Raye Morgan - Enamorada del jefe

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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– Mira -dijo radiante al verlo-. Creo que está bien.

Kurt se detuvo y las miró con una medio sonrisa.

– Supongo que ha aprendido a escalar los barrotes de la cuna. Otro problema más.

Pero Jodie no quería oír hablar de más problemas. Le pasó la niña a Kurt, pero no se movió, sino que se quedó a su lado, peinándole los rizos a la pequeña y diciéndole lo bonita que era.

Después de tantos años evitando el tema, por fin se había enfrentado a su gran miedo y eso la llenaba de orgullo. La cobardía no traía nada bueno, ésa era la moraleja del cuento.

Paso la hora siguiente con Katy. A pesar de que sentía una punzada de dolor por el hijo que había perdido, estaba aprendiendo a disfrutar de ver a Kurt con la niña.

¿Y quién podía resistirse a Katy? Era una burbuja de alegría, curiosa y atenta a todo lo que le mostraban. Jodie no podía sentirse triste al tener a una niña tan bonita como centro de atención.

Todo eso le hizo pensar en otra cosa, y por fin reunió las fuerzas para preguntárselo a Kurt.

– Cuando miras a Katy, ¿te recuerda a Grace? -preguntó Jodie suavemente-. ¿La echas mucho de menos?

– No -dijo, y la miró con los ojos muy claros-. No echo de menos a Grace en absoluto.

Jodie pensó que aquello era un indicio de que no tuvieron un matrimonio muy feliz, pero esa falta de interés la dejó sorprendida.

– Lo cierto es que, si Grace no hubiera muerto, a estas alturas ya estaríamos divorciados.

– Oh, Kurt -dijo ella, sintiéndose culpable, porque si le hubiera confesado un amor eterno por su mujer, la hubiera torturado enormemente.

– Lo único que me retenía a su lado -dijo Kurt-, era que estaba intentando ver cómo podría dejarla sin perder a Katy.

Jodie sacudió la cabeza.

– Kurt, lo siento mucho. No tenía que haber dicho nada. No es asunto mío.

Sus ojos parecieron incendiarse por un momento.

– Claro que lo es, Jodie -dijo con voz suave.

Capítulo 8

Antes de poder explicar aquella sorprendente declaración, lo interrumpió el timbre de la puerta.

Jodie y Kurt se miraron, y exclamaron al mismo tiempo:

– ¡La sueca!

Kurt se puso en pie con la ayuda de una muleta y fue hacia la puerta. Justo antes de abrir le echó una mirada a Jodie y ésta le sonrió, sabiendo lo que él esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Por fin abrió, e inmediatamente dio un paso atrás. La mujer que estaba en el umbral medía casi dos metros y parecía dedicarse al fútbol americano como hobby.

Tenía los ojos de un azul acerado y llevaba una pequeña bolsa.

– Soy Olga -dijo la mujer, con un fuerte acento-. Yo me ocupo del bebé.

– ¿Qué? -su sueño de la valkiria sueca se había desvanecido-. ¿Está segura?

– ¿Dónde es el bebé? -dijo, dando un paso hacia la puerta y haciendo recular a Kurt, que miró a Jodie en busca de auxilio.

– Escuche, no hemos decidido nada -dijo él, como hablándole a la pared-. Si nos deja su número, ya la llamaremos.

Pero Olga no era de las que esperaban a ser invitadas, así que apartó bruscamente a Kurt de la puerta y pasó a grandes zancadas a la casa.

– Yo conozco niños, señor -dijo ella, petrificándolo con la mirada-. Me deja el bebé y yo lo cuido.

De otras dos zancadas llegó junto a Katy, que estaba jugando en el suelo, y la levantó hasta la altura de su gélida mirada.

– Ella está bien.

Katy pareció sorprendida al principio. Después miró a su padre y luego a la mujer que parecía una montaña. Empezó a abrir la boca, pero no emitió ningún sonido.

– ¿Dónde es la habitación de niña? -preguntó Olga-. Necesita pañal.

Jodie le señaló el camino con el dedo y la mujer se encaminó hacia allí.

Kurt empezó a seguirla y después se volvió hacia Jodie.

– ¡Ayuda! -dijo en un susurro.

