Raye Morgan - De enemigos a amantes

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Nadie podía replicar a Rafe Allman… hasta que Shelley Sinclair aceptó un cargo desde el que iba a hacerle ver al rey de la empresa lo que era tener que acatar órdenes. Pero cuando las sesiones de trabajo se llenaron de besos robados, el cambio de papeles hizo que la ardiente secretaria soñara con algo más que ser su jefa por unos días…
Antes de que Rafe pudiera darse cuenta, aquella adorable texana le había derretido su frío corazón. ¿Podría hacerle una propuesta para contratarla como esposa?

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Raye Morgan De enemigos a amantes De enemigos a amantes Serie2º Amor y - фото 1

Raye Morgan

De enemigos a amantes

De enemigos a amantes

Serie:2º Amor y rivalidad

Título Original:Trading places with the boss

CAPÍTULO 1

A VER si hay suerte -susurró Shelley Sinclair a su compañera de trabajo. Jaye Martínez la miró sonriente. Estaban sentadas en dos cómodos butacones del salón de actos.

Shelley respiró hondo, cruzó los dedos y abrió el papel que le habían dado:

Industrias Allman. Equipo A. Intercambiarán papeles: Rafe Allman y Shelley Sinclair.

No podía creérselo. Releyó la nota desesperada. «¡No! Rafe Allman no, por favor», pensó.

Jaye leyó su papeleta y luego la de Shelley.

– Hagas lo hagas, que no sepa que tienes miedo -le dijo Shelley con ironía-. Los hombres como él pueden oler el miedo y destrozarte, igual que hacen los perros salvajes.

Pero Shelley no se había recuperado aún de la impresión y no la escuchó.

– ¿Qué? -le preguntó.

– Sólo es una broma, Shelley -le dijo Jaye sonriente-. No es para tanto. De hecho, es uno de los jefes más atractivos de todo el estado de Texas, así que tendrás que soportar su arrogancia. Es parte del juego.

– Esa es tu opinión, no la mía -contestó Shelley mirando el papel de su compañera-. Como a ti te ha tocado el señor Tanner, que es un encanto… Seguro que os lo pasáis genial.

– Ya estoy pensando en la manera de conseguir que coma de mi mano -explicó Jaye sonriente-. Tengo cuatro días para convencerlo de que soy su media naranja. ¿Crees que tendré suerte?

– Estoy segura de que sí -contestó Shelley sonriendo a su amiga.

Jaye Martínez era una mujer preciosa, con un cabello negro y brillante que contrastaba con la melena larga y rubia de Shelley.

Recogieron los maletines que les habían dado al inicio de la convención, los folletos y todas sus cosas y se dispusieron a salir del auditorio. Siguieron a un montón de gente que comenzaba a abarrotar el recibidor del lujoso hotel donde la conferencia de empresa estaba teniendo lugar. Fue entonces cuando Shelley divisó a Rafe Allman y a Jim Tanner. Estaban esperándolas.

Lo estaba pasando mal, no podía evitarlo. Por un lado, estaba fastidiada por su mala suerte al tener que participar con Rafe Allman en el juego de rol y, por otro, estaba enfadada consigo misma por el modo en el que su corazón latía ante la perspectiva de tener que pasar cuatro días trabajando con él.

Shelley miró a los dos hombres. No se parecían en nada. Jim Tanner era alto y rubio. Sus ojos tenían un brillo especial y su cara era risueña y de sonrisa fácil. Rafe Allman, aunque también era alto, poseía unos hombros anchos que le daban el aspecto de un hombre fuerte y robusto. Sus ojos eran oscuros e inquisitivos. Y su boca era más proclive a la mueca sarcástica que a la dulce sonrisa. Con todo ello, era un hombre tremendamente atractivo. No había una mujer en todo el hotel que no hubiera pagado por pasar cuatro días con él. Bueno, había una: Shelley Sinclair.

Lo conocía desde hacía demasiado tiempo, y lo conocía demasiado bien como para saber que estaría mejor alejada de él. Rafe era como un animal salvaje al que habían conseguido domar ligeramente pero nunca domesticar del todo.

Rafe las distinguió entre la multitud. A Jaye le dedicó una sonrisa de bienvenida que se enfrío ligeramente al mirar a Shelley. Pero ella no iba a dejar que eso la afectara. Levantó la barbilla y se recompuso. Iban a tener que trabajar codo con codo durante unos días y no estaba dispuesta a bajar la guardia ni lo más mínimo.

