Lucy Gordon - Una vida despreocupada

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Una vida despreocupada: краткое содержание, описание и аннотация

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A Jane le producía una gran satisfacción ser la directora más joven de una sucursal del banco Kells y trabajaba mucho… hasta que Gil Wakeman le pidió: primero, un préstamo, y segundo, que compartiese con él una vida despreocupada. Y a Jane la tentaron ambas cosas…
Pero la vida de Gil resultó ser menos romántica de lo que Jane había esperado. Tenía que convivir en la caravana con un hombre endemoniadamente atractivo y su adorable perro de caza, Perry. Uno, le robaba los bocadillos, el otro estaba a punto de robarle el corazón…

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Era la figura de una mujer tumbada y desnuda. Era una figura encantadora que despertó la ira de Jane al darse cuenta de que era como un dibujo que le había hecho Gil una mañana cuando ella estaba dormida.

– Deberían pegarte un tiro, Gil Wakeman -le dijo tan pronto como estuvieron a solas.

– ¿Por pagarte un tributo? -preguntó él con inocencia.

– ¡Ya, menudo tributo!

– Eso es lo que ha sido. Estabas tan bonita dormida… quería que el mundo entero viera lo hermosa que eres.

Jane intentó seguir enfadada, pero no pudo resistir el brillo de los ojos de Gil.

– ¿Por qué no puedo enfadarme contigo? -preguntó ella dándose por vencida.

– Porque me adoras -bromeó él.

– ¿Ah, sí? Estás muy seguro de ti mismo, ¿no?

– No me queda más remedio, ¿no te parece? -Gil le rodeó la cintura con un brazo.

Ella se abrazó a él, pero en ese momento alguien llamó su atención.

– ¿Hay alguien ahí?

Volvieron la cabeza y encontraron a un hombre de mediana edad en la puerta de la caravana.

– Joe Stebbins -dijo mientras ofrecía a Gil su tarjeta. La tarjeta le identificaba como organizador de espectáculos.

– Han sido unos fuegos artificiales francamente buenos -declaró el hombre-. Estoy montando unos espectáculos a los que no les vendría mal algo así. Nunca he presentado fuegos artificiales, pero me parece el broche final perfecto para un espectáculo.

– ¿Quiere decir que tiene trabajo para mí? -preguntó Gil, encantado.

– Sí, y a montones. Tiene usted talento, me ha gustado mucho el último lanzamiento, el de la mujer. Realmente original. Escuche, necesito volver a verlo antes de hacer un contrato, y ahora voy a estar dos semanas fuera. Escríbame a esta dirección y dígame dónde va a estar. Si la próxima función que vea suya es tan buena como la de hoy, haremos grandes negocios. Y pago bien; pregunte por ahí si quiere, cualquier se lo podrá decir. Buenas noches.

El hombre desapareció dejándoles con los ojos fijos en la tarjeta.

– ¡Lo he conseguido! -gritó Gil-. La oportunidad que estaba esperando. Si consigo un contrato, lo habré conseguido. Y luego…

Gil miró a Jane como si tratara de decidir si decirle algo o no.

– ¿Y luego?

– Y luego… ocurrirán muchas cosas. Haremos que ocurran. Vamos a crear la mejor función hasta ahora, y la vamos a preparar juntos.

– Juntos -susurró ella, sonriendo.

Capítulo 10

Era por la noche, un jueves, cuando por fin llegaron delante de la casa de Jane.

– No puedo creer que se haya acabado -dijo ella tristemente-. Ha sido tan maravilloso.

– Sí, lo ha sido. No volveré hasta dentro de una semana, pero te llamaré.

– Sube para saludar a Sarah.

– No, dale un beso de mi parte. Tengo que marcharme.

– ¿Adónde?

– Te lo diré en otro momento.

Perry le lamió una oreja e, inmediatamente, Jane le abrazó.

– Adiós, amor de mi vida -murmuró junto a su cabeza.

– Creía que el amor de tu vida era yo -protestó Gil.

– Perry primero, luego tú.

– Bueno, tendremos que cambiar eso.

Con firmeza, Gil apartó a Perry y estrechó a Jane en sus brazos. El beso que siguió la hizo olvidarse del mundo.

Gil le llevó las bolsas hasta el ascensor, la dio otro beso y se marchó. Jane se quedó allí, viendo como se alejaba, con un peso en el corazón.

Su abuela la estaba esperando.

– No tengo que preguntarte cómo te ha ido, lo veo en tus ojos -declaró Sarah cuando vio a Jane.

Durante la cena, Jane no dejó de hablar. Sarah rió con las anécdotas de Perry y escuchó atentamente los comentarios sobre Gil.

