Raye Morgan - Enamorada del jefe

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Enamorada del jefe: краткое содержание, описание и аннотация

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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– De acuerdo -gruñó-. Aquí me tendrás -para su sorpresa, él pareció más aliviado que triunfante, pero antes de que dijera nada, le advirtió-: Pero a cambio de venir a tu casa y trabajar lo mejor que pueda, quiero que… que no hagas nada que perjudique a mi familia.

– ¿Perjudicar a tu familia? -otra vez se hacía el inocente-. ¿Por qué iba yo a hacer eso?

– No lo sé… ¿Por qué huelen las flores? -dijo ella, mirando al techo.

– Otra vez esa estúpida disputa familiar, ¿verdad?

– Justo. El caballero ha ganado el premio.

– Jodie, yo no quiero ningún premio. Lo único que quiero es que estés aquí… conmigo.

¿Qué estaba diciendo? Lo cierto era que no quería saberlo.

– Pues ya lo has conseguido -dijo ella, sin salir de su asombro y dirigiéndose hacia la puerta-. Recuerda que tienes que tener cuidado con lo que pides. Las cosas pueden acabar de una forma que no esperas.

– Eso puede no ser malo -murmuró él.

Ella dudó del significado de sus palabras. Decía cosas que sonaban a la vez extrañas y sugerentes, pero tenía la sensación de que no quería decir lo que ella estaba interpretando. ¿Hacía eso sólo para desestabilizarla? Lo mejor sería asegurarse.

– Y no tendremos ninguna… relación romántica -dijo ella con firmeza.

El la miró un segundo y después echó a reír.

– Escucha, Jodie. Cualquier romance que mantenga de ahora en adelante será sólo por diversión. Las relaciones para mí son cosa del pasado.

Ella no pudo obviar la amargura de su tono de voz, pero no iba a dejar que lo notara. Todo el mundo tenía sus problemas, pero él, al menos, había tenido un matrimonio feliz, cosa que no podía decir mucha gente.

– A eso me refiero. Yo no pierdo el tiempo con diversiones.

– Entonces nos entenderemos a la perfección.

Si creyese sus propias palabras… Jodie salió de la casa después de mirarlo por última vez como si acabara de sortear una trampa mortal. ¿Pero qué trampas le pondría en el futuro?

Capítulo 3

Jodie lo tenía todo planeado cuando aparcó frente a la casa de Kurt a la mañana siguiente. Se mostraría fría, tranquila y profesional; toda eficiencia y competencia, pero manteniendo las distancias.

Mientras caminaba hacia la puerta conjuraba sus emociones para que permaneciesen dormidas. Su amiga Shelley, que también trabajaba en Industrias Allman, la tendría al corriente del trabajo de la oficina, así que se recogió el pelo rubio en un moño, se vistió con unos pantalones y una camisa blanca y ocultó sus ojos oscuros tras unas gafas de sol. Impersonal y profesional.

La puerta verde se abrió antes de que pudiera llamar y en ella apareció Kurt, con una enorme sonrisa y casi desnudo. Llevaba el pecho al descubierto y tenía los bíceps hinchados por el esfuerzo de usar las muletas. Los pantalones cortos del pijama se ajustaban a sus caderas perfectamente esculpidas, y ante la visión de tanta carne masculina, ella no pudo más que dar un paso atrás y quedarse sin aliento.

– ¿Estás bien? -preguntó él, con la luz de la mañana reflejada en sus ojos verdes.

– Claro que sí -replicó ella, recuperando rápidamente el equilibrio emocional-. Pero me preocupa que puedas pillar un catarro así, llevando tan poca ropa.

– No te preocupes, estoy fuerte como una roca -le aseguró Kurt.

Aquello estaba clarísimo.

– ¿Te has dejado la bata en algún lado?

– Me estorba con las muletas -levantó una ceja-. ¿Quieres decir que te molesta que no esté completamente vestido?

Ella arrugó el ceño.

– He sido fisioterapeuta durante los últimos cinco años; estoy acostumbrada a ver el cuerpo humano.

La flagrante mentira casi hizo que enrojeciera, pero logró contenerse. Los cuerpos normales no la afectaban, pero aquél la ponía algo nerviosa… Esperaba que él no se diera cuenta.

