Raye Morgan - De enemigos a amantes

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Nadie podía replicar a Rafe Allman… hasta que Shelley Sinclair aceptó un cargo desde el que iba a hacerle ver al rey de la empresa lo que era tener que acatar órdenes. Pero cuando las sesiones de trabajo se llenaron de besos robados, el cambio de papeles hizo que la ardiente secretaria soñara con algo más que ser su jefa por unos días…
Antes de que Rafe pudiera darse cuenta, aquella adorable texana le había derretido su frío corazón. ¿Podría hacerle una propuesta para contratarla como esposa?

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– Eso se merece un brindis -dijo Jaye alzando también su copa.

Todos brindaron, incluida Shelley, a pesar de que su mente estaba en otro sitio. Iba a ser complicado para ella tener que liderar el grupo. Tendría que enfrentarse a Rafe durante cuatro días y no sabía si estaría preparada para ello.

Intentó desechar el pensamiento y concentrarse en el presente. Ya era bastante estresante tener que estar tomándose una copa en presencia de Rafe y su continuo escrutinio.

– ¿Y en qué consiste la competición? -preguntó de nuevo Dorie.

– Cambia cada año -explicó Jim-. Un año tuvimos que simular que nuestro producto era un político. Y lo tuvimos que vender como si estuviéramos en plena campaña electoral. Con mítines, pancartas y carteles.

– Y el año pasado tuvimos que organizar un musical de diez minutos de duración sobre nuestro producto.

¡Cada miembro del grupo tuvo que cantar una pequeña pieza musical durante al menos un minuto! -dijo Shelley con una sonrisa.

– ¡No!

– ¿Ganamos? -preguntó Rafe mirándola.

– Creo que el equipo A consiguió el quinto puesto -explicó Shelley y, viendo la mirada de desaprobación de Rafe, añadió-: No estuvo nada mal. Había un total de noventa y dos equipos compitiendo.

– Entonces, ¿viniste también el año pasado? -preguntó Rafe-. Creí que cada empleado venía como mucho cada tres años.

Asistir a esos eventos estaba considerado como un incentivo en la empresa. En teoría, cada empleado no acudía más que una vez cada tres años, con el fin de que todos pudieran presentarse tarde o temprano.

– Sí, vine también el año pasado -admitió Shelley-. De hecho, Harvey Yorgan iba a venir este año, pero su mujer se puso de parto prematuro. Así que me pidieron que viniera en el último momento.

La verdad era que había sido ella misma la que se había ofrecido a sustituirlo. Por una razón que no podía revelar a nadie. Algo de lo que esperaba que nadie se enterase. Rezaba, sobre todo, para que no llegase a oídos de Rafe Allman.

– Bueno. Estamos en ascuas -dijo Rafe mirándola fijamente-. ¿De qué se trata este año?

– Este año un miembro de cada equipo tiene que intercambiar su puesto con el del jefe -explicó ella algo nerviosa.

Él la miró sin entender bien lo que estaba explicando, así que se decidió a ampliar la información.

– La persona con el cargo más importante dentro del equipo tiene que pasar a ser uno de los empleados. Y uno de los empleados pasa a ser el nuevo jefe.

La tensión se podía cortar.

– ¡Genial! -dijo Rafe finalmente-. Así que no tengo que trabajar en absoluto.

Todos rieron. Todos menos Shelley. El seguía mirándola y ella sostenía su mirada. No iba a conseguir intimidarla, a pesar de que llevaba varios minutos con taquicardia.

– ¿Y de quién se trata? -preguntó Rafe, aunque probablemente ya lo habría averiguado.

– Jaye va a sustituir a Jim -dijo ella mirando a su amiga un instante-. Y tú y yo intercambiaremos nuestros puestos de trabajo.

– ¡Qué interesante! -concluyó él.

Shelley estaba casi sin aliento. Había algo en su voz y en sus ojos que le daba escalofríos. Recordó las palabras de su amiga, diciéndole que no mostrara miedo. Jaye sólo bromeaba, pero para Shelley era la pura realidad. Ese hombre le daba miedo.

No se trataba de un miedo físico. Sabía que no era un hombre agresivo. Pero había algo en él, una especie de magnetismo animal, que la volvía loca. A lo mejor el problema lo tuviera ella. Pensaba que quizá fuese la consecuencia de su propia debilidad. Se sentía atraída por hombres de ojos oscuros como la noche y barbillas fuertes, del mismo modo que otras mujeres tenían debilidad por el vino o el chocolate.

