Quizá no estuviera siendo justa. El problema no había sido lo imbécil que era Jason, sino su propia inocencia y lo ciega que había estado. Cuando empezaron a salir, no tenía ni idea de que él estuviera casado. Después se enteró de que se trataba de una relación de lo más tormentosa donde las separaciones duraban más que las reconciliaciones. Comenzó su relación con él durante una de esas separaciones y lo creyó cuando le dijo que su matrimonio estaba muerto. Sólo una tonta lo hubiera creído. Todo eran mentiras, una detrás de otra. Estaba demasiado abrumada por la situación y demasiado enamorada de él. No era que no tuviera cabeza, sino que no la había usado en absoluto. Todavía sentía escalofríos al recordar el día que su esposa regresó y descubrió que Shelley se había instalado en su piso. Nunca podría olvidar el desprecio que reflejaron los ojos de aquella mujer. Y lo peor era saber que se tenía bien merecido su menosprecio.
– Así que vas a cooperar, ¿verdad? -preguntó él en busca de su apoyo.
A Shelley no le apetecía en absoluto tranquilizar a Rafe. No necesitaba más confianza de la que ya tenía, así que lo miró y le hizo una mueca.
– ¿Todavía estás obsesionado con ser siempre el número uno? ¿Eso es la vida para ti? ¿Una competición donde siempre tienes que ganar?
– ¿Qué tiene de malo ganar? Es mejor eso que ser un perdedor -dijo con tono sarcástico-. ¿0 es que a ti te gustan los perdedores?
– La verdad es que no. Yo prefiero a personas de buena voluntad.
Rafe farfulló algo y luego se paró.
– ¿Buena voluntad? Yo tengo montones de eso.
– ¿En serio? -dijo ella escondiendo una sonrisa y con cara de incredulidad-. Debería haber sido más clara. Lo que quería decir es que prefiero a gente con inquietudes culturales y de otro tipo -concluyó con tono altivo.
– Inquietudes… ¡Ya! -dijo él pretendiendo estar ofendido-. Perdóname mientras me ajusto mi pañuelo de vaquero.
– Adelante. Estás disculpado -agregó ella divertida.
– ¡Cuánta cortesía! Me estás sacando los colores.
– Entonces he logrado lo que quería -contestó con una sonrisa traviesa.
– No creas. Voy a ser todo un desafío para ti. Te voy a poner las cosas muy difíciles. Más de lo que te imaginas.
– Me estás dando miedo. Tengo mucha imaginación -dijo ocultando su sorpresa-. A lo que me refería es que prefiero a hombres más sofisticados.
– Ya. Supongo que prefieres a hombres como Jason McLaughlin.
El comentario la atizó como una bofetada que le hizo girar la cabeza para observarlo. Y, aunque increíble, el caso era que Rafe parecía disgustado con la idea.
– Perdona -susurró él-. Ha sido un golpe bajo.
– Si tú lo dices… Al fin y al cabo, eres el rey -contestó con sequedad.
– ¿De qué? ¿De los golpes bajos?
– Y de otras indignidades y humillaciones.
– ¿Indignidades? -repitió él imitándola-. Hay que ver qué bien hablas ahora. Pero yo te conozco desde que éramos dos chavales de pueblo. A mí no me engañas -agregó acentuando su acento sureño hasta parecer un auténtico paleto.
Se estaba riendo de ella, pero con amabilidad, no como lo solía hacer cuando eran pequeños. Shelley pensó que si no tenía cuidado iba a acabar cayéndole bien.
– A lo mejor no se te puede engañar, pero sí se te puede convencer. Eres listo y sabes que no hay nada malo en intentar alcanzar algo mejor.
Un bullicioso grupo de jóvenes se dirigió hacia ellos y Rafe colocó su mano en el cuello de Shelley para guiarla y apartarla del camino de los chicos.
– Siempre que no se te olvide de dónde vienes -dijo él.
Era muy agradable sentir su mano en el cuello. Su calidez se filtró por todo su cuerpo. Shelley se apartó ligeramente y de forma disimulada para deshacerse de su mano.