– Puesto que no parece que estés listo para trabajar, creo que volveré a la oficina y vendré más tarde -se giró e intentó que la amenaza surtiera efecto. Una imprecación la detuvo.

– Deja de hacer teatro, Jodie -dijo él con impaciencia-. Tenemos mucho que hacer y no podemos perder el tiempo.

– ¿De verdad? -al mirarlo no pudo evitar el apreciar como el sol brillaba sobre su bronceada piel.

– Entra y empecemos de una vez.

– ¿Qué te ronda por la cabeza? -preguntó ella, sin fiarse.

– Jodie, Jodie -dijo, con una sonrisa capaz de fundir el hielo de los polos-. Tienes que aprender a confiar en mí.

– La confianza es algo que se gana -le recordó.

– Muy bien, señorita rayo de sol. Hoy quería ir a los viñedos, pero puesto que yo no puedo conducir, tendrás que hacerlo tú por mí.

– ¿A los viñedos? -se sorprendió ella-. ¿Para qué?

– Estoy trabajando en los conceptos de la nueva campaña publicitaria. Quiero ver qué podemos hacer. Hacer fotos y buscar ideas.

Ella se quitó las gafas, lo miró y volvió a preguntarse en qué estaría pensando.

– ¿Mi padre sabe que pensabas ir? -preguntó.

Su expresión se tornó extraña y luego volvió a la normalidad.

– ¿Por qué? ¿Crees que debería pedirle permiso? -respondió.

Ella dudó, pensando justamente eso, pero consciente por su tono de que no le gustaría la respuesta. Ir y volver hasta allí les llevaría todo el día. En realidad no tenía ningún asunto pendiente que no pudiera retrasar un día más, así que, pensando que si él iba, ella no debía dejarlo solo, accedió.

– De acuerdo, pero… ¿y tu hija? -dijo, al fijarse en los juguetes que estaban por el suelo.

– Aún está con mi madre. La ha traído antes para que pudiera verla y darle un par de besos -sonrió-. Y, por supuesto, mi madre también tenía que darme su sermón de cada día -añadió, más para sí mismo, y su sonrisa desapareció.

– A tu familia le gusta tan poco como a mí que trabajes en Industrias Allman, ¿verdad?

Sus ojos verdes se tornaron opacos y ella no pudo interpretar ninguna reacción, pero no necesitaba confirmación. Los McLaughlin seguían despreciando a los Allman, y Jodie no necesitaba saber más.

Ella lo miró: con aquel pijama y barba de un día nadie podía negar que era un hombre de lo más atractivo. Tan atractivo que el corazón se le aceleró al verlo y empezó a pensar en sábanas de seda, besos interminables y caricias masculinas sobre la piel desnuda.

Oh, oh… mejor no seguir por ese camino. Tendría que borrar esos pensamientos de su cabeza cuanto antes.

Después se dio cuenta de algo que le hizo pensar en otra cosa. Él sentía dolor. Podía verlo en sus muecas al tratar de moverse y eso le hizo compadecerse de él. Pobre… tal vez pudiera hacer algo para que se sintiera más cómodo y aliviado…

– Hay otro asunto para el que necesito tu ayuda -pidió él-. Quiero ducharme.

Suficiente. Jodie apretó los labios y miró a través de él, intentando contener el aluvión de protestas que se le venían a la mente. Intentó mantener la cabeza fría.

– En serio, lo necesito -dijo con un buen humor que casi parecía forzado-. Me pica la cabeza. También me vendría bien un buen enjabonado -levantó las cejas y la miró-. Podrías hacer eso por mí.

¿Y por qué no una pedicura y una limpieza de cutis? No tenía sentido compadecerse de él. Apretando los dientes, Jodie lo miró a los ojos.

– No me importa ayudarte a meterte en la ducha -le dijo con cuidado-, mientras no te quites la ropa.

– Creía que no te asustaba la desnudez -dijo él, con tono de broma.

– No me asusta la desnudez, pero no toleraré esas familiaridades. Y tu idea de compartir ducha es una familiaridad de las intolerables.

– ¿Así que sigues sin fiarte de mí? -preguntó él, divertido.

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