Lucy Gordon - Una vida despreocupada

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Una vida despreocupada: краткое содержание, описание и аннотация

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A Jane le producía una gran satisfacción ser la directora más joven de una sucursal del banco Kells y trabajaba mucho… hasta que Gil Wakeman le pidió: primero, un préstamo, y segundo, que compartiese con él una vida despreocupada. Y a Jane la tentaron ambas cosas…
Pero la vida de Gil resultó ser menos romántica de lo que Jane había esperado. Tenía que convivir en la caravana con un hombre endemoniadamente atractivo y su adorable perro de caza, Perry. Uno, le robaba los bocadillos, el otro estaba a punto de robarle el corazón…

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Más tarde, cuando estaban tumbados abrazados, Gil dijo:

– Me quieres, ¿verdad?

– Sí -respondió ella.

– ¿Y confías en mí?

– Claro que confío en ti -contestó Jane instantáneamente.

Pero pronto se dio cuenta de que había contestado demasiado a prisa. Al cabo de una hora, se despertó inquieta. Se levantó de la cama sigilosamente y salió de la caravana.

Hacía una noche maravillosa y Jane se paseó por los jardines disfrutando la plateada belleza que les confería la luna. Por fin, dobló una esquina y se encontró, inesperadamente, delante de una pequeña construcción; en su interior, había luz. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó:

– ¿Quién anda ahí?

Jane se quedó helada al reconocer la voz de la señora Delford; pero antes de darle tiempo a desaparecer en la oscuridad, la mujer salió a la puerta y la vio.

– ¿No está ese perro con usted? -preguntó la señora Delford al instante.

– No. Sólo había salido un momento a tomar el aire.

– En ese caso, entre. Estoy tomando una taza de té.

Jane entró y se encontró en lo que parecía una perrera extraordinariamente lujosa. Sólo había un perro, una hermosa basset de ojos cristalinos que, inmediatamente, trató de llamar la atención de Jane.

– Entre -dijo la señora Delford al tiempo que abría la puerta de la perrera.

Era evidente que la señora Delford estaba sentada ahí dentro con la perra.

– La tengo apartada -explicó la mujer-. Iban a cubrirla hoy, pero ha habido un retraso y no será hasta mañana. Va a ser un día muy ajetreado, pero no se puede hacer nada.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Jane, acariciando las orejas del animal.

– Lady Tillingforth de Westrock -respondió la señora Delford-. Pero, para mi, es Tilly.

La mujer tomó un termo sacó dos vasos y sirvió té para las dos, Jane se sentó en el suelo y, rápidamente, Tilly buscó su atención. La señora Delford sonrió.

– No suelen gustarle los desconocidos -dijo la mujer-. Es muy joven, sólo tiene un año. Esta va a ser la primera vez.

– Así que también vas a ser una novia mañana, ¿eh? -le dijo Jane a Tilly-. ¿Quién es el novio?

– Es Lord Bertram Hannenmere de Marshall Denby -contestó la señora Delford con orgullo-, aunque creo que le llaman Bert. Por lo menos, podían llamarle Bertie.

– ¿Qué tiene Bert de malo? -preguntó Jane. La señora Delford parpadeó.

– Es un diminutivo muy plebeyo.

– ¿Y él es un perro distinguido?

– Sí, lo es.

La señora Delford comenzó a hablar de pedigríes y Jane escuchó tranquilamente. Al parecer, el servicio que iban a prestarle a Tilly costaba quinientas libras.

– Por ese dinero, debe ser el mejor -comentó Jane mientras bebía su té.

– La verdad es que los mejores son los basset Moxworth -concedió la señora Delford a pesar suyo-. Por cruzarla con uno de ellos se pagaría mil libras, pero sólo les cruzan con sangre que tenga linaje de campeones.

– Esnobs -dijo Jane al momento.

– Es para proteger la reputación Moxworth. Su objetivo es que cada carnada produzca al menos un campeón, y es más fácil si la madre tiene genes de campeona.

– Pobre Tilly, rechazada por no ser suficientemente buena -dijo Jane, dando unas palmadas a la perra.

La señora Delford la miró con curiosidad.

– Habla usted como una mujer con educación. ¿Cómo es que va por ahí con ese hombre de reputación dudosa?

– Estoy de vacaciones -dijo Jane-. En realidad, soy directora de una sucursal bancaria.

La otra mujer no contestó, pero arqueó las cejas con expresión incrédula. Evidentemente, no la había creído.

