– ¿Qué? -sintió voces de alarma en su interior. Había olvidado que la niña estaba allí-. No… ¿no deberíamos dejarla dormir?
– Ven -dijo, agarrándola por la muñeca mientras caminaba con una muleta-. Quiero mostrarte mi motivo de orgullo y alegría.
No había modo de evitar aquello, así que, rindiéndose ante las circunstancias, Jodie sonrió y lo acompañó a la habitación del fondo del pasillo con el corazón latiéndole con todas sus fuerzas. Entraron en silencio y Jodie siguió a Kurt hasta llegar a la cuna.
Unos ricitos dorados enmarcaban la cara redonda como una manzana. Tenía la boquita ligeramente abierta y el puño cerrado sobre la almohada. Una nariz diminuta y las cejas rubias. Era una niña preciosa.
Algo parecido a un sollozo hizo que Jodie se atragantara. Aquella niña se parecía mucho a la imagen que se había hecho del bebé que llevó en su interior durante cuatro meses y medio. Volvió a recordar aquellos días terribles, las noches de llanto por el abandono de Jeremy, el cambio emocional que experimentó al notar la presencia del niño que llevaba dentro, lo mucho que había querido a aquel bebé antes de nacer y su firme determinación de darle una infancia más feliz de la que ella tuvo.
Poco después, el sueño también murió y el dolor fue demasiado grande.
Se agarró a la cuna para intentar contener la emoción, pero sabía que era imposible. Iba a romper a llorar, aunque no fuera de las que lloraban por cualquier nimiedad. Sólo esperaba que él no se diera cuenta.
Demasiado tarde. Kurt había notado cómo le temblaban los hombros y las lágrimas que le caían por las mejillas. Ella se giró, pero él la obligó a mirarlo.
– Jodie, ¿qué pasa?
Podría contarle una mentira, pero no funcionaría. Sacudiendo la cabeza, se apartó de él y corrió al salón.
Él la siguió, cojeando sobre la muleta, y cuando llegó, ella había tenido tiempo de tomar aire y secarse las lágrimas.
– Creo que debería volver a la oficina -dijo Jodie animadamente cuando él llegó-. Se me ha olvidado traer las fotos que me pediste, así que si puedes apañártelas sin mí…
– Siéntate -dijo él, señalando el sillón-. Tenemos que hablar.
– Oh, estoy bien. Es sólo que…
– Siéntate.
Empleó un tono muy autoritario que, como mujer moderna, sabía que no tenía que aceptar, pero obedeció de todas maneras.
Kurt se sentó a su lado, gesticulando para colocar recta la pierna escayolada. Después la miró a los ojos y dijo:
– Jodie, dime qué le ocurrió a tu hijo.
– Yo no he tenido… -balbuceó ella.
– Pero estuviste embarazada…
Ella apartó la mirada. No podía negarlo. Se sentía una idiota.
– Cuéntamelo.
– ¿Por qué? -preguntó ella, sacudiendo la cabeza-. Muchas mujeres pierden a sus hijos. No es nada grave.
Él se acercó más y le puso las manos sobre los hombros, girándola para que lo mirara.
– ¿Te acuerdas de cuando me dijiste que yo te gustaba? -preguntó él.
Ella asintió, sintiéndose como una niña pequeña. Él le acarició la mejilla.
– Tú también me gustas. Me importas y quiero ayudarte si estás mal, al igual que tú me has ayudado con lo de la pierna.
Ella buscó sinceridad en sus ojos verdes. ¿Lo decía en serio? ¿Podía confiar en él? ¿O era sólo que lo deseaba tanto que era incapaz de ver más allá?
No le había contado a nadie la historia completa de lo que había pasado hacía diez años y ahora se lo iba a contar al que debía ser su peor enemigo. La vida era extraña a veces.
– Kurt, no sé…
– Cuéntamelo -seguía sin quitarle las manos de los hombros, como protegiéndola.
– Me marché después de acabar el instituto -empezó ella-. Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años y eso me dejó destrozada. Los dos años siguientes me dediqué a pelearme con mi padre. Estaba fatal en casa y pensé que en cualquier otro sitio estaría mejor, así que me marché a Dallas.
