.

– ¿Lo menos complicada posible?

– Las cosas sólo se complicarán si nosotros lo permitimos -dijo ella con mucha más calma de la que sentía.

Si Alex siquiera supiera lo complejo que era todo el asunto.

– La verdad es que hemos recorrido un largo camino, Shea. Yo no puedo olvidarlo -mantuvo la vista clavada en ella-. Y después de lo de anoche, no creo que tú puedas tampoco.

Se llevó entonces la taza a los labios con calma.

– Anoche, bueno, admito que me deje llevar un poco por… por la vista, por la tarde, quizá por un momento de nostalgia romántica. Eso no quiere decir que piense seguir con esa desafortunada indiscreción a la luz del día.

Alex bajó los párpados y la miró durante un largo instante.

– Quizá hayas cambiado más de lo que yo había pensado. En el pasado al menos eras sincera.

– Quizá simplemente no esté diciendo lo que tú quieres escuchar -sugirió ella encogiéndose de hombros con una ligera sensación de culpabilidad-. Y estoy siendo sincera, Alex. ¿Por qué no iba a serlo?

– Sólo tú tienes la respuesta -dijo él con suavidad.

– No creo que esta conversación nos lleve a ningún sitio -Shea señaló su pila de pedidos-. Dejémoslo como está. Ha llovido mucho en estos once años.

– Ese es un dicho muy ambiguo. ¿Qué quieres decir exactamente?

– Lo evidente. Que nos somos las mismas personas de hace once años. La gente, las situaciones, cambian.

– Sigues siendo muy ambigua.

Shea apretó los labios con irritación.

– ¿Y cómo de específica quieres que sea? -mantuvo la vista cavada en él-. Me temo que no quiero mantener una relación, ni física ni emocionalmente. ¿Es eso lo bastante específico para ti?

– ¿Quiere decir eso que hay alguien más?

Shea enarcó las cejas con sorpresa.

– ¿Y qué tiene que ver eso?

Alex se encogió de hombros.

– Podría explicar algunas cosas. Han pasado cuatro años desde la muerte de Jamie. ¿Sería de extrañar?

Él apoyó los codos en la silla y su mirada cautelosa siguió clavada en ella.

– No, supongo que no.

El ambiente de la habitación pareció rasgarse de la tensión. A Shea le latía el corazón con tanta fuerza que creyó que él debía de estar oyéndolo.

– ¿De quién se trata? -preguntó él con estudiada indiferencia.

Capítulo 9

– REALMENTE no creo que eso sea asunto tuyo -se encaró ella, negándole el derecho a meterse en su vida.

– ¿Se trata de Aston? ¿Ese tipo llorón que se suponía que llevaba tus asuntos? Es un poco blandengue, ¿verdad? Estuve a punto de firmar el contrato sólo para deshacerme de él.

– David es su joven muy agradable.

– ¿Agradable? -Alex retorció los labios con desdén-. Él nunca sabría llevarte, Shea.

Shea sintió que el color le subía a las mejillas.

– No sé lo que quieres decir.

– Por supuesto que lo sabes.

Sus ojos se mantuvieron clavados en los del otro, tormentosos, conmovidos por los recuerdos de lo que habían compartido, recuerdos que mantenían el ambiente denso a su alrededor.

– Y los dos sabemos que yo sí. Y lo he hecho.

¿Cómo se atrevía él a sugerir que ella podría caer con tanta facilidad bajo su atracción?

– Vaya, el arrogante…

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