Jodie rió y le tomó las manos.

– Deja que haga su trabajo -le dijo-. Tracy ha dicho que tenía unas referencias excelentes, y tu madre no contrataría a cualquiera. Relájate.

Pero seguía inquieto.

– ¿Tú crees que Katy estará bien?

– Claro. Dale una oportunidad.

Él siguió con el gesto torcido, lo que le hizo mucha gracia a Jodie, hasta que Olga apareció por el pasillo con la niña en brazos.

– Iré a ver cocina -dijo, pasándole la niña a su padre.

– Este… Olga -dijo Jodie-, nos preguntábamos bajo qué condiciones la ha contratado la madre de Kurt. Suponemos que se ocupará de la niña y la cocina.

– Sí. Algo limpieza también. Y hago masaje.

– ¡Masaje!

Olga se echó a reír y le hizo un gesto a Kurt.

– Ven aquí y te doy uno.

Jodie vio la mirada de horror en la cara de Kurt y decidió conservar aquella imagen en la memoria para alegrarse en los días grises.

– No, gracias -declinó Kurt-. Creo que con Katy y el cuidado de la casa tendrá bastante.

Jodie acompañó a Olga a la cocina y le explicó lo que contenían los armarios y los electrodomésticos. De un modo extraño, casi se sentía propietaria de todo aquello, aunque sólo llevaba yendo a esa casa una semana.

Olga le cayó bien. Tal vez fuera algo autoritaria y ruidosa, pero era competente y buena persona. Muy fiable. Así que recogió sus cosas y se dispuso a volver a la oficina.

– ¿No pensarás marcharte, verdad? -dijo Kurt, alarmado.

Se tuvo que reír. Aquel hombre al que había visto pelear con tipos que le doblaban en estatura, parecia realmente asustado por la empleada del hogar sueca.

– Tengo que marcharme -dijo simplemente.

Kurt la siguió hasta la puerta.

– No puedes dejarme solo con ella -susurró, mirando por encima del hombro.

Jodie se mordió el labio y sacudió la cabeza.

– Oh, claro que puedo. Y es lo que voy a hacer.

No lo hacía por sadismo, sino que tenía que marcharse. Necesitaba algo de tiempo para procesar todos los cambios por los que había pasado su vida aquel día.

– Jodie -dijo él, agarrándola de un brazo y mirándola a los ojos-. Vuelve pronto.

Algo en la intensidad de su voz permaneció con ella hasta que llegó a la oficina. ¡Maldición! Se estaba enamorando de él, y en serio.

– Genial -murmuró para sí con sorna.

– He oído que Tracy McLaughlin va a casarse de nuevo.

Las cenas en casa de los Allman eran un hervidero de rumores aquellos días. Jodie miró a su hermana y se dio cuenta de que esa declaración se la había lanzado a ella. Claro.

– Eso parece -dijo ella, sin darle importancia, esperando pasar a una discusión mayor sobre ese asunto.

– ¿Cuántos lleva? -preguntó Matt-. ¿Es el tercero, verdad?

Rita asintió.

– Espero que tenga más suerte esta vez.

– ¡Ja! -exclamó Rafe-. Los McLaughlin no se comprometen con nadie. Mira a los padres. Tampoco son modélicos que se diga.

Rita señaló a su hermano.

– Si no recuerdo mal, a ti te gustaba Tracy.

– ¿A mí? -su atractivo rostro se tornó en un gesto de disgusto-. Nunca he tenido esa clase de sentimientos por un McLaughlin. No soy un traidor.

Jodie se quedó boquiabierta.

– Estáis aquí hablando mal de los McLaughlin, pero tenéis a Kurt en el negocio. ¿Alguien me explica cómo se digiere eso?

David se encogió de hombros, como si no mereciera la pena explicarlo.

– Bueno, para mí Kurt no es como los demás.

– No, nunca lo ha sido -añadió Rafe-. Estuvimos juntos en las clases prácticas de química en el instituto, y después de los insultos de rigor, nos llevamos muy bien. Siempre supe que era de los buenos.

– No se puede decir lo mismo de sus primos, que son todos basura -dijo David.

– No le daría la espalda a ninguno de ellos -añadió Matt.

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