– Mira -dijo radiante al verlo-. Creo que está bien.
Kurt se detuvo y las miró con una medio sonrisa.
– Supongo que ha aprendido a escalar los barrotes de la cuna. Otro problema más.
Pero Jodie no quería oír hablar de más problemas. Le pasó la niña a Kurt, pero no se movió, sino que se quedó a su lado, peinándole los rizos a la pequeña y diciéndole lo bonita que era.
Después de tantos años evitando el tema, por fin se había enfrentado a su gran miedo y eso la llenaba de orgullo. La cobardía no traía nada bueno, ésa era la moraleja del cuento.
Paso la hora siguiente con Katy. A pesar de que sentía una punzada de dolor por el hijo que había perdido, estaba aprendiendo a disfrutar de ver a Kurt con la niña.
¿Y quién podía resistirse a Katy? Era una burbuja de alegría, curiosa y atenta a todo lo que le mostraban. Jodie no podía sentirse triste al tener a una niña tan bonita como centro de atención.
Todo eso le hizo pensar en otra cosa, y por fin reunió las fuerzas para preguntárselo a Kurt.
– Cuando miras a Katy, ¿te recuerda a Grace? -preguntó Jodie suavemente-. ¿La echas mucho de menos?
– No -dijo, y la miró con los ojos muy claros-. No echo de menos a Grace en absoluto.
Jodie pensó que aquello era un indicio de que no tuvieron un matrimonio muy feliz, pero esa falta de interés la dejó sorprendida.
– Lo cierto es que, si Grace no hubiera muerto, a estas alturas ya estaríamos divorciados.
– Oh, Kurt -dijo ella, sintiéndose culpable, porque si le hubiera confesado un amor eterno por su mujer, la hubiera torturado enormemente.
– Lo único que me retenía a su lado -dijo Kurt-, era que estaba intentando ver cómo podría dejarla sin perder a Katy.
Jodie sacudió la cabeza.
– Kurt, lo siento mucho. No tenía que haber dicho nada. No es asunto mío.
Sus ojos parecieron incendiarse por un momento.
– Claro que lo es, Jodie -dijo con voz suave.
Antes de poder explicar aquella sorprendente declaración, lo interrumpió el timbre de la puerta.
Jodie y Kurt se miraron, y exclamaron al mismo tiempo:
– ¡La sueca!
Kurt se puso en pie con la ayuda de una muleta y fue hacia la puerta. Justo antes de abrir le echó una mirada a Jodie y ésta le sonrió, sabiendo lo que él esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Por fin abrió, e inmediatamente dio un paso atrás. La mujer que estaba en el umbral medía casi dos metros y parecía dedicarse al fútbol americano como hobby.
Tenía los ojos de un azul acerado y llevaba una pequeña bolsa.
– Soy Olga -dijo la mujer, con un fuerte acento-. Yo me ocupo del bebé.
– ¿Qué? -su sueño de la valkiria sueca se había desvanecido-. ¿Está segura?
– ¿Dónde es el bebé? -dijo, dando un paso hacia la puerta y haciendo recular a Kurt, que miró a Jodie en busca de auxilio.
– Escuche, no hemos decidido nada -dijo él, como hablándole a la pared-. Si nos deja su número, ya la llamaremos.
Pero Olga no era de las que esperaban a ser invitadas, así que apartó bruscamente a Kurt de la puerta y pasó a grandes zancadas a la casa.
– Yo conozco niños, señor -dijo ella, petrificándolo con la mirada-. Me deja el bebé y yo lo cuido.
De otras dos zancadas llegó junto a Katy, que estaba jugando en el suelo, y la levantó hasta la altura de su gélida mirada.
– Ella está bien.
Katy pareció sorprendida al principio. Después miró a su padre y luego a la mujer que parecía una montaña. Empezó a abrir la boca, pero no emitió ningún sonido.
– ¿Dónde es la habitación de niña? -preguntó Olga-. Necesita pañal.
Jodie le señaló el camino con el dedo y la mujer se encaminó hacia allí.
Kurt empezó a seguirla y después se volvió hacia Jodie.
– ¡Ayuda! -dijo en un susurro.
Jodie rió y le tomó las manos.
