Ella sentía lo mismo, aunque no hubiera vivido en ningún otro sitio. En Texas había sitio para respirar, lo cual no le venía mal en aquel momento, al ver la sonrisa que le dedicaba él.
Por fin, tras una colina surgieron los viñedos, verdes sobre el fondo dorado.
– Estos pertenecen a los Newcomb -le explicó Kurt-. La propiedad Allman empieza tras ese campo de algodón.
Fascinante. La propiedad había crecido mucho desde el tiempo en que ella y sus hermanos tenían que trabajar en la recogida de la uva. Una vez más se preguntó por qué Kurt se tomaba tanto interés por aquellas cosas.
– Ve despacio -dijo él, sacando su cámara-. Quiero hacer algunas fotos.
– ¿Quieres que pare?
– Aún no. Ya te avisaré.
Él se inclinó sobre la ventanilla abierta haciendo fotos cuando ella iba más despacio.
– ¿Dijiste que estabas trabajando en una campaña?
– Sí -respondió Kurt.
Esperó a que él continuase, pero no le dio más información. Frunció el ceño y lo miró tomar fotos a las filas de viñas, preguntándose qué tendría en la cabeza. Fuera lo que fuera, no parecía dispuesto a compartirlo.
– Entra por ese camino de tierra y aparca cuando puedas. Quiero ver esas viñas de cerca.
Ella hizo lo que le pedía, apagó el motor y lo miró.
– ¿En serio quieres hacer esto? -preguntó, pensando en lo que les había costado hacerlo entrar en el coche-. Te cansarás pronto de arrastrar la pierna por este pedregal.
– Estoy bien -le dijo-. Tengo que ver una cosa.
Ella lo ayudó a salir y esa vez le costó menos. Parecía que empezaba a saber cómo moverse, o tal vez estuviera pensando en otras cosas y sintiera menos el dolor.
Las muletas se hundían en la tierra, pero a él no parecía importarle. Ella lo siguió, con cuidado para que no se le metiera tierra en los zapatos.
– ¿No te parece una vista impresionante? -preguntó Kurt.
Ella lo miró y volvió a preguntarse qué estaría pensando y cómo averiguarlo.
Después la guió hasta una viña que no parecía tan sana como las demás, se apoyó en la muleta para agacharse y cortó unas hojas para estudiarlas.
– ¿Qué les pasa? -preguntó ella.
– Hay algo que no va bien -respondió, sacudiendo la cabeza-. Las viñas no prosperan del modo en que deberían. Tenemos que averiguar qué está pasando.
– ¿Por qué no dejas que los agricultores o Manny se ocupen de esto? Pensaba que habíamos venido a hacer fotos.
– Y eso vamos a hacer pero, si no te importa, recoge algunas hojas al azar y guárdalas por separado. Quiero que las estudien.
– ¿Cómo las voy a separar? -preguntó ella.
– ¿No tienes bolsillos?
– Claro -dijo, y empezó a llenarlos de hojas hasta que el ruido de un coche acercándose la distrajo-. Parece que viene alguien.
Un todoterreno rojo se acercaba por el camino y los dos se quedaron mirándolo. Jodie frunció el ceño; algo en el modo en que avanzaba la hizo sentirse insegura y se acercó más a Kurt, buscando su protección de forma instintiva.
De repente, el ruido inconfundible de un disparo estalló en el aire.
– ¿Qué demonios…? -Kurt agarró a Jodie y la arrastró al suelo antes de tumbarse sobre ella.
– ¡No te muevas! -le gritó-. Ese idiota…
– ¿Quién? -intentó decir ella, aunque bajo el peso de su cuerpo sentía que se ahogaba-. ¿Qué ocurre?
El todoterreno se detuvo muy cerca de ellos. Ella oyó cómo se abría la puerta del coche, pero no podía ver nada de lo que pasaba. La boca le sabía a tierra.
– ¡McLaughlin! -el grito venía del coche-. ¡Márchate de aquí!
Kurt juró en voz baja y se incorporó un poco.
– Manny, ¿estás loco? -gritó-. ¿Pretendes matar a alguien?
