Había pasado una semana desde que fueron juntos a los viñedos, y Kurt y ella habían desarrollado una especie de rutina. Ella iba por la mañana a la oficina, recopilaba el trabajo y lo llevaba a casa de Kurt, se sentaban en la mesa del comedor y se ocupaban de todo lo necesario. Hacían un descanso a mediodía, ataban cabos sueltos de trabajo y ella volvía a pasar el resto de la jornada en Industrias Allman.
Aquello, que hubiera podido crear un vínculo muy íntimo, no había funcionado de ese modo. Por suerte. Pero no por su decisión de mantener una relación únicamente profesional, sino porque no paraban de recibir visitas de otras personas que interrumpían lo que habría podido ser un agradable momento de intimidad.
Y después, el fin de semana. Ella nunca había creído que pudiera sentirse tan sola. Se había pasado el rato pensando en él. Le gustaba. No podía evitarlo, le gustaba de verdad. Y aquello era muy peligroso, por lo que no se entendía que no saliera corriendo de esa situación.
Después de todo, era mucho más que resistir la tentación de tocarlo. Incluso si él hubiera intentado ir más allá, ya le había dejado claro que no quería una relación a largo plazo. Si alguien le hubiera preguntado a ella si quería eso hacía una semana, habría dicho que no, pero ahora era lo único en lo que podía pensar.
– ¿Vas a casa de Kurt McLaughlin otra vez? -preguntó Shelley.
– Claro -respondió Jodie. Después añadió con una sonrisa-. No puede apañárselas sin mí.
Shelley se echó a reír, pero pronto dejó de hacerlo y su expresión de tornó preocupada.
– ¿No estarás enamorándote de ese hombre, verdad?
– Shelley, ¿acaso te parezco una mujer enamorada? -preguntó Jodie, actuando.
– No lo sé -dijo, mirándola a los ojos-. Creo que veo un punto de locura ahí dentro.
– Oh, me la van a operar dentro de nada. No es importante.
– Bien -dijo Shelley sonriendo y después poniéndose seria de nuevo-. Pero recuerda tener cuidado. Los McLaughlin son conocidos por ser de los de tener mujeres de usar y tirar. Parece que va en sus genes. No quiero que te hagan daño, tú te mereces algo mejor.
– Tranquila, no me pasará nada. Conozco a esa familia lo suficiente para que no puedan jugar conmigo.
Sabía que se estaba poniendo a la defensiva, pero así era como se sentía. Al ver a su amiga alejarse pensó si se había dado cuenta de algo. ¿Tan obvio era?
Se dejó caer en su silla y suspiró profundamente. Kurt era de lo más atractivo en ocasiones, y lo cierto era que empezaba a perder un poco la cabeza por él. Un poco sólo, así que nadie se enteraría nunca de ello, y probablemente tenía que ver con el hecho de que hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre.
Pero estaría bien que la cambiaran de departamento para no tener que pasarse todo el día con Kurt. Empezaba a pensar que eso sería lo único que la salvaría de hacer una idiotez incorregible.
Hasta entonces, no había pasado nada, ni tenía por qué pasar.
Ella iba a su casa todos los días y él le tomaba el pelo y se burlaba de ella hasta hacerla enfurecer. Después, sus miradas se cruzaban y algo cambiaba en su cuerpo que hacía que respirase con dificultad y empezara a pensar en besos y estrellas fugaces. ¡Qué injusto!
Al menos había conseguido evitar cruzarse con la hija de Kurt. La niña ya se había ido a casa de su abuela cuando ella llegaba, y se marchaba antes de que la trajeran de vuelta. Jodie estaba en guardia por si le pedía que lo ayudase con la niña: no estaba preparada para hacerlo y sólo pensarlo la ponía nerviosa.
Pero no quería que Kurt lo supiera. Era una tontería estar tan paranoica por la niña de Kurt, pero no podía evitarlo. Si dependiera de ella, no conocería nunca a la niña.
Echó un vistazo a su reloj y decidió pasarse por una cafetería a comprar un par de tazas de café y unos bollos para llevar a casa de Kurt. Había notado que le encantaba que le llevasen comida.
