– Supongo que no encontrarán nada nuevo -dijo, mirando a Kurt a la cara.
– Eso no podemos saberlo. Los métodos de diagnóstico han avanzado mucho, y si alguien está al tanto de ellos, ése es mi profesor Willard Charlton. Es un investigador del más alto nivel de su campo.
Manny aún lo miraba desconfiado, pero lo que le contaba había despertado su interés.
– ¿Qué crees que es? -preguntó.
– No lo sé, pero si te fijas en el envés de las hojas, se ven unos agujeritos diminutos -le pasó la hoja a Manny para que pudiera verla bien-. Hay que mirarlo desde muy cerca para apreciarlos. Tal vez sea algún hongo o parásito, pero tan pequeño que no se detecte fácilmente.
– Ya hemos probado con los funguicidas -dijo Manny, mirando una hoja-. Si es un parásito…
– Si fuera algo que ya conocemos, ya lo habríamos diagnosticado.
Y continuó hablando, mostrándole a Manny las hojas de Jodie. Pronto la desconfianza del capataz dejó paso al respeto y acabaron hablando como conocidos e incluso como amigos. Al ver cómo Kurt se ganaba a Manny, Jodie sacudió la cabeza. ¡Era increíble lo que pasaba con aquel hombre!
– ¿Cómo consigues encantar a todo el mundo excepto a mí? -preguntó Jodie a Kurt mientras volvían a casa.
– ¿Excepto a ti? -preguntó él, obviamente sorprendido por el comentario-. Ya sé que eres mucho más inteligente que yo, así que contigo ni siquiera lo intentaré.
– De algún modo consigues que todo el mundo se ponga de tu parte. Es como si supieras lo que quieren exactamente. Pero lo único que consigues conmigo es pincharme -lo miró y pensó si estaría quejándose en voz alta-. Dime por qué.
Él suspiró y se reclinó en el asiento. Se quedó callado un rato y ella empezó a pensar que acabaría ignorando su pregunta, pero por fin respondió.
– No puedo responderte a eso, señorita Jodie Allman -dijo, con su mejor acento texano-. Contigo me comporto de forma natural, supongo.
– Entonces será que eres naturalmente antagónico para mí -aventuró ella.
– Podría ser.
¡Oh, ni siquiera se estaba esforzando! Sintió una oleada de rabia.
– O eso, o que tu estado natural es el de un Neandertal.
– No digas eso. Me considero todo un caballero.
– Sí, todo un caballero del medioevo.
Él se echó a reír. Por su postura, Jodie podía deducir que estaba completamente relajado. Por lo menos no la odiaba tanto como para ponerlo nervioso.
Había tomado unos analgésicos antes de salir de casa de Pam y Manny, justo después de intercambiar direcciones de correo electrónico con Manny y prometerle a Pam que quedarían para que Katy y Lenny jugaran juntos.
Era frustrante ver cómo conseguía tener siempre el control de la situación. Ella tendría que trabajar a conciencia para llegar al fondo de su pensamiento y disfrutaría cuando por fin lo viera superado por las circunstancias.
– Estaba acordándome de la primera vez que te vi -dijo él, sin venir a cuento.
– ¿En el rodeo de Chivaree? -preguntó ella sin darse cuenta. Volvió a recordar el momento en que él se bajó triunfante del toro y sus miradas parecieron encontrarse, pero pronto se arrepintió de haber dicho nada y se mordió la lengua.
– ¿El rodeo? -dijo él, frunciendo el ceño. Sacudió la cabeza-. No, fue antes de eso, cuando ambos éramos más pequeños.
Aunque no lo estaba mirando, podía ver su perfil por el rabillo del ojo. Empezó a notar que se le encendían las mejillas y maldijo para sus adentros. ¿Por qué le pasaba aquello cada vez que Kurt le prestaba un poco de atención?
– ¿Te acuerdas -dijo él, casi en un susurro-, de cuando mi hermana celebró su cumpleaños en el parque? Tú estabas mirando desde la distancia -parecía divertirse-. Creo que yo tenía doce años, así que tú tendrías siete u ocho -vaya, eso sí que eran recuerdos infantiles. Hizo un esfuerzo por recordar-. Nos mirabas como un niño frente al escaparate de una pastelería. Me pareció que eras muy guapa, así que te invité a unirte a la fiesta, pero tú me rechazaste sacudiendo la cabeza. Aún pones la misma cara a veces.