– ¡Ojalá! No te preocupes, McLaughlin. Esta vez no he apuntado hacia ti, pero tal vez la siguiente sí lo haga. Ya te he dicho que saques tu culo de McLaughlin de esta propiedad Allman.
– Manny Cruz.
Kurt se había apartado lo suficiente como para dejar que Jodie se arrastrara por debajo de él.
– Manny -dijo, aún sentada en el suelo-. ¿Te parece que esto son maneras de recibirme? Sigues tan loco como siempre.
– ¿Jodie? -Manny la miró un instante muy sorprendido, y después una enorme sonrisa se dibujó en su cara-. Jodie, ¡hacía siglos que no te veía!
– Eso es cierto -dijo ella, levantándose del suelo aún temblorosa-. ¿Qué tal te va todo?
– Genial -parecía encantado de verla-. ¿Sabes que Pam Kramer y yo nos casamos? Tenemos dos hijos.
– Eso me han contado.
– Tienes que venir a la casa a conocerlos.
Jodie tragó saliva y esbozó una sonrisa.
– Me encantaría, pero tienes que prometer que no nos dispararás.
Manny pareció sorprendido. Bajó la mirada hacia el rifle que aún tenía en las manos y después lo dejó junto al coche como si no tuviera intención de usarlo.
– Oh, claro que no. Lo de antes ha sido sólo una advertencia para este McLaughlin -su expresión cambió en ese momento-. ¡Oye! ¿Qué haces tú con este tipo?
– Eso mismo me he preguntado yo a mí misma unas cuantas veces -dijo, echándole una mirada a Kurt-. Papá lo ha contratado, así que supongo que será mejor que no le dispares.
– Eso había oído -dijo Manny, sacudiendo la cabeza, evidentemente disgustado-, pero no podía creerlo. No es normal que un McLaughlin trabaje para un Allman, o al revés.
– Te voy a decir yo lo que es normal y lo que no -replicó Kurt iracundo, dirigiéndose hacia él-. Lo que no es normal ni legal es disparar a la gente. Si tienes un problema conmigo, vamos a solucionarlo ahora mismo.
Los dos hombres estaban en actitud beligerante, pero a Manny le cambió la expresión cuando se fijó en la escayola de Kurt, que parecía haberse olvidado de ella y se dirigía a toda velocidad hacia el otro. Había perdido las muletas y avanzaba a saltos, pero la rabia le daba fuerzas. Manny parecía confuso… no podía pelearse con un hombre con la pierna rota.
Entonces Jodie se echó a reír.
– Esto no es divertido -dijo Kurt, deteniéndose para mirarla.
– Claro que sí -contestó ella-. Es lo más cómico que me ha pasado nunca. Nosotros tirados en el suelo, Manny sacando su arma y tú pretendiendo pelearte con él con escayola y todo -se dejó caer en el suelo y se rió con ganas.
Los dos hombres la miraron con los puños bien cerrados, pero el ambiente de pelea parecía haber desaparecido, al menos por el momento, cosa que ella agradeció.
La vieja granja de color azul cielo ya no estaba como Jodie la recordaba de cuando ella y su familia solían ir allí. Delante del porche había una pequeña adelfa de flores rosas, en las ventanas había jardineras de petunias y el tejado parecía nuevo. Jodie aparcó y rodeó el coche para ayudar a salir a Kurt. Manny les había dicho que fueran por delante mientras él llevaba a unos trabajadores a otro campo.
Por el camino, Kurt le había contado que en la última visita que había hecho a los viñedos hacía unas pocas semanas, no había visto a Manny, pero unos trabajadores lo habían seguido por todas partes mientras hablaban con su jefe por walkie talkies para tenerlo al corriente de todos sus movimientos.
Mientras le sacaba la pierna del coche, ella se quedó pensativa y le preguntó.
– ¿Qué viniste a hacer?
– Vine a ver unas cuantas cosas.
– Ya veo -dijo, mirándolo fijamente, sin ocultar que no se fiaba de él.
– Al día siguiente -continuó él sin hacer caso de sus miradas-, había una nota sobre mi mesa diciendo que los McLaughlin debía mantenerse alejados de los campos Allman. Además indicaban unas cuantas desagradables posibilidades de lo que me podía pasar si no hacía caso de la advertencia, pero no quiero aburrirte con los detalles.
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