– Mírate a ti -dijo ella. Esta misma tarde llevabas puesto tu traje, con corbata, camisa blanca impecable y unos pantalones perfectamente planchados. Tenías un aspecto estupendo. Mucho mejor de lo que tu padre ha estado nunca.
– Así que es de ese modo como se puede alcanzar algo mejor en tu vida, con un buen traje y ya está. ¿Es eso lo que me estás diciendo? -dijo con el ceño fruncido-. Para que lo sepas, nadie ha trabajado más ni ha luchado más para conseguir esa vida mejor de la que hablas, que mi padre.
– Nadie excepto mi madre -le respondió ella-. ¿Cómo crees que consiguió mantener el Café Millie estando sola?
– Vale. Pero mi papá es mejor que tu mamá -repuso divertido.
– No lo es -contestó Shelley siguiéndole el juego.
– Sí que lo es.
– Bueno, a lo mejor sí. Pero mi mamá cocina mejor.
– ¡Vale, vale! -asintió él-. Ahí me has pillado.
Ya estaban de vuelta frente al hotel. Se pararon sin articular palabra. Ninguno de los dos quería entrar. Shelley se giró para mirarlo y se cruzaron sus miradas.
– Entonces, ¿juras que no has venido a la conferencia por lo de Jason McLaughlin? -inquirió él.
Dudó un momento y luego levantó su mano como una girl-scout.
– Lo juro. La verdad es que, de haberlo sabido, lo más seguro es que no hubiera venido.
– Entonces, ¿por qué has venido? ¿Qué motivo oculto tienes? -le preguntó con suavidad.
No pudo sostenerle la mirada. La verdad era que tenía un motivo oculto, Rafe había dado en el clavo. Había decidido asistir en el último momento porque sabía que no tendría una oportunidad como aquélla para hacer de detective y averiguar algo que necesitaba saber. Pero no podía decírselo a Rafe, porque eso implicaría desvelarle un secreto que otra persona le había confiado.
– Hay algunas cosas que son privadas y punto -dijo finalmente mirándolo de nuevo-. Mis razones no tienen nada que ver con la empresa y no tienes derecho a preguntármelo.
– ¿No me lo vas a decir? -preguntó atónito.
– No tienes necesidad de saberlo -insistió ella encogiéndose de hombros.
Y era cierto. Deseaba que aceptase lo que le decía y dejar el tema de una vez por todas.
– Lo único que consigues con eso es que aumenten mis sospechas.
– Pues sospecha todo lo que te dé la gana, corazón -dijo ella sacudiendo su sedosa melena y exagerando su acento sureño.
Rafe estaba siendo imposible pero, al fin y al cabo, así era él. Durante unas horas se le había olvidado lo difícil e insufrible que podía llegar a ser.
– Lo único que me importa es que hagas un buen trabajo para mí mañana. Porque, por ahora, yo soy la jefa -añadió ella.
Lo miró con aire retador, se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores.
A LA mañana siguiente, la primera persona a la que vio Shelley nada más salir del ascensor fue a la última con la que hubiese deseado encontrarse: Jason McLaughlin.
– ¡Shelley! ¡Cuánto tiempo sin verte! -dijo él tomando sus manos-. Tienes un aspecto realmente increíble.
Se quedó sin palabras, temiendo no ser capaz de reaccionar. Se preguntó si la conocería lo suficiente para darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando. Tenía el corazón en un puño. Lo más seguro era que no se percatara de la reacción que había provocado en ella. De hecho, nunca la había llegado a conocer por completo y tampoco le había importado lo suficiente como para ahondar más en su relación. Ella le había calentado la cama y mantenido el piso en orden, lo único que de verdad le interesaba.
En cambio, ella se había pasado toda la adolescencia pendiente de él. Incluso apuntaba todo lo que Jason hacía en un diario. Lo escondía debajo del colchón y sólo lo sacaba por la noche para escribir los últimos acontecimientos del día.
He visto a Jason en la tienda esta mañana. Llevaba unos vaqueros con agujeros super chulos. Se ha girado hacia donde yo estaba y casi me da un infarto. Pero después ha pasado de largo a mi lado. Creo que no me ha visto.
Читать дальше