Se echó a reír y ella apretó los labios, porque no se le ocurría qué decir.
– Después te llevé un helado de cucurucho y te miré mientras te acercabas lentamente a mi mano. La verdad es que, de pequeños, los Allman parecíais animalitos a veces.
– ¿Qué estás diciendo? -aquello había sido demasiado-. Los McLaughlin os dedicabais a decir todas esas tonterías de nosotros.
– Seguí ofreciéndote el cono -continuó él, ignorándola-, y tú te acercabas poco a poco. Deseabas mucho ese helado. Por fin, cuando lo tomaste de mi mano, casi sonreíste.
– ¿Casi?
– Casi -afirmó él.
Ella esperó a que continuase con el relato mientras empezaba a recordar cómo solía rondar aquellas fiestas, deseando haber sido invitada y sintiéndose como una marginada.
– Estabas a punto de probar el helado cuando me miraste, me gritaste un insulto y tiraste el helado al suelo. Después te diste la vuelta y saliste corriendo -la miró como si aquella reacción aún lo confundiera-. ¿Te acuerdas de eso?
Ella lo intentaba. Recordaba parte de ello, pero vagamente, aunque no recordaba haber tirado el helado. De hecho, le costaba creerlo, por lo mucho que le gustaba el helado cuando era pequeña. Pero, tras su relato, sí creyó recordar a un chico con un helado. ¿Era Kurt? Recordaba haberse sentido agradecida y avergonzada a la vez, y recordó un sentimiento de culpa. ¿Por qué?
– Mi joven ego masculino sufrió una grave herida en aquel momento -dijo él-. Supongo que por eso lo sigo recordando.
– ¿Sabías quién era yo? -dijo, tras pensarlo un momento.
– Sabía que eras una Allman, y le pregunté tu nombre a mi hermana.
– ¿Tracy lo presenció todo?
– Estaba por allí. Era su fiesta de cumpleaños.
Empezaba a recordar el helado en el suelo. ¿Por qué lo tiraría?
– Casi hemos llegado -dijo Kurt-. ¿Por qué no me dejas en casa y sigues hasta la oficina? Si hay algo allí de lo que me tenga que ocupar, puedes llamarme por teléfono.
– De acuerdo -dijo, con la voz algo afectada, mientras aparcaba frente a su casa.
Cuando fue a bajarse para ayudarlo a salir, él la detuvo diciendo que podía salir solo.
– Llámame sólo si es algo importante. Es casi la hora de salir del trabajo.
– De acuerdo -dijo ella-. Supongo que nos veremos mañana.
– Ese es el plan -dijo él, empezando a abrir la puerta.
– Kurt, espera -estaba loca. Él podría ver que estaba desesperada buscando una razón para que no se fuera aún del coche. ¿Por qué lo hacía? Ah, cierto… porque estaba loca-. ¿Qué tal tienes la pierna?
– No demasiado mal.
– Hoy has forzado demasiado -dijo ella-. Espero que no se retrase tu recuperación.
– ¿Ahora te preocupas por mi salud? -dijo él, levantando una ceja.
– Claro que sí.
– Ah, un gesto de humanidad, supongo.
– No -estaba siendo una idiota, pero no podía pararse-. Kurt, yo… -apartó la mirada y se mordió un labio-. Sí que me importas. De hecho, casi me gustas, cuando consigo olvidarme de que eres un McLaughlin -añadió.
Él rió y le acarició la mejilla, dejando tras de sí una dulce sensación.
– Estoy tan tentado de besarte ahora mismo… -dijo él suavemente y con los ojos brillantes-. Si no fueras una Allman, probablemente lo haría.
Aquello iba mal, y era lo que ella había intentado evitar. Entonces ¿por qué le sonreía y se sentía tímida? ¿Por qué parecía que se le hubiese vuelto loco el corazón en el pecho? Se estaba inclinando hacia él como atraída por una fuerza irresistible.
Y él se estaba inclinando sobre ella.
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