Barbara Daly - Navidad Mágica

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Quizá perder el control no fuera muy sensato, pero… ¿cuándo ha sido divertido ser sensata?
La abogada de Chicago Mallory Trent siempre había seguido las normas de su madre para ser práctica. Pero así no iba a conseguir atraer a Carter Compton, el guapísimo fiscal que desearía tener como regalo de Navidad.
Entonces los enviaron a Manhattan para trabajar en un caso. Mientras él hablaba de trabajo ella fantaseaba con él. Así que decidió llamar a una agencia en la que le prometieron darle un nuevo yo.
Con aquel traje rojo y su nueva actitud, Mallory acorraló al sorprendido abogado bajo el muérdago…

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Muchos de los diplomas procedían de escuelas por correspondencia y declaraban que había concluido con éxito cursos en una asombrosa variedad de campos, desde las matemáticas hasta la cerámica.

– No les prestes atención -Maybelle los descartó con un gesto displicente de la mano. Los diamantes enormes de sus anillos proyectaron arco iris por el techo alto de la habitación-. Tomé esos cursos para pasar el rato y educarme a la muerte de Hadley. Mi marido -explicó.

– Lo siento dijo Mallory.

– Yo también lo sentí, y me aburrí mucho sin tener a alguien con quien pelearme -avanzó a lo largo de la pared, seguida de Mallory.

Ahí había diplomas escritos en caracteres chinos y uno de la Escuela de Diseño Parsons.

– ¿Ha sido diseñadora de interiores? -preguntó, mirando otra vez el escritorio.

– Oh, sí. Fue ahí cuando más me divertí.

– Además de ser un campo lucrativo.

– No -Maybelle se mostró reflexiva-. El dinero jamás me interesó mucho. Sin embargo, me aburro con facilidad, de modo que lo siguiente que saqué fue un doctorado en Psicología Clínica…

El café se vertió sobre los únicos pantalones negros de Mallory.

– … para saber a lo que vosotros, los jóvenes, os enfrentáis en el mundo de los negocios. ¿A qué campo profesional has dicho que te dedicabas?

El doctorado era de la universidad Johns Hopkins.

– Soy abogada -respondió con más humildad.

– Puede que sea el siguiente diploma que consiga declaró Maybelle-. La media naranja de Dickie está involucrado en una demanda con un montón de gente, y he de decirte que el abogado que los lleva se va a forrar cuando acabe todo.

Mallory se puso tensa.

– Ah, ¿qué clase de demanda?

Maybelle regresó al escritorio y Mallory volvió a seguirla.

– Sucedió algo descabellado -comenzó mientras se sentaba-. Tiene el gusanillo del mundo del espectáculo, e iba a una audición para un papel en el que querían a un pelirrojo… No podía ser. Era imposible.

– Ahora que hemos llegado a conocernos, ¿te importa si me quito la chaqueta? -Maybelle se interrumpió a sí misma, quitándosela sin aguardar una respuesta.

– Por supuesto que… -miró la camiseta que había debajo de la chaqueta- no -no exhibía el habitual motivo de piel de serpiente. Retrataba a una pitón enroscada en torno al cuerpo flaco de Maybelle, con la cabeza bajando por un hombro.

– … y ese líquido le tiñó la cabeza de verde.

– ¡No! -exclamó, quebrando el contacto visual con la pitón al darse cuenta de que tenía algo mucho peor que una serpiente de lo que preocuparse.

– Oh, sí -corroboró, malinterpretando la reacción explosiva de Mallory-. Y es muy minucioso en eso del desarrollo del personaje, ¿sabes? De modo que no sólo se tiñó el pelo de la cabeza, no señor. Se tiñó todo, si entiendes por dónde voy.

Mallory, sentada en el mismo borde del sillón, preguntó:

– ¿Quiere decir que…?

– Quiero decir que durante un tiempo hasta sus genitales fueron verdes -respondió Maybelle-. Y quiero asegurarte que estaba muy disgustado -hizo una pausa momentánea-. Tienen un apartamento aquí, en la casa. La conversación a veces se vuelve muy personal.

– Maybelle, hay algo que debo decirle -comenzó Mallory. ¿Cómo iba a poder ayudarla si tenía un conflicto de intereses?

Maybelle se adelantó.

