Raye Morgan - Enamorada del jefe

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Enamorada del jefe: краткое содержание, описание и аннотация

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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– Espera -el hombre de acción le dio un par de golpes en la espalda, pero al ver que no funcionaba del todo, la rodeó con sus brazos para presionarle en la boca del estómago.

– ¡No! -protestó tosiendo antes de que él procediese-. ¡Espera, estoy bien!

Él se detuvo, pero por alguna razón, sus brazos no se movieron de la cintura de Jodie.

– ¿Estás segura? -dijo en voz baja y tan cerca de su cara que pudo sentir el calor de su aliento.

– Sí, estoy segura -contestó, intentando apartarse sin que él la soltara-. ¡Kurt, suéltame!

Ella giró la cabeza y sus miradas se encontraron. Entonces ocurrió algo mágico. No fue sólo el que ella viera las manchas doradas que salpicaban sus ojos verdes, ni la electricidad que sentía allí donde él la tocaba. De repente se vio inundada por un sentimiento de deseo tan profundo y desgarrador que la dejó sin aliento. Deseaba que la besaran. Deseaba que Kurt McLaughlin la besara.

– Oh -dijo ella como hipnotizada, con los ojos fijos en su boca. Inclinó la cabeza y separó los labios, invadida por el deseo. Por un momento estuvo segura de que ocurriría.

Y entonces él se apartó, dejándola casi sin equilibrio, como si le hubieran vaciado un jarro de agua fría sobre la cabeza. Se sentía como una idiota.

Al menos él no se rió de ella. Se retiró el puño de la camisa y miró la hora.

– ¡Maldición! Se está haciendo muy tarde. Llego tarde a recoger a Katy. Será mejor que busque ayuda para salir de aquí.

Ella intentó mantenerse en pie apoyándose en la barandilla. ¿De qué estaba hablando?

– ¿Ayuda? -preguntó, aún sin aliento y avergonzada-. ¿Qué estás diciendo?

Él se llevó la mano al cinturón y, con la boca abierta, Jodie vio que tenía un teléfono móvil.

Sacudió la cabeza antes de dejar escapar un sonido de ultraje.

– ¿Quieres decir que has tenido eso todo el tiempo ahí? -gritó-. ¿Por qué no lo dijiste cuando te lo pregunté?

– No me preguntaste si lo tenía. Simplemente asumiste que no lo llevaba conmigo -murmuró él, empezando a marcar-. ¿Jasper? Perdona por la molestia, pero hemos tenido un problema en la oficina y tengo que pedirte que vuelvas por aquí y me ayudes a salir del ascensor.

Asesinato. Ésa era la palabra que le venía una y otra vez a la cabeza. Algo rápido e indoloro, y no habría ningún jurado en el mundo que fuera a condenarla por algo tan justificado. Con un gruñido, apretó los puños. Si al principio había desconfiado de él, ahora tenía aún más razones para hacerlo.

Estaba claro que ése era su plan. Cuando abrió los ojos se encontró con una enorme sonrisa complacida en su cara. ¡Había que darle su merecido a aquel hombre!

Capítulo 2

Jodie se sentó y miró a su familia reunida alrededor de la vieja mesa de la cocina, tal y como venían haciéndolo desde hacía décadas. Aquello le resultaba familiar y extraño a la vez. La ausencia más pronunciada era la de su madre, que había muerto de cáncer cuando Jodie tenía dieciséis años. Su hermano pequeño, Jed, tampoco estaba; era el único al que Matt y Rita, los mayores, no habían conseguido convencer para que volviera.

Rita había preparado un menú excelente, como de costumbre. Jodie la miró mientras ella se apartaba un mechón de la cara; cuando sus miradas se cruzaron, le sonrió. Al menos algo bueno había salido de todo aquello: Rita estaba contenta de tener a la mayor parte de la familia reunida de nuevo. Ella se ocupaba de la casa del modo en que lo habría hecho su madre si no hubiera muerto hacía doce años. Merecía tener su propia familia, pero sus salidas de casa se reducían casi al supermercado, y las oportunidades de encontrar allí un hombre maravilloso no eran muchas.

