Raye Morgan - Enamorada del jefe

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Enamorada del jefe: краткое содержание, описание и аннотация

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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Jodie se pasó la lengua por los labios y frunció el ceño.

– No lo sé. ¿Qué hacen los hombres de las películas?

– Podría probar a subirme a tus hombros -sugirió él, encogiéndose de hombros-. No veo otra solución.

Ella no se molestó en sacudir la cabeza, aunque se sintió tentada.

– Tiene que haber una manera -masculló.

Él volvió a mirar la pequeña trampilla.

– Y una vez ahí arriba, quién sabe si habrá un complicado cableado listo para freír en el sitio al aventurero confiado -se volvió y la miró divertido-. ¿Y si pruebo a subirte a ti hasta la trampilla? Tal vez tú puedas subirte y ver qué se puede hacer.

– ¿Te has vuelto loco?

Él se encogió de hombros como si su respuesta lo hubiera decepcionado.

– Le das a una mujer una oportunidad para convertirse en heroína, y mira lo que hace.

– Lo que necesitamos aquí no es un héroe, sino un poco de eficacia.

– ¡Ay! Supongo que consideras eso como un golpe bajo.

– No. Tal vez una indirecta -se encogió de hombros. Las peleas verbales no les iban a sacar de esa situación-. Ya sé que subir ahí arriba probablemente no sea factible, pero es muy frustrante verse aquí atrapado. ¿No se te ocurre nada?

Sus ojos verdes brillaban de un modo que ella no pudo interpretar, pero habló calmado.

– Creo que lo mejor es sacar la parte buena de cada situación -dijo-. Así que me parece que esta es una buena oportunidad para conocernos más.

– ¡Conocernos más! -exclamó ella-. No necesito conocerte más. Te conozco de toda la vida.

– No es cierto -repuso él, sacudiendo la cabeza-. Sabías de mi existencia, pero no me conocías, ni yo a ti -le sonrió-. Hemos sido como dos barcos cruzándose en la noche, que saben de la existencia del otro pero no prestan atención a su presencia. Tenemos que conocernos un poco más íntimamente.

Algo en el modo en que pronunció esas palabras hizo que ella diera un rápido paso atrás. Una vez segura en la esquina del ascensor, lo miró preguntándose si eso sería parte de su plan, el intentar subyugarla del modo en que lo había hecho con el resto de trabajadores.

– No creo que necesitemos conocernos más. Tenemos una buena y fría relación profesional. Y lo mejor será dejarlo ahí.

– ¿Eso es lo que crees que tenemos? -preguntó él inocentemente-. A mí me parecía que lo nuestro se resumía en que yo era el jefe y tú la subordinada recalcitrante que siempre dudaba de sus decisiones.

La definición era bastante acertada, pensó ella, pero levantó la barbilla, como retándolo.

– ¿Y te supone algún problema?

– No -rió él-. No es ningún problema. Tal vez una distracción, pero no un problema -su expresión cambió-. Y supongo que eso te da la ilusión de que mantienes candente la llama de la reyerta de nuestras familias, ¿no? -ella no respondería a eso, y él lo sabía, así que cambió de tema-. Así que, dime Jodie, ¿Por qué volviste?

Cuando alguien volvía a Chivaree, siempre acababa escuchando esa pregunta. La gente se sorprendía de que después de haber salido de aquella polvorienta ciudad, alguien volviese a ella. Decidió ser franca.

– Volví porque Matt apareció un día en mi casa y me dijo que tenía que hacerlo.

Matt era su hermano mayor, unos pocos años mayor que Kurt.

– ¿Que tenías que hacerlo? -repitió él sorprendido-. ¿E hiciste lo que te pedía sin protestar? -sacudió la cabeza-. Tendré que preguntarle cuál es su secreto.

– Primero me planteó la situación -dijo ella, levantando la barbilla.

– Ya entiendo -asintió él-. Volviste a Chivaree, y cuando entraste en la empresa te enteraste de que trabajarías para mí, al menos durante un tiempo.

– Sí.

– Ese debió ser uno de tus peores días.

Jodie lo miró con frialdad, molesta por el modo en que se reía de ella a cada instante.

