Ante la mirada penetrante que le lanzó Carter, añadió:
– Oh, pero querrán hacerlo, y el St. Regis ofrece la mejor cena de Nueva York. Está el restaurante de cinco estrellas en la…
Carter sacó un billete y lo extendió en la dirección del otro.
– Oh, no hace falta, señor -dijo el hombre, secándose el sudor de la frente-. Ha sido un placer. ¿Puedo traerles hielo? ¿Algunas toallas adicionales?
Metió el billete en el bolsillo de la pechera del botones.
– Si se marcha, será una buena idea -dijo. Con numerosos «sí, señor», el hombre retrocedió hasta dejar la habitación.
– ¿Qué le has hecho a ese pobre hombre? -preguntó Mallory, asomando la cabeza por la puerta de su habitación.
– Lo amenacé con dispararle con una pistola no registrada -respondió.
– ¿Qué?
– Sólo bromeaba. ¿Quieres comer algo?
– No, gracias. Almorcé en el avión -pareció pensativa-. No fue bueno, pero sí suficiente.
– Sí… -también él se sentía pensativo-. No te importará cenar sola, ¿verdad? He concertado algunas citas, con mujeres a las que conozco desde hace tiempo, pensé que se sentirían dolidas si no las llamaba. Para empezar, Athena esta noche y Brie mañana.
– ¿Y Calpurnia el jueves por la noche? ¿Cuál es tu plan, empezar por la A y descender por el alfabeto entero? -se obligó a sonreír como si bromeara.
Él se ruborizó.
– Mmmm, sí.
– Quizá alcancemos un acuerdo con los demandantes, antes de que llegues a Zelda -debería haberlo imaginado. ¿Es que había pensado que la invitaría a cenar con él? De lo contrario, ¿de dónde salía su decepción?-. Claro que no me importa -mintió- Que compartamos la suite no debe obligarnos a creer que debemos pasar algo de tiempo juntos socialmente.
– No quería dar a entender… Quiero decir… mi intención…
– De hecho, yo también tengo planes para esta noche -dijo. «Mientras tú te revuelcas con Athena, yo tomaré comida extraña con mi hermano extraño». La última vez que había visto a Macon, le había entusiasmado la cocina tibetana. La había descubierto en Internet.
– ¿Vas a salir?
– Sí. Y también saldré otras noches. Así que no pienses que voy a ponerle trabas a tu estilo de vida. Estamos aquí para trabajar juntos -resumió.
Luego giró en redondo y regresó a su habitación. Al marcar el número de Macon, recibió el mismo consejo que la noche anterior, que le enviara un correo electrónico. Conectó el portátil a la red telefónica y abrió su correo.
Y ahí encontró un mensaje de Macon: querida mallory en este momento no me encuentro en nueva york estoy en pennsylvania lo siento ya nos reuniremos en otra ocasión . Sin mayúsculas, sin puntuación. Y sin firma. No sentía la necesidad de firmar un correo electrónico cuando su nombre completo figuraba en la dirección.
De modo que Macon no estaba para proporcionarle una excusa para salir esa noche, o un medio para competir con Carter por el premio a la «Vida Nocturna Más Activa»
Se hallaba en medio de un profundo suspiro cuando la voz de Carter atronó desde ninguna parte.
– ¡Mallory! -gritó a través de la puerta cerrada.
– ¡Qué!
– Olvidé traer calcetines.
Clavó la vista en la puerta un minuto.
– Yo no tejo.
Oyó un sonido similar al bufido de un toro. Pensó que si hubiera leído los libros de su madre, no se habría olvidado los calcetines. Le prestaría su ejemplar autografiado. Abrió la puerta para que no tuvieran que gritarse.
– Me voy a Bloomingdale's a comprar unos pares. Me preguntaba si habías olvidado algo y querías acompañarme.
Fue su turno de quedar sorprendida.
– Oh. Gracias, yo… -«claro que no he olvidado nada. Jamás olvido nada. Cuando haces una lista adecuada…». Claro -aceptó-. Iré contigo. Puede que encuentre algún regalo de navidad en la sección de hombres.