Cuando Jodie llegó a casa de Kurt, lo primero que vio frente a ella fue un coche carísimo y enorme. No lo pudo reconocer, pero se hacía una idea de cómo sería el propietario. A la hermana de Kurt le pegaría muy bien.
Tendrían que compartir el desayuno. Hacía mucho que no veía a Tracy, así que no le importaría volver a ver a una vieja amiga.
Pero, ¿a quién intentaba engañar? Tracy y ella se conocían desde la guardería y nunca habían sido amigas. Rivales y enemigas serían palabras más acertadas para definir su relación. Tracy siempre intentaba que el resto de chicas la dejara de lado y, cuando encontraba una serpiente en su cajonera, desaparecían sus cuadernos o no la invitaban a un cumpleaños, Jodie sabía quién estaba detrás de aquello.
Pero había pasado mucho tiempo desde entonces y la rivalidad estaba desapareciendo, en teoría. Mientras se acercaba a la casa, pudo oír voces en su interior, pero hasta que estuvo frente a la puerta, no pudo entender lo que decían.
– Kurt, no puedes esperar que mamá se pase el día cuidando de la niña cuando tú no haces lo que ella cree que deberías hacer en el negocio de los Allman.
Jodie se quedó helada. La puerta estaba abierta y aquella voz sólo podía ser la de la hermana de Kurt.
– Tracy, no lo entiendes -dijo la voz de Kurt.
– Lo entiendo a la perfección.
– Cuando haya acabado todo verás como…
– Cuando haya acabado todo, espero estar viviendo en Dallas y tener contacto con esta ciudad sólo por correo electrónico.
– Éste siempre será tu hogar y no puedes cambiarlo. Créeme.
– No. Este sitio me importaba cuando era nuestro territorio, pero ahora que los Allman han puesto todo patas arriba, espero que todo se vaya al infierno. Estoy segura de que los Allman se ocuparán de eso.
– Tracy, cálmate. Vas a despertar a Katy.
Jodie no sabía si volver al coche o no. Aquello era una conversación privada, pero habían mencionado el nombre de su familia y no acababa de decidirse.
– Mira -dijo Tracy, intentando controlarse-, sé que has estado intentando convencer a mamá de que estás haciendo algo que le devolverá la gloria al nombre de la familia, pero no entiendo por qué te preocupas por eso. Si crees que vas a mejorar las cosas pasando el rato con esos rastreros que son los Allman, haz lo que quieras. Yo me marcho de aquí y no pienso volver.
En ese momento Kurt la vio detrás de su hermana.
– Jodie.
Ella se había quedado helada. Lo que Tracy había dicho no conseguía ser asimilado por su cerebro, así que dio un paso adelante e hizo como si acabara de llegar.
– Buenos días -dijo Jodie con alegría fingida-. He traído café y bollos -entró y dejó la bolsa sobre la mesa. Después se volvió con una sonrisa para saludar a Tracy-. Me alegro de volver a verte, Tracy.
– Jodie Allman. Estás igual que en el instituto.
Jodie no podía decir lo mismo de Tracy. Había sido una chica muy guapa, pero ahora tenía un aspecto envejecido y llevaba demasiado maquillaje y demasiada bisutería. Era consciente de que el comentario de Tracy no era un cumplido, pero le puso su mejor sonrisa.
– Y tú estás preciosa, pero siempre fuiste la chica más guapa de la ciudad…
– No sé, Jodie -Tracy sonrió con poca naturalidad-. ¿No fuiste tú quien me ganó en el concurso de reina del baile?
– Bueno -dijo Jodie-, seguro que hubo un recuento erróneo de votos.
– Oh, no -Tracy sacudió la cabeza-. Te mereces todos los premios que te dieron entonces.
– Por lo que recuerdo, tú hiciste todo lo que estaba en tu mano para amañar todas las votaciones que se celebraban en el instituto -Jodie sonreía como una muñeca mecánica. Ella y Tracy habían peleado por cada competición; unas veces ganaba una y otras, la otra, pero desde la distancia, aquello no parecía tener ningún sentido.
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