– Habla como si no quisiera participar.
– Hay una sucursal de Kells mucho más grande que la mía en Wellhampton; sin duda, Dane & Son preferirán hacer negocios con ellos.
– Normalmente, sí; pero en este caso, lo dudo. Si quieren hacer negocios con usted, eso es lo que haremos. Además, quiero que se le reconozca el buen trabajo que ha hecho. No voy a negar que tenía mis dudas cuando le ofrecieron el puesto, pero usted ha demostrado que yo estaba equivocado. Bien hecho. Después de esta noche, yo diría que está en el sendero que lleva a la cima. Si, tiene un futuro brillante por delante.
El teléfono sonó y Jane volvió a contestar.
– ¿Sí? -preguntó en tono crispado.
– Es él otra vez -contestó su secretaria.
– Creí que había dejado muy claro que no voy a contestar ninguna llamada del señor Dane.
– Le he dicho que no puede hablar con usted, pero no se da por vencido.
– Ya me he dado cuenta -contestó Jane.
– Lleva llamando cada media hora desde hace dos días. Ojalá un hombre así de guapo estuviera interesado en mí.
– No sabes lo que dices, el señor Dane no es guapo. ¡Es un fraude!
– Tiene un mensaje para ti.
– No quiero saberlo.
– Dice que Perry se acuerda mucho de ti.
Jane contuvo la respiración.
– ¡Eso es lo más insultante que he oído en mi vida! ¿Es que no tiene escrúpulos?
– ¿Quieres que se lo diga?
– Dile que no quiero hablar con él.
– ¿Y qué hay de Perry?
– Perry es tan fraude como su amo -contestó Jane antes de colgar el auricular enérgicamente.
Aquel día, Gil no volvió a llamar.
Jane había decidido apartarlo de su vida para siempre. Lo que había habido entre los dos era una aberración.
Sarah, por supuesto, estaba en desacuerdo con ella.
– Deberías dejar que el pobre Gil se explicase -le dijo cuando Jane le contó lo que había ocurrido.
– No es «pobre Gil». Me ha engañado.
– Tiene que haber una explicación. No lo sabrás, si no le dejas hablar contigo.
– Sarah. ¿Qué demonios te ha pasado?
Transcurrieron dos días y no hubo más llamadas. Jane se dijo a sí misma que se alegraba de que Gil, por fin, la hubiera dejado en paz. Se negaba a reconocer el dolor que sentía en lo más profundo de su ser.
Entonces, Henry Morgan volvió a llamarla por teléfono.
– Acabo de tener una larga conversación con Alex Dane, el padre. Quiere tener una reunión inmediatamente con usted. Le he dicho que estaría libre hoy a las tres de la tarde.
– Sí, desde luego. ¿Quiere que vaya a la oficina central?
– No, ha dicho que le parece que Wellhampton es el lugar apropiado para la reunión y estoy de acuerdo con él. Tenía pensado asistir a la reunión, pero estoy seguro de que podrá arreglárselas sin mí. En la central están encantados con usted, señorita Landers.
Jane colgó el teléfono sin saber qué pensar. Había hecho lo posible por mantener las distancias con Gil, pero ahora parecía ser que tendría que vérselas con su padre.
A las tres menos cinco, el escritorio de Jane estaba despejado y ella estaba lista cuando su secretaria anunció la llegada del señor Dane.
Jane miró a la puerta y sonrió para recibirle. Pero la sonrisa se desvaneció cuando el señor Dane apareció en el umbral de la puerta.
– ¡Tú! -exclamó ella-. ¿Cómo te atreves a venir aquí?
– Tengo una cita para las tres de la tarde -contestó Gil.
– La cita era con Alex Dane -dijo ella, furiosa.
– Mi padre me deja a mí esta clase de cosas; bueno, la mayoría.
– Quiero que salgas de aquí inmediatamente.
– No puedo, tenemos que hablar de unos negocios. Soy el representante oficial de Dane & Son. ¿Qué dirían tus jefes si me echaras?
– Mis jefes se pueden ir… al demonio.
– No hablas en serio. Tienes que pensar en tu brillante carrera -le recordó él.