– ¿Por qué no me dejas tranquila? No es algo permanente. Dentro de aproximadamente un mes me trasladarán de departamento -su padre había tenido la brillante idea de que probara cada área de negocio para conocer a fondo toda la empresa-. Puedo soportarlo.

– ¿En serio? -parecía escéptico-. Todos los indicios muestran que odias cada precioso segundo que pasamos juntos.

– Pues no es así -dijo, mordiéndose la lengua. Si no tenía cuidado, aquella discusión podía subir de tono. Tomó aliento y decidió cambiar de tema-. Pero tú te marchaste de la ciudad antes que yo. ¿Por qué volviste?

Ella ya había escuchado su coartada: cuando su esposa murió y él se tuvo que hacer cargo de su hija, volvió al lugar donde su extensa familia podía ayudarlo a sacarla adelante. Pero ella tenía sus dudas, sobre todo al ver que estaba buscando canguro.

No, McLaughlin tenía un plan y ella creía saber cuál era. También estaba convencida de que éste implicaba arruinar el negocio de los Allman, según el modelo establecido hacía años por sus abuelos. Se suponía que los McLaughlin eran los ganadores y los Allman mordían el polvo de la derrota.

– De acuerdo, te diré por qué volví -dijo él, lentamente, volviéndose hacia la pared-. Aunque no te lo creas, volví porque me gusta esta vieja ciudad.

– ¿Qué?

Chivaree no era una de esas ciudades pequeñas y adorables que describen las canciones; aunque las cosas habían mejorado últimamente, seguía siendo un sitio ventoso y polvoriento olvidado por todos. La gente se marchaba de allí tan pronto como conseguía reunir suficiente dinero para emprender la marcha.

Jodie había oído que él había pasado bastantes años en Nueva York, pero aún conservaba parte del dulce acento texano. Muy sutil, pero demostraba que la ciudad no lo había conquistado por completo.

– Es cierto -continuó él con voz grave-. Y cuando mi mundo empezó a derrumbarse bajo mis pies, la única solución que me vino a la cabeza fue volver a Chivaree, volver a casa.

«Volver a casa a curarme», parecía decir su voz.

Por un momento, ella lo creyó. Parecía realmente sincero, y su rostro parecía emocionado, con un cierto tono de un dolor muy profundo. Por un segundo… pero era muy listo. Estaba dándole la historia que más la emocionaría. Estaba jugando con su fibra sensible de un modo muy inquietante. Tenía que salir de allí antes de empezar a creerse todo aquello.

Él se había girado de nuevo hacia ella, y se estaba quitando la corbata y desabrochando los botones de la camisa. Jodie, horrorizada, pudo ver unos centímetros de piel morena y algo de vello.

– ¿Soy yo? -dijo con voz grave y dejando caer los párpados- ¿O empieza a hacer calor aquí.

Ella sintió que su pulso se aceleraba. Primero le había puesto una trampa emocional, y después, la física, lista para verla caer en ella. Y su cuerpo traidor se comportaba como un cachorro hambriento de caricias, a pesar de que ella era consciente del modo en que la estaba abordando.

Se apartó todo lo que pudo de él y cambió de tema.

– No tengo calor -dijo con un énfasis que a él no pudo pasarle desapercibido-. Pero estoy hambrienta. Quiero comer -añadió. Sus ojos la miraban maliciosos-. En serio. Estaba muy ocupada y no he comido a mediodía.

– Veamos… -dijo él, hundiendo la mano en el bolsillo de sus pantalones de sastre-. Mira lo que he encontrado. Una cajita de caramelos de menta.

– Oh -ella miró los caramelos deseosa. Realmente tenía hambre, y también la boca seca.

– Ten -dijo él, después de haber tomado uno. Ella dudó, pero el hambre le hizo superar sus inhibiciones.

– Gracias -dijo, tomando un caramelo y esperando a que el azúcar hiciera efecto.

– ¿Ves? -casi susurró él-. Estoy dispuesto incluso a compartir mi última cena contigo.

Ella empezó a decir algo que estaba destinado a hacerle caer de espaldas, pero en su lugar, al tomar aire, se atragantó con el caramelo. En lugar de ponerlo en su sitio, no podía dejar de toser.

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