– ¿En qué pensabas cuando lo hiciste? preguntó al final.
– No lo sé.
– ¿Por qué tenías mostaza en el bolsillo? ¿Llevaste a Athena a comer una hamburguesa?
– No, Athena y yo fuimos a comer pescado crudo muy caro. Luego yo fui a comer una hamburguesa.
– Oh -se pasó al hombro un bolso negro, recogió el maletín y se dirigió hacia la puerta. Lo miró brevemente.
Su papel era seguirla hacia los ascensores, lo que hizo, sintiéndose como un joven avergonzado. ¿Qué lo había impulsado a cometer un acto tan infantil como mancharla de mostaza? Ese extraño comportamiento debía tener algo que ver con el humor con el que había llegado a casa después de soportar dos horas de conversación vacía con Athena y encontrar a Mallory perfectamente arreglada y trabajando. Ese estado de ánimo, más el efecto que ella estaba ejerciendo en él, hacían que volviera a comportarse como un adolescente.
Mientras le miraba la espalda y tenía esos pensamientos realizó un descubrimiento importante. Tenía el trasero más bonito, redondeado y pequeño que cualquier hombre podía esperar encontrar en una mujer. De pronto, ella se volvió y Carter alzó con celeridad la vista, pero no antes de que ella lo sorprendiera mirándole el trasero.
«Un buen comienzo para conseguir que te respete». Lo único que había conseguido hasta el momento era hacer que Mallory pareciera un poco menos respetable con esa chaqueta roja. La chaqueta que le realzaba el trasero. «Para ya, Compton». Llegaron al vestíbulo y pudo oler huevos y beicon, oyó el sonido de los cubiertos. Pretendía tomar un desayuno opíparo.
Ayudaría que ella estuviera sentada. Si es que era capaz de mantener los ojos apartados del escote. Descendía entre sus pechos, que la chaqueta hacía sobresalir y a los que se pegaba.
El calor lo recorría en oleadas, y sólo era el desayuno. Debía mantener las manos lejos de ella. Si no lo hacía, el respeto que sentía por él alcanzaría el punto más bajo desde que se conocían. Era duro. Era fuerte. Podía hacerlo. No había problema.
– Señorita Angell -dijo Carter, y extendió la mano-. Carter Compton.
– Mallory Trent -se presentó Mallory y también alargó la mano-. Me alegro de conocerla en persona después de todas las conversaciones tele… -calló. El problema era que Phoebe Angell aún sostenía la mano de Carter y parecía estar derritiéndose delante de los dos.
Era tan alta como Mallory y ahí se terminaba el parecido. Phoebe Angell tenía el pelo negro y lo llevaba corto y en varias direcciones, penetrantes ojos negros, piel del color de un flan de almendras, los labios y las uñas de un gris metálico y una falda de piel negra lo bastante corta como para que en Illinois le quitaran la licencia para ejercer la abogacía. La lucía con una blusa blanca impecable. Zapatos rojos puntiagudos, a la moda, y tacones de diez centímetros. En una palabra, era impresionante.
Mallory supuso que podía vestirse de esa manera porque ejercía la abogacía con su padre. El bufete de Angell & Angell se hallaba situado en un prestigioso edificio del centro y en una planta alta. Estando sólo ellos dos, con un personal de apoyo compuesto de ayudantes y pasantes, no era un bufete grande, pero sí lujoso. Mallory se preguntó qué era lo que ambicionaba Phoebe Angell, por qué consideraba que ganar ese caso sería un punto crucial en su vida profesional.
Los tres se hallaban en la puerta abierta del despacho de Phoebe, donde ésta había salido a recibirlos. Un retrato enorme de Alphonse Angell dominaba la pared que había frente a su escritorio. Hombre de aspecto formidable, ni siquiera había esbozado una sonrisa para posar. Mallory se preguntó cómo conseguía Phoebe sacar adelante algún trabajo bajo el escrutinio vigilante de esos fríos ojos negros. Tembló.
Después de haber evaluado a la oposición con la mano aún colgando en el aire, Mallory miró de reojo al hombre que se suponía que estaba de su lado. Quizá fuera una fantasía proyectada por su propio cerebro, pero daba la impresión de querer recuperar la mano, y la sonrisa que exhibía era impersonal.