Sintió que ardía por dentro. De hecho, jadeaba. Carter la había invitado a salir.
«Te pidió que lo acompañaras a Bloomingdale's. Cálmate».
Por primera vez se le ocurrió pensar que no era menos discapacitada socialmente que su hermano. Debía de tratarse de alguna influencia de su infancia. Por otro lado, dominaba la organización y la eficacia como muy pocas personas podían alardear de hacerlo. Salvo que empezaba a preguntarse si era algo de lo que vanagloriarse.
Quince minutos más tarde, Carter elegía calcetines al azar de la amplia colección de la sección de hombres en la primera planta de Bloomingdale's. Mallory mantenía un ojo en él mientras dudaba entre un jersey negro de cachemira de cuello vuelto y uno de cuello en V beige para Macon.
Cuando volvió a mirarlo, había construido una tambaleante torre de calcetines cerca de la caja. Ya no pudo soportarlo más. Con el fin de proporcionarse un motivo legítimo para ir también a la caja, agarró un jersey sin siquiera mirarlo.
– ¿Carter?
– ¿Mmmm? Siete, ocho, nueve…
– ¿Esto será todo, señorita? -un dependiente joven e impecable se materializó ante ella y le quitó el jersey de las manos.
– Sí, gracias -comentó distraída, y sacó su única tarjeta de crédito de su bolso de mano-. Carter -repitió-, si me permites hacerte una sugerencia, en realidad sólo necesitas un par.
Con los calcetines apretados en el puño, se detuvo, giró la cabeza y la miró. La sonrisa que le dedicó no fue cálida, y el vendedor que lo ayudaba puso una expresión venenosa cuando la miró.
– Tal como yo lo veo, necesito una docena.
– No si lavas un par cada noche.
Su mirada se intensificó y sus palabras salieron más pausadas:
– ¿Y por qué querría hacer eso?
– Porque es… -titubeó-. Es más eficiente. No tendrás que llevarte todos esos calcetines en la maleta. No tendrás que guardar tantos calcetines extra en casa. Y si compras calcetines iguales, podrás formar pares nuevos cuando alguno tenga un agujero.
– Pero tendré que lavar calcetines cada noche.
Parecía estar más cerca de ella que unos segundos atrás. Las palabras fueron soplos de aliento sobre su mejilla.
Tuvo que obligarse a mantener el contacto visual.
– Sí, así es.
– Si compro una docena, cuando me queden sólo cuatro pares, mandaré los demás a la lavandería del hotel.
La voz vibró por su columna vertebral cuando se acercó medio paso más. No era la dirección que había querido que tomara la conversación, pero no quería que terminara.
– Compara el coste dijo después de tragar saliva- de una docena de pares, más la tarifa de la lavandería, con el de un par que tendrás que lavar -molla misma se sintió como unos calcetines aclarándose en las aguas azules de sus ojos.
– Me cambio cuando salgo por la noche. Eso significa que tendré que lavar dos pares cada noche.
– Bueno, sí.
– ¿Y si no están secos por la mañana?
– Lo estarán si los estrujas bien y les extraes casi toda la humedad envolviéndolos en una toalla, pero si te preocupa tanto eso, quizá necesites tres pares.
La miró largo rato, derritiéndola con sus ojos, con la boca apenas a unos centímetros de la de ella… hasta que se dio la vuelta.
– Póngalos todos -le dijo al vendedor.
Mallory sintió que su columna vertebral se convertía en gelatina. Vio que el vendedor de Carter le dedicaba una expresión llena de triunfo. Por el rabillo del ojo vio que su propio vendedor guardaba un jersey anaranjado con rayas azules diagonales en una caja de regalo. Su visión la aturdió. ¿Cómo había llegado a elegir ese jersey? Lo más probable era que Macon terminara por creer que había perdido el juicio.
Lo cual era verdad. No sólo eso, sino que había vuelto a estropearlo con Carter. No tenía ni idea de cómo lograr que la viera como una mujer.
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