– ¿Me llamarás por teléfono? -le preguntó cuando él ya estaba en la puerta.
– Lo intentaré, cariño. Ahora, debo partir o perderé mi vuelo -regresó a su lado y la besó con rapidez, haciéndola levantarse-. Te amo, Tara. Siempre te amaré.
Más no lo suficiente para confiar en ella.
Si ella hubiese tenido que hacerse cargo de los arreglos, la situación habría sido diferente. Eso la habría mantenido con la mente ocupada. Pero Janice se hacía cargo de todo y la recepción se celebraría en casa de Jane.
Tara ya había estado allí, conocido al barbado explorador, pero ninguno de los Townsend aportó indicio alguno de dónde estaba Adam. Y la joven no se atrevió a preguntarlo. Pero un misterio sí se aclaró. La foto que había visto en el periódico ilustraba un artículo que anunciaba el nacimiento del pequeño Charles en tanto su padre estaba en las selvas del Amazonas. Si lo hubiera leído, se habría enterado entonces.
Adam la llamó en una ocasión. Parecía preocupado y la transmisión era tan mala que apenas si podían entenderse. Las palabras de amor fueron absorbidas por la estática. O tal vez él jamás las pronunció.
Estás preciosa, Tara -Jane hizo un último ajuste al velo que caía del ala del sombrero-. Perfecto.
– Gracias -a insistencia de Jane, ella había pasado la última noche de su soltería en la casa de su futura cuñada, al igual que Lally. Ahora llegaba el momento de partir para la boda. Se volvió y vio su imagen ante el espejo. Estaba pálida.
Una vez en el auto, guardó silencio, haciendo girar la sortija con el diamante en su dedo. Estaba segura de que Adam la llamaría la noche anterior, mas no fue así. Ni siquiera sabía si ya estaba de regreso del viaje. Temía que algo hubiera ocurrido y los nervios la destrozaban.
Su arribo a la oficina del registro civil confirmó sus temores. Era extraño que la novia llegara antes que el novio a la ceremonia.
Todos trataban de bromear por la circunstancia. Jane se mostraba tranquila, pero en ese momento lo único que ocupaba su mente era el bienestar de su marido y su hijo.
– ¿El señor Blackmore y la señora Lambert? -llamaron de la oficina.
– Tenemos una pequeña demora -explicó Charles-. ¿Podríamos esperar…?
En ese momento, todos se volvieron al escuchar pasos apresurados.
– Hola, ¿llego tarde? -Adam se inclinó para besar la mejilla y la mano de la novia-. ¿Estabas preocupada? El tránsito desde Heathrow está terrible.
Ante su presencia, todos los temores de Tara desaparecieron.
– No podíamos pedir más puntualidad -comentó Charles.
Pero la mirada de la joven fue de Adam a dos personas que esperaban detrás de él.
Le parecieron mayores, de menor estatura que como los recordaba, pero eran tan conocidos. Dio un paso tentativo hacia ellos.
– ¿Tía Jenny? -un paso más y de pronto estaba entre los brazos de la mujer mayor, abrazándola. Luego a Lamby-. No puedo creerlo -susurró con lágrimas en los ojos-. No puedo creerlo.
– Adam fue por nosotros, Tara.
– ¿Lo hiciste? ¿Por mí? -la joven se volvió hacia él.
– Mi regalo de bodas -le indicó él con una sonrisa.
– Aunque si este caballero no se da prisa, tendrán que esperar unos días más -advirtió el oficial del registro civil.
El grupo empezó a moverse, pero Adam detuvo a Tara.
– Lo lamento. No podía decirte cuáles eran mis planes. No quería hacerte abrigar falsas esperanzas. No sabía si aceptarían venir.
– ¿Quién puede resistirse a tus deseos? -ella movía la cabeza con admiración-. ¿Cómo fue que al principio te consideré un pirata moderno?
– Estoy seguro de que te di motivos de sobra, mi amor.
– No, siempre has sido mi verdadero caballero andante. Siempre estuviste allí cuando te necesitaba.
– Siempre lo seré, cariño -Adam levantó el velo y le dio un beso-. Te lo prometo.
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