El caso es que iba a tener que colaborar con él durante todo el fin de semana y tenía que dejar sus recuerdos y sentimientos aparcados. Sabía que a Rafe lo reventaría que fuera su jefa, aunque sólo durante cuatro días, y tendría que luchar con él a brazo partido.
Había sido una lástima que Matt, el hermano mayor de Rafe, no hubiera podido asistir en vez de él. Matt era mayor, más inteligente y mucho más agradable. Era como el hermano mayor que ella siempre había echado en falta. Shelley habría hecho cualquier cosa por él.
Alguien llamó a la puerta. Respiró profundamente y la abrió.
– Buenas tardes, señorita Sinclair -dijo Rafe mirándola con ojos burlones.
Detrás de él estaban los demás empleados. Shelley reconoció a la mayoría. Estaba Candy Yang, la pasante, y Jerry, uno de los financieros. Jerry era además un amante dell bricolaje y eso podría serles útil. Dorie Berger era una joven con ganas de trabajar y de agradar. Sería fácil trabajar con ella. A los otros dos miembros del equipo no los conocía bien, pero parecían agradables.
– Aquí estamos -agregó Rafe-. Sus leales esclavos, sedientos de recibir órdenes suyas.
– Perfecto -dijo ella-. Pasad para que podamos empezar enseguida.
Cruzaron miradas mientras Rafe entraba sin prisas en la habitación. Su mirada era dura e inquebrantable. Iba a ser un fin de semana muy largo. El más largo de su vida.
A VECES el maldito sexo se mete entre medías estropeándolo todo.
Rafe continuó jugando con los restos del delicioso postre que acababa de terminar. Mientras arrastraba con el tenedor los trocitos de chocolate de un lado a otro del plato, su mente estaba ocupada por la mujer que se sentaba en el otro extremo de la larga mesa.
Shelley Sinclair. La conocía de toda la vida, siempre le había complicado la existencia y aún lo hacía. Sería más fácil si no tuviera ese largo y sedoso cabello que terminaba en un suave rizo justo encima de su pecho izquierdo. 0 si no tuviera esos ojos de gacela que parecían esconder un hondo pesar. Por no hablar de su boca sensual que siempre le hacía pensar en largos y tórridos besos y en el aroma de las gardenias. «¿Y por qué gardenias?», pensó. No tenía ni idea.
Se sentía asqueado con sus sentimientos. La miró desde su lado de la mesa. Shelley seguía comiendo el postre. Apenas pudo contener un gemido de deseo al observar cómo llegaba a su preciosa boca de nuevo el tenedor lleno de nata montada. Rafe sentía que era demasiado mayor para ese tipo de cosas. Desear a cualquier otra podía ser un problema, pero desear a Shelley Sinclair era una absoluta locura.
Las cosas no habían sido siempre así. Cuando Shelley era amiga de su hermana pequeña, las dos lo espiaban y se reían de él. Entonces, no se había fijado en ella en absoluto. Jodie y ella eran sólo dos mocosas que hacían de su vida un infierno.
Pero las cosas habían cambiado.
Ahora también conseguía irritarlo, pero de distinta manera. Y no podía dejar que sus sentimientos entorpecieran lo que habían ido a hacer allí. No había contado con tener que participar en la competición ni sabía lo que iba a implicar. Pero ahora que estaban allí, iba a luchar hasta el final para ganar el trofeo. Las Industrias Allman tenían que vencer en el concurso y dependía de él el lograrlo. Claro que iba a ser complicado controlar la situación cuando la propia naturaleza del juego lo obligaba a intercambiar puestos con Shelley. Se decidió a hacer algo al respecto.
La reunión de estrategia había sido frustrarte. Pensaba que Shelley se iba a conformar con iniciar la reunión, jugar a ser jefa un rato, más que nada para respetar el formato del concurso y luego sentarse para permitir que fuera él quien tomara las riendas. Al fin y al cabo, ése era el papel que mejor se le daba y el que le pertenecía. Asíí funcionaban las cosas y todos lo asumían así.