– Deja que haga su trabajo -le dijo-. Tracy ha dicho que tenía unas referencias excelentes, y tu madre no contrataría a cualquiera. Relájate.
Pero seguía inquieto.
– ¿Tú crees que Katy estará bien?
– Claro. Dale una oportunidad.
Él siguió con el gesto torcido, lo que le hizo mucha gracia a Jodie, hasta que Olga apareció por el pasillo con la niña en brazos.
– Iré a ver cocina -dijo, pasándole la niña a su padre.
– Este… Olga -dijo Jodie-, nos preguntábamos bajo qué condiciones la ha contratado la madre de Kurt. Suponemos que se ocupará de la niña y la cocina.
– Sí. Algo limpieza también. Y hago masaje.
– ¡Masaje!
Olga se echó a reír y le hizo un gesto a Kurt.
– Ven aquí y te doy uno.
Jodie vio la mirada de horror en la cara de Kurt y decidió conservar aquella imagen en la memoria para alegrarse en los días grises.
– No, gracias -declinó Kurt-. Creo que con Katy y el cuidado de la casa tendrá bastante.
Jodie acompañó a Olga a la cocina y le explicó lo que contenían los armarios y los electrodomésticos. De un modo extraño, casi se sentía propietaria de todo aquello, aunque sólo llevaba yendo a esa casa una semana.
Olga le cayó bien. Tal vez fuera algo autoritaria y ruidosa, pero era competente y buena persona. Muy fiable. Así que recogió sus cosas y se dispuso a volver a la oficina.
– ¿No pensarás marcharte, verdad? -dijo Kurt, alarmado.
Se tuvo que reír. Aquel hombre al que había visto pelear con tipos que le doblaban en estatura, parecia realmente asustado por la empleada del hogar sueca.
– Tengo que marcharme -dijo simplemente.
Kurt la siguió hasta la puerta.
– No puedes dejarme solo con ella -susurró, mirando por encima del hombro.
Jodie se mordió el labio y sacudió la cabeza.
– Oh, claro que puedo. Y es lo que voy a hacer.
No lo hacía por sadismo, sino que tenía que marcharse. Necesitaba algo de tiempo para procesar todos los cambios por los que había pasado su vida aquel día.
– Jodie -dijo él, agarrándola de un brazo y mirándola a los ojos-. Vuelve pronto.
Algo en la intensidad de su voz permaneció con ella hasta que llegó a la oficina. ¡Maldición! Se estaba enamorando de él, y en serio.
– Genial -murmuró para sí con sorna.
– He oído que Tracy McLaughlin va a casarse de nuevo.
Las cenas en casa de los Allman eran un hervidero de rumores aquellos días. Jodie miró a su hermana y se dio cuenta de que esa declaración se la había lanzado a ella. Claro.
– Eso parece -dijo ella, sin darle importancia, esperando pasar a una discusión mayor sobre ese asunto.
– ¿Cuántos lleva? -preguntó Matt-. ¿Es el tercero, verdad?
Rita asintió.
– Espero que tenga más suerte esta vez.
– ¡Ja! -exclamó Rafe-. Los McLaughlin no se comprometen con nadie. Mira a los padres. Tampoco son modélicos que se diga.
Rita señaló a su hermano.
– Si no recuerdo mal, a ti te gustaba Tracy.
– ¿A mí? -su atractivo rostro se tornó en un gesto de disgusto-. Nunca he tenido esa clase de sentimientos por un McLaughlin. No soy un traidor.
Jodie se quedó boquiabierta.
– Estáis aquí hablando mal de los McLaughlin, pero tenéis a Kurt en el negocio. ¿Alguien me explica cómo se digiere eso?
David se encogió de hombros, como si no mereciera la pena explicarlo.
– Bueno, para mí Kurt no es como los demás.
– No, nunca lo ha sido -añadió Rafe-. Estuvimos juntos en las clases prácticas de química en el instituto, y después de los insultos de rigor, nos llevamos muy bien. Siempre supe que era de los buenos.
– No se puede decir lo mismo de sus primos, que son todos basura -dijo David.
– No le daría la espalda a ninguno de ellos -añadió Matt.
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