– No eres la primera que lo hace -dijo él, rodeándola con los brazos. Ella se dejó abrazar, porque se sentía muy a gusto, como si fuera lo más normal.
– No. Y la historia no suele tener un final feliz.
– ¿Qué ocurrió?
– Bueno, había un chico…
– Siempre lo hay.
– Claro -casi sonrió por un momento-. Yo pensaba que lo quería. O mejor, que él me quería a mí.
Él la abrazó con más fuerza.
– Éramos novios en el instituto y se reunió conmigo en Dallas. Lo pasamos genial varias semanas, pero cuando le dije… -le costaba pronunciar la palabra-…que estaba embarazada, me dijo que no quería dejar de vivir la vida que acababa de probar. Le pareció muy divertido que yo creyera que se casaría conmigo y me dejó muy claro que la gente como él no se casaba con la gente como yo.
Su voz tembló. Dudaba si decirle a Kurt las palabras exactas que empleó Jeremy. ¿Podría repetirlas? No, pero resonaban como un eco en sus oídos:
«¿Estás loca, Jodie? Es un hecho histórico que los McLaughlin se acuestan con las Allman, pero no se casan con ellas».
– Fue como si me tragara la tierra. No sabía qué iba a hacer ni dónde iba a ir. Perdí mi trabajo y sobreviví gracias a la comida que me daban en los centros de beneficencia durante un tiempo.
– Jodie…
– Y perdí el niño -ella tembló-. Fue bastante desagradable. Estaba en el quinto mes y fue muy grave -levantó la vista y lo miró a los ojos, porque él había sido muy comprensivo. Entonces le dijo algo que nunca le había dicho a nadie-. Tal vez no pueda volver a tener hijos.
– Dios mío -él la abrazó fuerte y enterró la cara entre su pelo-. Oh, Jodie.
Se sentía bien en sus brazos, pero aquello entrañaba otros peligros y trató de separarse.
– Si sigues abrazándome así, empezaré a llorar de nuevo -le advirtió.
– De acuerdo -dijo él, acariciándole el pelo con suavidad-. Llora todo lo que quieras.
No quería llorar, pero sus abrazos habían destruido todas sus defensas y no pudo evitarlo, pero paró pronto. Después de todo, era una tontería. ¿Por qué era tan débil? Otras mujeres continuaban con sus vidas después de un aborto espontáneo, sin desarrollar fobias por los niños. ¿Qué le pasaba a ella?
Lo que estaba claro era que no podía dejar que un niño indefenso cargara con el peso de sus propios traumas. Era el momento de superar, como fuera, todo aquello.
Se oyó un ruido en la habitación y después un grito.
– ¡Katy! -gritó Kurt, que intentó levantarse de un salto y cayó al suelo al olvidar la escayola.
Jodie se levantó también, y por unos segundos dudó entre levantar a Kurt y desear que no se hubiese roto nada más, o ir a buscar a la niña ella misma. Las décimas de segundo parecían eternidades, y al final se decidió. Corrió a la habitación.
Katy estaba en el suelo, llorando y frotándose la cabeza con la mano, pero al verla aparecer se calló y la miró como fascinada.
– ¿Estás bien, preciosa? -dijo, inclinándose hacia ella y dudando si tocarla-. ¿Te has hecho daño?
– Pa-pa-pa -balbuceó la niña, estudiando a Jodie. Después se decidió y estiró los bracitos hacia ella, pidiéndole que la tomara en brazos.
Jodie se pasó la lengua por los labios y miró hacia la puerta, deseando ver llegar a Kurt.
– ¿Quieres ir con tu papá? Estará aquí en un segundo, ya verás.
– Pa-pa-pa -y movió los brazos con más fuerza aún.
– De acuerdo -y se inclinó para levantarla, sin saber cómo acabaría aquello.
Katy ayudó mucho y en un segundo estaba tranquilamente acomodada en los brazos de Jodie sin que ésta tuviera náuseas. Y no iba a desmayarse, porque no era difícil en absoluto.
Se dio la vuelta cuando Kurt entró en la habitación. No podía creer lo a gusto que estaba con aquella princesita en sus brazos.
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