La señora Delford dejó su vaso de té.

– Bueno, creo que será mejor que me vaya a la cama para tranquilizarme, la boda me tiene muy nerviosa.

Se despidieron y Jane volvió a la caravana sigilosamente. Gil acababa de despertarse.

– ¿Adónde has ido? -murmuró él cuando ella se metió en la cama.

– He ido a dar un paseo y me encontrado con la señora Delford, que me ha presentado a una de sus bassets, una perrita encantadora que se llama Tilly. Mañana también va a ser el gran día para ella, va a recibir a su novio, Perry, márchate de aquí. ¿Qué te pasa esta noche?

– ¿Has estado acariciando a Tilly? -le preguntó Gil a Jane con una carcajada.

– Sí. ¡Oh, Dios mío! Vete, Perry. Y mañana pórtate bien. Esta dama es una aristócrata, no se junta con los de tu ralea.

Al cabo de un rato, Jane consiguió convencerle para que se bajara de la cama y el perro se tumbó en el suelo lanzando un suspiro de tristeza.

Capítulo 9

Era un día perfecto para una boda. El sol caía de plano sobre la lujosa carpa en la que iba a celebrarse la boda. Llegaron furgonetas con flores y comida, y los camareros colocaron las mesas y las cubrieron con manteles blancos.

Jane, ignorando las protestas de Perry, lo encerró en la caravana y comenzó a llevar cajas con cohetes y fuegos artificiales al lugar donde iban a lanzarlos. Durante las horas siguientes, trabajó cavando agujeros y rellenándolos. Gil estaba levantando el andamio, un jardinero le ayudaba.

A las tres de la tarde, la comitiva nupcial salió para la iglesia. Dos horas más tarde, el primer coche volvió. Los camareros se detuvieron. El coche se detuvo, y Patricia era como una visión blanca con luz propia.

– Vamos a parar para comer algo y para descansar -dijo Gil.

Comieron beicon y huevos. Desde la carpa se oían voces, brindis y risas. Jane pensó que aquella era la clase de boda que habría tenido de haberse casado con Kenneth. Pero con Gil… ¿cómo sería su boda? ¿Se casarían? Se tocó el anillo de plástico. Gil no le había mencionado el matrimonio, pero le había puesto el anillo en el dedo adecuado y también le había dicho que sus intenciones eran honorables.

Cuando empezó a oscurecer, la banda de música entró en acción y la gente bailó en los jardines. Había lámparas de colores colgadas de los árboles y algunas parejas se paseaban agarradas del brazo.

– ¿Me concedes este baile? -le preguntó Gil, haciendo una reverencia-. No tenemos que ponernos en marcha hasta un poco más tarde.

Bailaron y Jane se sintió feliz. En la distancia, vio llegar un coche, y vio a la señora Delford salir a recibirle. Un hombre salió del coche con un magnífico basset.

– Me parece que ya ha llegado el novio -murmuró Jane.

– ¿Qué? Oh, ese novio. El que le ha chafado los planes a Perry. A propósito de Perry, creo que será mejor que le saquemos a dar un paseo antes de la función.

– Sí, creo que deberíamos hacerlo.

Con desgana, Jane se soltó de Gil y fue a la caravana. Al llegar a la puerta, se quedó helada.

– Gil, la puerta está abierta.

– No puede ser, la he cerrado.

– ¿Con cerrojo?

– No, pero… -guardó silencio al ver los arañazos junto a la puerta-. No te asustes, ya sabes cómo es. Lo más seguro es que esté quitándoles la comida a los invitados. A estas horas ya debe haberse comido la mitad de la tarta nupcial y por ahí deben estarnos llamando monstruos por tenerlo muerto de hambre.

– Esperemos que sólo sea eso. Venga, vamos a buscarle.

Fueron rápidamente a la carpa tratando de pasar desapercibidos. A simple vista, no consiguieron localizar a Perry.

– Allí -dijo Jane-. Mira a esa pareja que están tirando comida a algo en el suelo.

Pero el algo resultó ser un caniche, que se ofendió mucho cuando Jane le interrumpió en medio de la cena. Jane y Gil se miraron, y la gente comenzó a mirarlos a ellos también.

– No se puede evitar, tú ve por ese lado, yo iré por éste -murmuró Gil.

Al instante, se agacharon y comenzaron a caminar a cuatro patas por debajo de las mesas mientras llamaban a Perry con voz baja. Se acababan de reunir cuando estalló la tormenta.

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