– Estaba cansada -dijo él dándole un beso en la frente-. Todos lo estamos. Con una notable excepción, ha sido un día terrible. Anda, dame eso.
Tomó su vaso y lo dejó sobre la mesa. Ése era el momento de ofrecerle alguna excusa, decirle que iba a hacer café o algo así. Pero entonces él la hizo sentarse en su regazo y empezó a acunarla hasta que a ella le pareció por fin que lo del café no era buena idea.
Suspiró de placer y, de alguna manera, sin querer llegar tan lejos, los labios de él se pusieron en contacto con los suyos. -Fitz…
– ¿Te ha gustado?
– Sí… No… Fitz, no podemos…
– Lucy está dormida.
– No…
No era eso lo que había querido decir.
– Lo he comprobado -dijo él sin dejar de besarla.
De alguna manera aquello le pareció a ella mucho más importante que unos pocos escrúpulos sobre ceder a las fantasías de él. ¿No iba ella a poder permitirse unas fantasías?
Y entonces sonó el timbre de la puerta.
Fitz gimió y no fue a abrir, esperando que, quien fuera, se marchara. Pero Bronte se incorporó inmediatamente y su cabeza chocó contra la barbilla de él. Oyó el sonido de sus dientes chocando.
– ¡Oh, cielos, lo siento! Iré a por hielo para ponértelo…
Pero cuando se puso en pie chocó contra la mesa, y el mueble cayó al suelo en un tumulto de platos, vasos y pizza. La botella de vino se derramó sobre la alfombra dejando una mancha que Bron sabía por experiencia que no desaparecería nunca.
Entonces se oyó una risa desde la puerta.
– Ya veo que he llegado en un momento inoportuno. Lo siento, queridos. Pero tu mensaje parecía desesperado y, dado que nadie ha respondido al timbre y que la puerta no estaba cerrada, he entrado sola.
– ¡Brooke!
– ¿Qué has hecho con mi coche?
Cuando Bron fue a responder, ella levantó una mano y añadió:
– No, no me lo digas. Si está tirado en alguna parte necesito comer algo antes de que me lo digas. Sólo siéntate ahí, con las rodillas juntas y las manos en el regazo, como mamá te enseñó, mientras yo limpio todo esto. Hola, Fitz -dijo dándole un beso en la mejilla-. Ya veo que has conocido a Juanita Calamidad.
Juanita Calamidad. Nadie excepto Brooke la había llamado así. ¡Cómo lo había odiado!
Tal vez Fitz se dio cuenta de ello porque la tomó de la mano, manteniéndola a su lado.
– Bronte te ha estado dejando mensajes por todas partes -dijo él.
– Ya lo he visto.
Brooke levantó la botella de vino y suspiró:
– Bron y el vino tinto. Una combinación fatal.
Le dio la botella a Fitz y recogió los cubiertos.
– ¿Tienes un sifón? Eso quitará la mancha de vino de la alfombra.
– Olvida la alfombra -dijo él-. Tenemos un verdadero problema. O mejor, lo tienes tú. El Sentinel sabe lo de Lucy.
– ¿Era por eso por lo que Angie Makepeace estaba tratando de hablar conmigo?
– ¿Lo sabes?
Ella se volvió a Bron.
– No sé nada salvo que el taxi me dejó en casa esta tarde, que tú no estabas allí, ni mi coche. Luego oí el mensaje del contestador y reconocí el número de Fitz.
– ¿Y por qué no llamaste?
– La verdad es que estuve tentada de hacerlo, querida. He estado días viajando y luego he tenido una conferencia de prensa en el aeropuerto. Pero algo me advirtió que era mejor que viniera en persona.
Brooke se fijó entonces en la forma en que Fitz sujetaba la mano de Bronte.
– Mi instinto no me falla nunca. Voy a dejar esas cosas en la cocina mientras tú sirves los whiskies, Fitz. Luego me podréis contar exactamente en qué os habéis metido.
Entonces se detuvo en la puerta y añadió:
– O, tal vez sea mejor que me deis la versión censurada.
– Todo ha sido culpa mía, Brooke. Lucy te escribió pidiéndote que fueras al colegio y yo abrí la carta por error.
