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Liz Fielding: Huyendo del destino

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Liz Fielding Huyendo del destino

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Dora se había refugiado en la casa de su cuñado Richard para esconderse de la prensa. Y cuando John Gannon se presentó allí en una noche fría y tormentosa, ella no pudo hacer otra cosa salvo dejar que se quedara. No fue sólo su devastador encanto o su sonrisa sensual lo que le hicieron ayudar a un hombre que huía, sino la adorable niña que llevaba en brazos… Pero, aunque el amigo de su cuñado era parco en explicaciones, Dora creyó su historia lo suficiente como para ayudarlo. Era evidente que, fuera quien fuera, era un padre preocupado y que haría lo que fuera por mantener a Sophie a salvo. Era una lástima que lo único que mantuviera a Dora a salvo de Gannon fuera el malentendido de que ella era la mujer de Richard…

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– ¿Un banquero?

– De los que poseen un banco, no de los que trabajan tras el mostrador -hizo un amplio gesto hacia la leche-. Pero nunca pensé que vendería esta casa.

– ¿Y qué le hace pensar que lo ha hecho?

– Este tipo de casa no es de su estilo.

Ahora le tocó a Dora sonreír.

– Quizá no lo conozca tan bien como cree.

Él le dirigió otra mirada pensativa antes de encogerse de hombros.

– ¿Puedo calentar la leche? ¿O lo hace usted ya que lo han cambiado todo de sitio?

Y no era que pretendiera quitarle la carga. Mientras tuviera a Sophie en brazos era más vulnerable a la persuasión.

– La cocina está por aquí.

Gannon miró a su alrededor. Más colores terrosos y madera brillante.

– La ha ampliado por el granero -dijo agarrando un cazo de cobre para ponerlo al fuego-. ¿Es todo así ahora?

– ¿Así cómo?

– No leo revistas de decoración, así que no sabría decir cómo.

Dora no tenía intención de embarcarse en una íntima charla con un vulgar ladrón. No, aquel hombre es taba demasiado familiarizado con su entorno como para ser descrito como un vulgar ladrón. Alzó la mira da hacia la chiquilla.

– ¿Dijo que se llamaba Sophie?

– Sí.

– ¿Es su hija?

– Sí.

– ¿Sabe que tiene fiebre?

– Ya lo ha dicho antes.

– Debería verla un doctor.

– Tengo unos antibióticos para ella. Lo único que necesita es buena comida y mucho descanso.

– ¿Y ésta es su idea de dárselo? La niña debería estar en casa con su madre, no arrastrada en medio de la noche por un vagabundo.

– ¿Es eso lo que cree?

Su mirada de soslayo indicaba que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.

Bueno, quizá no la tuviera. Pero desde luego, sabía que Sophie debería estar en su casa y en la cama. Dirigió la mirada hacia la niña agotada. Sus párpados casi transparentes estaban cayendo. Se quedaría dormida en un minuto. Sería tan fácil subirla y acostarla en su propia cama caliente…

– ¿De qué conoce a Richard? -preguntó Dora por fin.

– Fuimos al mismo colegio.

Dora no esta segura de lo que había esperado. Si se hubieran conocido a través de la empresa de sistemas de seguridad de su cuñado no le hubiera extrañado. ¿Pero del colegio? Aunque era cierto que tenía acento de colegio privado. Un poco confundida preguntó:

– ¿Pero no es él mayor que usted?

– Ocho años o así. El estaba en los cursos superiores cuando yo era muy pequeño y me sentía muy miserable en mi primer año. Me rescató de un puñado de brutos de segundo que me estaban pegando porque habían descubierto que mi madre no estaba casada. Supongo que eso no ocurrirá mucho ahora. El matrimonio parece una palabra sucia en al actualidad.

– Para mí no -era difícil imaginarse a aquel hombre pequeño y vulnerable-. ¿Y Richard le tomó bajo su protección?

– Es su naturaleza, proteger a la gente vulnerable -se dio la vuelta para mirarla con gesto pensativo-. Richard también es mucho mayor que usted ¿En qué la está ayudando?

– ¿Ayudarme?

– No le imagino tomándose tantas molestias – dijo mirando el caro trabajo de decoración-, sólo para vender la casa. ¿Así que también la ha tomado bajo su amable protección o es sólo su nueva amiguita?

Dora estaba a punto de explicarle con indignación que Richard era ahora el marido de su hermana, siete años mayor que ella, cuando un fuerte golpe en la puerta trasera la interrumpió.