– Gracias, Phoebe -manifestó Mallory, abandonando la posibilidad de estrecharle la mano-, por ofrecernos su sala de conferencias para las declaraciones.
– ¿Mmmm? -comentó Phoebe como en un sueño-. Oh, sí -soltó la mano de Carter y recuperó su aplomó con admirable velocidad, conduciéndolos a la sala de conferencias en cuestión, situada a varias puertas de su despacho-. Parecía lo más sensato, ya que todos los demandantes viven cerca de aquí. El tinte verde estaba concentrado en el Lote Número 12867, expedido a Nueva jersey.
«Lo sabemos». No apartó los ojos de los de la otra abogada.
– Además -continuó Phoebe, sellando su destino con Mallory-, jamás he conocido a un habitante del medio oeste que no quisiera disfrutar de un viaje con gastos pagados a Nueva York. Y he de decir que no puedo culparla -puso los ojos en blanco, como descartando la ética de trabajo, los patrones y los valores del medio oeste.
Mallory no sabía por dónde empezar… «No es un viaje con gastos pagados», «Mantén las manos lejos de Carter» o «Nos vemos en la parte de atrás de tu bufete y veremos cómo cambiar esa actitud hacia el medio oeste».
El codo de Carter la contuvo. Estuvo segura de que fue algo fortuito que la rozara justo debajo del pecho. No obstante, la dejó sin aliento, de modo que no dijo ni hizo nada drástico, sólo se subió un poco la falda con sumo disimulo.
– ¿Su padre participará en el caso? -le preguntó a Phoebe.
– Mi padre está centrado en un caso importante en Minneapolis -respondió con brusquedad-. No estará en el bufete. Desde luego, hablaré del caso con él. Le interesa mucho -miró hacia su despacho, donde colgaba el cuadro.
– Esta mañana vamos a escuchar a Tammy Sue Teezer, ¿verdad? -preguntó Carter, comenzando a depositar sobre la mesa el contenido de su maletín.
– Sí -repuso Phoebe-. Llegará en unos minutos. Ya están aquí la estenógrafa del tribunal y también el cámara. He pedido café y pastas para la mañana, sándwiches y galletitas para la tarde. Si tienen tiempo para empezar con Kevin Knightson, estará disponible a la una. ¿Algo más?
– Eso es perfecto para nosotros -indicó Carter-. Nos prepararemos.
– Griten si necesitan algo más antes de que llegue Tammy Sue -indicó Phoebe.
– Viaje con gastos pagados -musitó Mallory.
– Es una Viuda Negra -susurró Carter-. Los demandantes debieron de ser masilla en sus manos.
– Limo -dijo Mallory-. Es verde.
– Buen chiste -dijo él sin atisbo alguno de diversión en la voz-. Voy a colocar a la testigo en la cabecera de la mesa y yo me sentaré a un lado. Tú siéntate a mi izquierda, la estenógrafa ha solicitado su propia mesa anexa, que está ahí -señaló-. El cámara estará en el otro extremo de la mesa con una visión directa de la testigo, y la Viuda Negra puede sentarse junto a su clienta. ¿Y esa falda? No puedo imaginarte yendo al trabajo con una falda así.
«Pues prepárate para una sorpresa, amiguito». El pensamiento pasó como una ráfaga salvaje por su mente. ¿De verdad estaba pensando en seguir el consejo de Maybelle para conseguir la atención de Carter?
Desde luego, esa mañana se había mostrado fascinado con su trasero.
Aunque reajustara su exterior, aún le quedaba mucho trabajo por hacer en su interior.
– La Tierra a Mallory.
– Oh, lo siento -dijo-. El acuerdo suena bien. Tammy Sue Teezer -añadió-. ¿Será su verdadero nombre?
– Esa pregunta figura en mi lista -indicó Carter.
– Estoy preparado -anunció el cámara.
Desde su posición en un extremo de la mesa, grabaría todos los interrogatorios. Si el caso iba a juicio, el jurado podría observar las cintas para ver a cada testigo en persona.
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