Todos menos Shelley, que parecía pensar de otra forma. Estaba siendo de lo más testaruda. Había diseñado un plan y se lo explicó a todos. Hablaba deprisa, fijando talleres de trabajo para la mañana siguiente, repartiendo instrucciones para todos. Rafe apenas había podido meter baza.
Y justo cuando, harto de la situación, se levantó para tomar las riendas de la reunión, ella lo miró,con gesto triunfante y decidió aplazarla para después de la cena.
Bajaron al restaurante donde los esperaba el resto de los empleados de Industrias Allman congregados en el hotel. Los veintiuno disfrutaron de una excelente cena a cuenta de la empresa. Para Industrias Allman esa competición era importante y mucho más para Rafe, que quería demostrar que podía ser tan competitivo y duro en los negocios como su padre lo había sido. Tenía que dejar claro que era la persona indicada para ocupar el puesto de presidente de la compañía. Le había prometido a su padre que ganarían el concurso y haría todo lo que estuviese en su mano para lograrlo. En los negocios, como en la vida, se había destacado por ser un luchador y un trabajador incansable.
La gente comenzó a abandonar la mesa para dirigirse a sus respectivas habitaciones. Tenían que descansar antes de las reuniones de trabajo de la mañana siguiente. Rafe también se levantó, se despidió de Jim e ignoró la mirada seductora de Tina, la espectacular morena de recursos humanos que llevaba semanas detrás de él.
Se acercó a Shelley y la tomó del brazo.
– Tenemos que hablar -le dijo en un susurro.
– Hablar es barato -contestó ella con media sonrisa-. Creo que sería mejor que me mandases un correo electrónico.
Sus dedos rodearon el brazo de Shelley. No iba a dejar que se le escapara y tampoco iba a pensar en lo agradable que era estar tocando su piel.
– Quieres todas las comunicaciones por escrito para poder usarlas en mi contra, ¿verdad? -le respondió él-. Está muy claro lo que pretendes, Shelley, y no voy a caer en la trampa.
– ¿Qué pasa? ¿Soy más lista de lo que esperabas? -dijo ella mirando la mano que la sujetaba-. Y si lo de tener cerebro no te gusta, ¿qué vas a hacer? ¿Maltratarme?
– Hay muchas formas de intimidar a la gente y algunas se parecen mucho a ti.
– ¿Me estás acusando de usar artimañas femeninas para intimidarte? -preguntó ella, obviamente divertida con la situación.
Rafe abrió la boca y estuvo a punto de contestarle algo que podía haberlo metido en un callejón sin salida. Por fortuna, pudo controlarse y actuar de forma inteligente.
– Shelley, lo único que quiero es hablar contigo. No hagas un drama de ello.
– De acuerdo -dijo ella cediendo-. Sube a mi habitación. Tienes quince minutos de mi tiempo.
Rafe respiró hondo y la miró. Se enfrentaba a un delicado dilema. Cada parte de su ser deseaba pasar la noche con ella en su habitación. Podía imaginarse la suave luz, la música romántica y el sabor de su boca cuando se besaran…
«No, no puede ser. ¿Y el bar?», pensó Rafe.
Pero la música allí sería vibrante y llenaría la atmósfera de sensualidad, de posibilidades y tentaciones. Su boca lo tentaría también en el bar, donde además servían bebidas alcohólicas.
«No, tampoco. Demasiado peligroso», siguió cavilando.
– ¿Por qué no nos damos una vuelta por el canal? -sugirió sin más-. Estaría bien absorber un poco del ambiente local.
El canal, con su paseo lleno de turistas, sería el lugar más seguro e indicado, decidió él.
– Muy bien. Vamos -asintió ella con una ligera mueca de desagrado.
Era una noche muy agradable y cálida. Había un montón de gente en la calle y un ambiente festivo. Las luces de las tiendas y los bares se reflejaban en el agua y por todas partes se oían las risas y la música. Era como una gran fiesta al aire libre.
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