Capítulo 2

Gannon se puso rígido mirando a la puerta trasera antes de dirigirle una mirada furiosa. -Debe ser la policía -murmuró ella con una extraña sensación de malestar por tener que entregarlos a Gannon.

– ¿La policía?

– Ya se lo advertí.

Lo había hecho, pero él no se lo había tomado en serio. Entonces Dora se controló. Había asaltado la casa, por Dios bendito. Se lo merecía.

– No ha sonado ninguna alarma -objetó él.

– No ha sonado aquí. Richard no cree en advertir a los ladrones para que puedan ir a otro sitio. Prefiere pillarlos con las manos en la masa. Pensé que lo sabría ya que son tan buenos amigos.

Una alarma conectada con la policía. Gannon se hubiera abofeteado. Nunca se le hubiera ocurrido que un sitio como aquél tuviera alarma a pesar de su nuevo aspecto. Habría entendido que hubieran cambiado la cerradura que era muy endeble, ¿pero poner una alarma en un refugio de pescadores, por Dios bendito?

Excepto que ya no era un refugio de pescadores. Era un hogar cálido y acogedor ocupado por una chica con cara de ángel y la frialdad de mantenerlo entretenido hasta que llegaran los refuerzos. Y él que había creído estar manipulándola…

Cubrió la distancia que lo separaba de ella antes de que pudiera moverse y le quitó a Sophie de los brazos. Las costillas se le resintieron, pero no tenía tiempo de pensar en el dolor.

– Me perdonará si no me quedo a charlar -dijo sombrío-. Supongo que la puerta principal seguirá en el mismo sitio, ¿verdad?

Dora sintió una punzada de ansiedad.

– No puede sacar a Sophie ahí fuera.

El lejano sonido de un relámpago acompañó a sus palabras y la lluvia empezó a caer de nuevo con fuerza. La ansiedad dio paso a la determinación.

– Lo prohíbo.

– ¿Ah sí? -si la situación no hubiera sido tan desesperada, se habría echado a reír-. ¿Y cómo va a detenerme?

– Así.

Se plantó entre él y la puerta.

Gannon aplaudió su coraje, pero no tenía tiempo para juegos, así que enganchó el brazo libre alrededor de su cintura y la levantó por los aires. Una fuerte punzada de dolor le sacudió en las costillas. Tampoco tenía tiempo para eso. Pero se tambaleó ligeramente cuando la soltó.

– ¡Oh, Dios mío! Está herido…

– Premio para la señora -murmuró apoyándose contra la pared para esperar a que el dolor remitiera.

– Mire, no se preocupe. Me desharé de ellos.

– ¿De verdad? -preguntó él con aspereza-. ¿Y por qué iba a hacerlo?

– Dios sabe, pero lo haré. Sólo quédese aquí y guarde silencio.

Gannon la miró fijamente y ella alzó los hombros. Eso deslizó la bata por sus finos hombros y le produjo el mismo efecto en la respiración que las dos costillas rotas.

– Lo que diga la señora. Pero no intente hacerse la lista.

– ¿Lista? ¿Yo? -de repente esbozó una amplia sonrisa-. Debe estar de broma. Yo sólo soy la típica de sus rubias bobas.

Rubia desde luego, típica apenas y boba para nada. Cuando ella se dio la vuelta agitando las caderas como para probar su teoría, escucharon una segunda llamada más urgente.

– Cuidado con lo que diga -ordenó él en voz baja desde la cocina.

Todavía no sabía si debía confiar en ella.

Dora miró atrás. Gannon y Sophie estaban apoyados contra el marco de la puerta y él tenía la mano metida en el bolsillo como si agarrara un arma escondida. Seguramente no. Sólo debía estar intentando asustarla… Quizá debería estar asustada, mucho más de lo que estaba.

Tragó saliva con nerviosismo, corrió un poco la cadena y abrió una ranura.

El joven oficial que esperaba en la puerta era poco más que un chiquillo con la piel tan fina que no parecía tener que afeitarse todavía. La idea de pedirle que apresara a un hombre como Gannon y lo llevara a la estación de policía local era completamente ridícula. Sólo por si necesitaba más convencimiento. Además, el hombre herido se iría en cuanto descansara. Y estaba segura de que se alegraría de dejar a Sophie detrás si estaba seguro de que la dejaba en buenas manos.

– ¿Se encuentra bien, señora Marriott? -preguntó el joven creyendo que se trataba de Poppy.

Pensó en corregirlo, pero decidió que si quería que se fuera lo antes posible, era mejor no hacerlo.

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