– Desde luego, y aquí estoy yo hablando de otras cosas. Todas venís en busca de ayuda. Mallory sopesó sus opciones. Esa mujer podía estar chiflada, pero tenía todos esos diplomas y esos diamantes, y poseía ojos inteligentes. ¿Por qué debía saber que estaba en el bando contrario en la demanda de su inquilino? Sólo porque ella se sentía moralmente obligada a contárselo. Pero, ¿por qué? Si Maybelle estuviera involucrada en el caso, sería diferente, pero…

Mientras su mente daba vueltas en círculos, Maybelle continuó:

– No sé qué es lo que te preocupa tanto. Eres bonita. Eres inteligente. ¿Qué quieres cambiar?

¿De lugar? ¿Volver al hotel y recordar esa experiencia únicamente como una velada interesante? Después de sopesar todas las pruebas, la conclusión a la que llegó fue que en el transcurso de un día trascendental, había pedido algo a Santa Claus, se había presentado allí, había empleado una aldaba fálica y no había huido. Quizá nunca volviera a mostrar ese valor. «Es ahora o nunca».

– A mí -susurró-. Quiero cambiarme, desde dentro.

Capítulo 5

– La boda fue un éxito -comentó Athena-. Tenía que competir con todas esas esnobs con que se acompaña la princesa y sabía que no había un diseñador en la faz de la tierra que las impresionara, de modo que bajé a la Cuarenta Oeste y compré toneladas y toneladas de chifón de seda en distintos colores, y entonces…

«Quizá se hizo la liposucción y por accidente le succionaron el cerebro junto con la grasa». Carter forzó una sonrisa dedicada a la mujer que tenía sentada frente a él en Le Bernardin. Athena medía un metro ochenta y estaba aún más flaca que la última vez que la había visto, cuando había pesado unos cuarenta y cuatro kilos. La cena que no estaba tomando, le iba a costar, tranquilamente, unos doscientos cincuenta dólares.

– … Instituto de Moda, y la enrolló a mi alrededor como si fuera una toga -hizo una breve pausa-. Más o menos como una toga, porque las togas por lo general son blancas, ¿verdad? Pero esta no lo era… esta era de todos esos colores que yo había elegido, de modo…

«Gracias por aclarármelo». Trató de imaginar que mantenía una conversación de ese estilo con Mallory, pero no pudo. «Me pregunto con quién habrá salido. ¿Alguien a quien conoce desde hace tiempo? ¿Un amigo de la familia? ¿Un pariente?»

Era verdad que Mallory y él habían mantenido una conversación sobre calcetines. ¿Qué sentido había tenido toda esa escena? Se había acercado con aire remilgado para interferir en su compra de calcetines, como si supiera mejor que él los que iba a necesitar… y al tenerla allí de pie, bastante irritado con esa actitud de sabidilla, había experimentado el impulso extraño de besarla. Cuanto más cerca había estado, más fuerte el impulso. Había tenido que controlarse para no besarla en la tienda.

– Cuando esa anoréxica de Simonetta me vio, chilló. Luego se me acercó corriendo y me dijo: «¿Quién te hizo ese vestido tan divino?», pero lo dijo en italiano, y yo pensé que intentaba atacarme por haber subido la oferta por aquel apartamento que ella quería, así que me enfadé de verdad y estuve a punto de tirarle del pelo, pero Fernando se presento justo a tiempo y me tradujo al inglés lo que había dicho…

– ¿Postre? -preguntó, con la esperanza de no sonar tan desesperado como se sentía.

– En cuanto termine de contarte -respondió Athena-. De modo que le dije que había encontrado un diseñador nuevo del que no pensaba hablarle a nadie hasta estar segura de tener su más absoluta y total lealtad -frunció los labios brillantes y carnosos hasta formar una línea severa.

– Le robaste el apartamento -indicó Carter-. ¿No crees que le debes un diseñador de ropa? -santo cielo, me estoy metiendo en la conversación. Dentro de diez minutos le preguntaré si soy más un tipo de hombre Brioni o… ¿cómo se llamaba aquel tipo de los trajes cruzados amplios? Ambrose. Armand. Eso es, creo, Ar…»

Athena plantó los diez centímetros de tacón de aguja en el suelo debajo de la mesa. Fue lo bastante dramático como para sobresaltarlo.

– No había ningún diseñador -manifestó, con voz grave-. Era un estudiante del Instituto de Moda. Ahí estaba la gracia, que hice algo realmente creativo y dejé a Simonetta aturdida, y tú ni siquiera me escuchabas.

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