Rafe era el jefe supremo de Industrias Allman, la distribuidora de unas cuantas bodegas y viñedos del estado de Texas. Su padre era aún el presidente de la compañía, pero sólo sobre el papel. Rafe estaba al cargo de la empresa y la dirigía con aplomo y seguridad.

– Como corderos llevados al matadero -susurró Jaye a su amiga segundos antes de encontrarse con ellos.

– ¿Quiénes? ¿Nosotras o ellos? -preguntó Shelley.

– Os habéis saltado el discurso de bienvenida -dijo Jaye saludando a los dos hombres con sonrisa seductora-. Y os habéis perdido toda la información sobre lo que se supone que tenemos que hacer.

– Bueno, para eso os tenemos a vosotras -se defendió Rafe burlonamente-. Contamos con vuestra capacidad de trabajo y minuciosidad.

– Claro, claro. Será mejor que repartamos el trabajo -contestó Shelley-. A la próxima reunión vais vosotros mientras Jaye y yo hacemos novillos.

Rafe la miró sorprendido, hecho que a Shelley no se le pasó por alto. Quizá pensara que estaba siendo presuntuosa al hablarle así. Después de todo, él era el máximo dirigente de la empresa y ella, sólo una secretaria. Lo que no sabía era que la situación estaba a punto de cambiar radicalmente. Shelley estaba entusiasmada con la idea.

Durante una milésima de segundo se miraron a los ojos y Shelley se dio cuenta de que había algo más allí. Al mirarla no estaba pensando sólo en su actitud. Seguro que estaba acordándose de la última fiesta de Nochevieja, cuando estuvieron muy cerca de que pasara algo entre ellos. Había sido sólo un momento y, poco después, la oportunidad desapareció. Se habían pasado el resto del año evitándose, lo que había sido complicado. Y cada vez que se veían aquella sensación volvía y persistía la tensión entre ellos.

– Tenemos una mesa en el bar -les comentó Jim Tanner-. ¿Por qué no venís y nos lo contáis mientras tomamos algo?

Jaye se agarró de su brazo y comenzó a tomarle el pelo sobre lo sorprendido que se quedaría cuando supiese de qué iba el concurso de ese año. Detrás caminaban Shelley y Rafe, cada uno por su lado e intentando ignorarse.

El bar estaba hasta arriba de gente, y sólo quedaba sitio en la mesa donde estaban esperándoles otros dos empleados de Industrias Allman.

Shelley charló y se rió con sus compañeros, pero no se le escapó que Rafe eligió para sentarse la silla más alejada de ella.

– ¿Por qué no me cuenta alguien qué es lo que hacemos aquí? -preguntó Dorie Berger, una de las empleadas más jóvenes de la empresa-. Todos dicen que es un privilegio poder estar aquí, pero nadie me ha contado qué es lo que pasa durante estas convenciones.

– Verás -comenzó Rafe dedicándole una sonrisa, más concentrado en su escote que en su cara-. La competición tiene lugar cada año en una ciudad distinta. Cada empresa envía un máximo de tres equipos con siete empleados cada uno. Durante los cuatro días que dura el concurso tienen que preparar y elaborar su presentación final: El último día, cada equipo expone sus resultados frente a un jurado. El premio es un trofeo que se expone en la vitrina de la empresa. Pero, por encima de todo, gana el prestigio de esa empresa.

– Pero, ¿para qué se hace todo esto? -insistió Dorie, confusa.

– Se supone que ayuda a pensar de una forma distinta y a fomentar la creatividad -explicó Jim Tanner-. El objetivo es animarnos a mejorar y esforzarnos más en nuestra vida profesional.

– No estoy de acuerdo -espetó Rafe.

Todos se quedaron en silencio y lo miraron. Su actitud sacaba a Shelley de quicio. Rafe debía de pensar que él era lo mejor que le había pasado al planeta desde la invención de la rueda. Y no era así. Era un tipo normal. Muy guapo, muy dinámico y muy carismático, pero un tipo normal, al fin y al cabo.

– El objetivo -dijo Rafe disfrutando con la atención recibida- es ofrecer la mejor presentación de todo el concurso. El objetivo es machacar a los rivales. El objetivo… -agregó levantando su copa y contemplando a todos con mirada de hielo- ¡El objetivo es ganar!

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