Jane se lo quedó mirando. Gil llevaba un traje formal, una camisa blanca y una corbata seria. Tenía aspecto de agente de bolsa. Sin embargo, el brillo de sus ojos la hizo temblar. Entonces, recordó cómo la había engañado y, de repente, recuperó de nuevo el sentido común.
– Muy bien, señor Dane; en ese caso, hablemos de negocios -dijo ella fríamente-. ¿Le apetece un café?
– Jane, por favor, no me hables así. Tienes que dejarme que te explique…
– ¿Explicar? ¿Crees que hay explicación posible para mentirme como has hecho y para traicionar a tu prometida?
– Connie no es mi prometida -dijo Gil sin más-. Y no tenía derecho a hacerte creer lo contrario.
– ¡Vamos, por favor! ¿Acaso ese enorme anillo ha sido un producto de mi imaginación?
– No, pero…
– ¿Y se lo compraste a ella?
– ¿Vas a dejar que hable sin interrumpirme? La familia de Connie y la mía son amigas desde hace años, y nuestros padres querían que nos casáramos. Yo me negué porque no estaba enamorado de ella; pero en un momento de debilidad, me rendí. Mi madre estaba muy enferma y pensó que eso la haría feliz. Llevé a Connie a comprar el anillo y ella eligió el más caro de la tienda. A Connie le gusta lo más grande y lo más caro.
Gil suspiró y continuó.
– No sé lo que habría pasado si me hubiera casado con ella, pero sí sé que no habríamos sido felices. Por fortuna, mi madre se curó, se dio cuenta de lo que yo sentía y me aconsejó que no siguiera adelante con la boda.
Gil la miró y se encogió de hombros antes de seguir hablando.
– Connie lo comprendió y, le estaba tan agradecido por habérselo tomado tan bien, que la dejé quedarse con el anillo. Por eso es por lo que lo tiene. Y no creas que le he destrozado el corazón porque esto ocurrió hace un año y, desde entonces, ha estado prometida a otro. Sin embargo, rompió el compromiso con el otro y entonces volvió a ponerse el anillo que yo le regalé, y empezó a lanzarme indirectas. No está más enamorada de mí que yo de ella, pero supongo que ha decidido que yo soy mejor que nada. No me gusta lo que está haciendo, pero después de tanto tiempo no puedo pedirle que me devuelva el anillo.
– ¿Y Perry? ¿No era suyo también?
– Sí, lo era -contestó Gil, dejando caer los hombros-. Perry. A Connie se le antojó un cachorro. Yo le advertí que los cachorros crecían y se convertían en perros adultos que necesitaban hacer ejercicio, pero ella no me hizo caso. Al final, cuando descubrió que yo tenía razón, quiso que le pusieran una inyección y lo matasen. Yo no se lo permití y por eso ahora es mío otra vez.
– ¿Y el resto? -preguntó Jane, mirándolo a los ojos-. Ella me dijo que querías demostrarle que podías ganarte la vida por ti mismo y que te ha estado telefoneando durante todo el viaje.
– Es verdad que Connie me decía que yo lo había tenido todo muy fácil, pero yo aproveché la idea que me dio porque quería demostrarme a mí mismo que podía salir adelante sin la ayuda de mi familia, no porque quisiera demostrárselo a ella.
Gil miró a Jane, consciente de que no había conseguid convencerla.
– De acuerdo, los miembros de mi familia son profesionales: banqueros, abogados y agentes de bolsa. Y sí, me crié sabiendo que tenía un puesto en la compañía de mi padre y que lo único que tenía que hacer era aprobar los exámenes. Todo era demasiado fácil. Entonces, hace unos meses, Connie me dijo: «un hombre de verdad se abre camino en el mundo por sí mismo». Sabía que ella lo único que quería era ponerme celoso porque, en ese momento, estaba saliendo con un hombre así. Pero algo dentro de mí dijo: ¡Sí, eso es!
Gil guardó un momento de silencio antes de continuar.
– Fue entonces cuando decidí tomarme unos meses sabáticos y rompí con mi medio tanto como me fue posible. Y me hice llamar Wakeman porque no quería aprovecharme de mi apellido. Me compré una vieja caravana y empecé desde abajo. La única concesión al pasado fue convencer a Gil Wakeman de que le pidiera a Gilbert Dane un préstamo.
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