Matt, el mayor, no parecía tan contento. Había sido él quien había acudido al piso de Jodie en Dallas para darle un largo discurso sobre la necesidad de estar todos juntos ahora que su padre estaba enfermo. Aquellos días parecía tan preocupado por ello como Rita.

Matt había sido el modelo a seguir por Jodie. Él fue el primero en desafiar a su padre y marcharse a Atlanta a estudiar Medicina. Había trabajado muchos años en un hospital en la ciudad, hasta que decidió volver a aquella ciudad polvorienta. Jodie se preguntaba el por qué de la expresión de preocupación que ensombrecía su cara. Algo lo molestaba, pero no sabía qué podía ser.

Con David, su otro hermano y al que más se parecía, no tenía que preocuparse de esas cosas. Ambos eran rubios, tenían los ojos castaños y la pequeña nariz salpicada de pecas. David estaba sentado junto a Matt y comía con juvenil entusiasmo todo lo que caía en su plato. Él nunca se había marchado de Chivaree, aunque habría estado perfecto sobre una tabla de surf en Malibú. Aunque a los demás siempre les dijera que era demasiado perezoso para marcharse, ella sabía cuál era la razón por la que se quedaba en la ciudad. El amor lograba que la gente hiciera cosas extrañas.

Y después estaba Rafe, el de los ojos negros y mirada penetrante, que tenía la misma edad que Kurt y parecía estar diciéndole: «Jodie, a mí no me engañas con esta brillante actuación. Puedo leer tu mente».

Ella le devolvió la mirada, esperando que interpretara bien el mensaje: «Métete en tus asuntos».

– Hola, papá -saludó David a su padre cuando éste entró en la cocina-. ¿Vas a intentar comer algo hoy?

Apoyándose en el bastón, sacudió la cabeza en respuesta mientras Rita le ofrecía una silla.

– No. No puedo comer nada. Sólo quería sentarme con vosotros y ver vuestras caras -se sentó con dificultad y recorrió la mesa con la mirada-. Mi orgullo y mi alegría -susurró en un tono que podría ser cariñoso, pero que sonó sarcástico.

Jodie apartó la mirada de él y sintió una punzada de emociones en conflicto: amor, resentimiento, ira, pena. ¿Qué se ha de hacer cuando uno quiere a sus padres tanto casi como le desagradan?

– ¿Así que habéis vuelto para salvar la granja del viejo, eh? -rió suavemente-. Supongo que os eduqué bien, después de todo.

– Papá -interrumpió Rafe-, he estado hablando con un distribuidor de Dallas. Parece que tenemos una oportunidad para firmar un contrato con la cadena de tiendas Wintergreen. Podría suponer un buen negocio para nosotros.

Jesse Allman asintió, pero no estaba mirando a Rafe. Su mirada había discurrido hasta Matt, su hijo mayor, al que había tratado de inculcar la motivación para ser su sucesor durante años, sin mucho éxito. Aunque Matt había ayudado a su padre en los duros principios de las Bodegas Allman, cuando su padre desarrolló el plan para convertirse en el distribuidor de las pequeñas bodegas del condado, él estaba en la universidad. Aquello desencadenó el éxito y no era ningún secreto que Jesse pensaba que Matt debía involucrarse en él.

– ¿Tú qué dices, Matt?

– ¿Sobre qué? -preguntó, sorprendido.

– Sobre lo de Wintergreen.

– Tú decides, papá -dijo, encogiéndose de hombros-. Ya sabes que yo no me involucro en las negociaciones de la empresa.

– Pues deberías -repuso Jesse, con los ojos entrecerrados.

Matt y Rafe cruzaron una mirada.

– Habla con Rafe -dijo Matt con calma-. Él es el que sabe de qué va ese asunto.

Jodie suspiró. Era la misma historia de siempre. El negocio de los Allman había crecido y se había convertido en Industrias Allman; la familia se había enriquecido y se había convertido en una familia respetable y respetada que daba trabajo a parte de la población local, pero las viejas emociones sólo esperaban la oportunidad para salir a la superficie. Empezaba a plantearse si habría sido un error volver a casa.

– ¿Y tú, señorita? -dijo su padre, mirándola de forma acusadora-. ¿Aún sigues pretendiendo que me libre de McLaughlin?

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