Fuera lo que fuera, se sentía atraída por él, aunque sabía que no podía dejarse llevar por esos sentimientos.

– Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Rafe-. ¿Bailar claqué al ritmo de la canción de la empresa?

– Tenemos que desarrollar un plan de acción que mejore el funcionamiento de la empresa de algún modo -explicó ella con sonrisa forzada.

– Te refieres a algo más que no sea vender un producto, proteger los puestos de nuestros empleados y conseguir beneficios, ¿verdad? -preguntó él.

– Eso es.

– Muy bien -dijo él recostándose en la silla y bebiendo un sorbo de su copa-. No te preocupes. Ya me encargo yo de todo.

Sus palabras fueron la gota que colmó la paciencia de Shelley. No entendía que pudiera sentirse atraída por un hombre que la sacaba siempre de quicio. Su tono condescendiente le recordó todas las veces que había sido humillada por él de un modo u otro. Tomó su carpeta, buscó una de las hojas informativas de la competición y se la entregó.

– De hecho, voy a ser yo la que me encargue de todo -dijo tan calmada como pudo-. Y mi primera decisión es organizar una reunión de trabajo.

– ¿Para qué? -preguntó él sorprendido.

Shelley empezó a darse cuenta de lo difícil que iba a ser trabajar con él. No iba a cederle las riendas de la compañía sin más… Era duro de pelar.

– Tenemos que preparar nuestra estrategia y comenzar enseguida con el plan de acción -explicó ella rápidamente-. La reunión será a las cinco en mi habitación. Por favor, Rafe, díselo a los demás. La lista de los miembros de nuestro equipo está con la información que te acabo de dar -agregó sonriente, sin dejar entrever su enfado-. Es tu primera tarea.

Todos se quedaron callados en la mesa, esperando que Rafe explotara o que sucediera algo. Todos contenían la respiración y Shelley se decidió a tomar la iniciativa antes de que Rafe la contestara.

Recogió su bolso, el maletín y el resto de los papeles y se levantó para irse.

– ¡Ah! Rafe -agregó, volviéndose hacia él-, creo que durante los próximos cuatro días será mejor que te dirijas a mí como señorita Sinclair, ¿de acuerdo? Eso nos ayudará a recordar nuestros nuevos puestos.

Shelley sonrió a sus estupefactos compañeros. La cara de Rafe reflejaba sentimientos que no consiguió descifrar. No sabía si estaría furioso, divertido con la situación o atónito. No tenía tiempo de quedarse e intentar descubrirlo. Había conseguido lo que quería con su despedida y no iba a estropearlo.

– ¡Hasta las cinco! -dijo despidiéndose.

No entendió sus palabras, pero reconoció el tono de voz de Rafe susurrando algo mientras ella se alejaba. Seguramente estaba riéndose de ella. Estaba furiosa y roja como un tomate.

«¡Maldito Rafe Allman!», se dijo mientras se dirigía al ascensor.

A las cinco de la tarde, Shelley seguía organizando su habitación, preparándola para la reunión. Colocó sillas y bajó el volumen de la música. Estaba muy nerviosa. Temía que Rafe decidiera desafiarla y no aparecer por allí. 0 quizás no se lo hubiese comunicado a los otros miembros del equipo. También cabía la posibilidad de que asistiera y se burlara de ella durante toda la tarde.

El caso es que los dos tenían un historial que se remontaba a un montón de años, tantos como veinte. Shelley había sido muy buena amiga de Jodie, la hermana de Rafe. Y, durante algunos años, había pasado muchas tardes en casa de los Allman. Su madre siempre estaba muy ocupada en la cafetería que regentaba, el Café de Millie, así que Shelley solía ir a casa de Jodie muchas tardes veraniegas.

Rafe y ella se llevaban mal desde entonces. Él disfrutaba burlándose de ella y avergonzándola. Recordaba cómo Rafe comentó, durante una cena a la que Shelley asistió en casa de los Allman, que ella llevaba ya sujetador. Shelley sólo tenía once años, pero nunca olvidaría cómo se sintió cuando todos la miraron sorprendidos y sonrientes. Debería haberlo asesinado entonces.

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