– ¿Qué llevas en el dedo? -preguntó Sarah.

Jane le enseñó el anillo de plástico y Sarah sonrió.

– Es perfecto. Y ahora, ¿qué?

– No lo sé. El futuro está lleno de problemas; pero cuando estoy con Gil, se me olvidan inmediatamente -confesó Jane.

– No pienses en ello. Confía en Gil y todo saldrá bien.

Le costó un enorme esfuerzo volver al trabajo y a aquella atmósfera que, en otro tiempo, le gustaba tanto.

Una mañana, a la semana de su regreso, Jane llegó al trabajo y encontró una nota encima del escritorio que su secretaria le había dejado:

El señor Morgan viene a verte a las once.

Jane respiró profundamente. Henry Morgan era el jefe de la oficina central que siempre conseguía ponerla nerviosa. A las once en punto, se presentó en su despacho. Era un hombre de unos cincuenta años de rostro enjuto que, con frecuencia, mostraba un aire de superioridad. Sin embargo, aquel día, para sorpresa de Jane, era todo sonrisas.

– Bienvenida de nuevo, señorita Landers. ¿O debería decir felicidades?

– ¿Felicidades?

– Desde luego, sus métodos puede que sean poco convencionales, pero incluso un banco tan tradicional como éste debe cambiar con los tiempos. Su forma de pescar un pez gordo ha sido vista con gran admiración por la oficina central.

– Señor Morgan, realmente no sé de qué está hablando. ¿Qué pez gordo?

– Estoy hablando de Dane & Son. Y no me diga que no ha oído hablar de ellos.

– Claro que no se lo voy a decir. Es una de las compañía de agentes de bolsa más importantes de Londres, pero… ¿qué tiene eso que ver conmigo?

– ¿Y me lo pregunta a mí después de haber pasado un mes entero con el hijo?

– ¿Qué?

– Gilbert Dane, el «hijo» de Dane & Son.

– Yo no conozco a Gilbert Dane. He pasado un mes con Gil Wakeman…

– Wakeman es el nombre de soltera de la madre de Gilbert Dane. ¿Ha estado utilizando ese nombre? Curioso. Tengo entendido que es bastante excéntrico.

– Debe tratarse de un error -dijo Jane con firmeza-. No hay motivos para suponer que se trate de la misma persona.

Pero a pesar de sus propias palabras, ciertas dudas le asaltaron: lo reacio que era Gil a hablar de su familia o su pasado, sus conocimientos sobre finanzas, que Kenneth insistiera en que Gil Wakeman no existía, y el préstamo que le había concedido el agente de bolsa llamado Dane. ¡Oh, no, podía ser verdad! ¿Lo era?

– ¿Va a decirme que no conocía su verdadera identidad? -preguntó el señor Morgan-. Vamos, eso es difícil de creer.

– Hay muchas cosas que son difíciles de creer -dijo ella, apesadumbrada.

– Ya sé qué pasa, le ha pedido que guarde en secreto su identidad. Digamos que usted no ha admitido nada; de todos modos, el secreto no puede mantenerse indefinidamente. Esta noche, Dane & Son van a dar una gran recepción. Quiero que venga conmigo. Si están pensando en hacer negocios con Kells, podría sernos útil que se hiciera público.

El señor Morgan rebuscó en su portafolios.

– Le he traído este informe sobre él que teníamos en la biblioteca de la oficina central. Estúdielo antes de la fiesta de esta noche. Iré a recogerla a las siete.

El señor Morgan se marchó dejando a Jane incapaz de pronunciar palabra. Después, le pidió a su secretaria que no le pasara ninguna llamada y abrió el informe.

Entre los papeles, había una foto de Gil de un recorte de un periódico financiero. En la foto, se le vía unos años más joven, tenía el cabello más corto y sus ropas eran formales, pero era Gil.

Jane leyó el artículo, cada vez más furiosa. Gil venía de una familia de banqueros y abogados. Tras la máscara de vagabundo, payaso y anarquista, se escondía un hombre serio y respetable, uno de los agentes de bolsa más sagaces del país.

– ¡Eres un fraude! ¡Fraude, fraude, fraude! Incluso eres economista.

Siguió leyendo sobre sus actividades financieras. Pero lo peor fue cuando, al pasar una hoja, Jane encontró otra fotografía de él; esta vez, estaba con un esmoquin riendo con unos amigos y una copa de champán en la mano. A su lado, había una joven con vestido largo agarrada de su brazo con expresión posesiva y un anillo de compromiso. El pie de foto leía:

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