– ¿Pero no le dijiste a Fitz quién eras?
– No le di la oportunidad de hacerlo -dijo él-. Lucy me habló de la carta y yo me cegué y fui a vuestra casa exigiendo que hicieras lo que ella te pedía.
– ¿O?
– O yo le contaría a todo el mundo lo de Lucy.
Brooke sonrió.
– ¿Y Bron te creyó?
– No tenía ninguna razón para no hacerlo. Yo no estuve realmente… Bueno, digamos que no le di una buena primera impresión.
Brooke se rió.
– ¿Queréis decir que todo esto ha sido para mantener limpio mi nombre ante el público? Por Dios, Bronte, sé un poco real. En estos días aparecen diariamente en la prensa esos emocionantes reportajes sobre padres e hijos. ¿A quién le importa?
– También lo hice por Lucy -dijo Bron mirando a Fitz y ruborizándose-. Y, si te soy sincera, también un poco por mí. El problema es que estropeé las cosas. Para ti. Alguien debe haber hablado con El Sentinel y haberles vendido la historia.
Brooke no pareció particularmente molesta.
– Yo más bien diría que ha habido una estampida de llamadas. Afrontémoslo, no habéis sido precisamente discretos.
– No.
– Entonces, ¿por qué no ha salido ya todo en la prensa?
Bron le contó entonces el encuentro con la periodista.
Cuando terminó, su hermana le dijo:
– Está claro que no habéis visto las noticias de la tarde.
– No hemos tenido tiempo, Brooke.
– Es una pena.
– Hemos estado tratando de ponernos en contacto contigo.
– Entonces, ¿cuánto tiempo tenemos?
– Hasta el martes.
– ¿El martes? ¿La has contenido hasta el martes? Cielo santo, ¿qué le has prometido?
– Todo.
– Oh, vaya. Pobre mujer -dijo Brooke riendo-. Debe ser como tener el Santo Grial en las manos para que luego vaya y desaparezca.
– ¿Te importaría explicarnos de qué estás hablando? -dijo Fitz empezando a perder la paciencia.
Pero Brooke volvió a reírse.
– Piénsalo, querido. Mientras Bron, en mi lugar, le estaba prometiendo a Angie Makepeace revelarle todos mis oscuros secretos, con fotos incluidas, yo estaba dando una conferencia de prensa en Heathrow.
– Pero se pondrá furiosa, pensará que lo hemos hecho deliberadamente. Ella…
– No, no lo hará. No sabrá qué creer y no se atreverá a publicar nada por si hace el ridículo -dijo Brooke encogiéndose de hombros-. Supongo que será mejor llamarla mañana y hacer las paces con ella, dejarla publicar una historia sobre como yo tuve una hija cuando era estudiante y tuve que abandonarla, pero que ahora que nos hemos vuelto a reunir, la llevaré ajuicio si publica cualquier foto de Lucy.
– ¿Se puede hacer eso?
– Es una menor, Bron. Tiene derecho al anonimato.
– ¿Es así de sencillo?
– Probablemente no. Puede que sea una buena idea si desaparecéis un par de meses, hasta que se pase toda la excitación.
– ¿Qué excitación? ¿Sobre qué era la conferencia de prensa?
– He hecho una raya en el suelo, Bron. No me has podido localizar porque he estado ocupada al cien por cien consiguiendo el dinero para comprarle una tierra a ciertos ganaderos en el borde de la selva del Amazonas. Y pienso comprar mucha más. Lo único que necesito es dinero, montones de dinero, así que le estoy ofreciendo a la gente la posibilidad de invertir en el futuro del planeta, de comprar su propio trozo de selva para conservarla.
Luego sonrió y añadió:
– ¿Os apunto a vosotros?
– Que sean tres partes. Lucy querrá su propio pedazo de planeta.
– ¿De verdad?
– Cree que eres impresionante.
– ¿En serio? Entonces, en vez de comprarle el terreno, Fitz, ¿por qué no me dejas que ponga el fondo a su nombre? ¿El fondo de Lucy? ¿El Fondo de Lucy Fitzpatrick? Tú decides.
Se tomó entonces lo que quedaba de whisky en su vaso y se levantó.
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