Raye Morgan - Enamorada del jefe

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Enamorada del jefe: краткое содержание, описание и аннотация

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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Después de desayunar Kurt bañaba a Katy mientras Jodie recogía la cocina y preparaba las cosas para trabajar en la mesa del comedor. Kurt acostaba a Katy y así disponían de una hora seguida de trabajo antes de que la niña se despertase de nuevo y requiriese su atención.

El resto del día lo planificaban sobre la marcha. Intercalaban el trabajo con cuidar a Katy. Tenían visitas, sólo para saludar o para hablar de trabajo. Por la tarde iban a dar una vuelta en coche o al parque para que Katy pudiera correr sobre la hierba y jugar con otros niños. Por la noche solían pedir comida a domicilio, mientras que Katy cenaba un puré y un biberón.

Cuando la habían acostado, Kurt y Jodie podían estar tranquilos.

A veces empezaban a ver una película en DVD, jugaban a algún juego de mesa o hacían crucigramas, pero daba igual cómo empezase, siempre acababan en la misma posición: uno en brazos del otro.

Ella era consciente de que tenían que dejarlo. Aquello no iba a ninguna parte y sólo les traería problemas, pero estaba tan bien en sus brazos, mientras él le susurraba cosas al oído… Kurt era todo lo que ella quería de un hombre; de hecho, había superado sus expectativas en varias ocasiones. Si en algún momento él deseara una relación de verdad…

¿A quién intentaba engañar? Había demasiados obstáculos entre ellos para que aquello llegara a funcionar. Él no quería volver a casarse: ya había sido traicionado por una mujer una vez y ella era consciente de que no querría volver a arriesgarse.

Pero a él le gustaba. Se daba cuenta de cuándo le gustaba a un hombre. A Kurt le gustaba el modo en que trataba a Katy y, de hecho, el día anterior le había dicho que se alegraba de tenerla como ayudante. Pero para casarse con ella… eso era otro asunto.

Ella se preguntaba a veces si la vieja rencilla familiar formaba parte de sus motivos para no estar con ella. Siempre decía que no se preocupaba por eso, pero ¿cómo podía uno deshacerse de algo que le han inculcado desde la cuna? Ella lo sabía y aún la atormentaba a veces. De vez en cuando se hacía preguntas sobre Kurt y sus motivos para trabajar para los Allman. Su explicación de que era el mejor trabajo que había encontrado era plausible, pero…

Aquella noche, con Katy en la cama, comentaban en el sofá la tarde del sábado, cuando Lenny, el hijo de Manny, había venido a jugar con Katy. Kurt, tumbado, tenía la cabeza sobre el regazo de Jodie y comentaba la pelea que habían tenido los niños.

– Supongo que las habilidades sociales no son algo innato -dijo él, riéndose al recordar la escena-. No puedo creer que Katy agarrara ese cubo de plástico y se lo tirara a la cabeza al pobre Lenny.

– ¿Y no has pensado que está un poco consentida? -dijo Jodie-. Supongo que no te has dado cuenta de los gritos que da cuando ve que no se va a salir con la suya.

– ¿No estarás intentando decir que mi angelito es una niña mimada, verdad?

– No, pero tampoco es una flor delicada. Es una niña normal y saludable -le sonrió-. Va a darte muchas preocupaciones cuando crezca, ya verás.

– Empiezo a sentirme en inferioridad numérica.

Eso sólo sería así si ella se quedara más tiempo con ellos, cosa que no iba a ocurrir. Tomando una bocanada de aire, cambió de tema.

– ¿Hablaste con Manny sobre los extraños que entraron en el viñedo? -preguntó, pasándole los dedos por el pelo.

– No hay ningún problema -dijo él, levantando la mano para colocarle un mechón de pelo rubio tras la oreja-. Ya sé quiénes eran.

Jodie consiguió contener una exclamación al sentir sus caricias, pero su voz sonó algo temblorosa.

– ¿En serio? ¿Quiénes eran?

– Eran de la universidad, del departamento de Botánica -dijo, incorporándose para sentarse a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros y su aliento le hizo cosquillas en la oreja. Después empezó a mordisquearle el lóbulo-. Sólo querían tomar más muestras.

– Oh -dijo ella con su último aliento-. Muy bien.

Tragó saliva. Aquél era el momento en el que debía apartarse y decirle que tenían que dejar de besarse, pero sus músculos la tenían aprisionada y su mente dejaba de pensar con claridad.

– Mmm -Kurt empezaba a darle pequeños besos por el cuello-. Muy bien no es suficiente para describir esto. Magnífico es un adjetivo más apropiado.

Ella se estaba derritiendo. Siempre se derretía cuando empezaba a tocarla. Volvió la cabeza para protestar…

– Kurt…

Su boca le congeló las palabras en la garganta, así que cerró los ojos y se dejó inundar por su calor, como un trago de coñac en una fría noche de invierno. Los besos de aquel hombre eran los mejores que había conocido, eran como una droga: adictivos. Jodie dejó que la sensación llegase a todos los rincones de su cuerpo, deseando estirarse y sentir su cuerpo sobre el suyo.

Pero aquello no era lo que ella había planeado. Lentamente, consiguió salir de su hechizo. Tenía que parar cuanto antes o estaría atrapada en su tela de seda para siempre.

– Kurt, para.

Él le puso una mano sobre la mejilla.

– No quiero parar.

– Yo tampoco, pero… Kurt, tienes que parar. No podemos seguir así.

– Claro que podemos, Jodie. Y cuando me quiten esta escayola, podemos ir más allá.

Con sólo pensar en lo que él había mencionado implícitamente, se sintió más fuerte para hacer lo que sabía que era necesario.

– No. Para.

Él se apartó y la miró con una expresión imposible de descifrar.

– ¿Qué ocurre?

Ella se levantó del sofá y lo miró como si hubiera perdido toda esperanza.

– Kurt, esto es una locura. Empezamos siendo muy sinceros el uno con el otro: ninguno de los dos buscaba una relación. No sé muy bien cómo hemos llegado a este punto…

– Te voy a explicar cómo ha ocurrido -dijo él, tomándole una mano en las suyas-. Se trata de un cuento muy antiguo lleno de hormonas y luz de luna. Empezamos a pasar tiempo juntos y nos dimos cuenta de que nos atraíamos el uno al otro. Fin de la historia.

Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza antes de abrirlos y mirarlo.

– ¿Ves? Ése es el problema. El «fin de la historia» que acabas de mencionar. Esto no debería ser el final, sino el principio. Y puesto que no lo es, el resto no tiene importancia.

Él la miró confuso.

– ¿A qué te refieres con «el resto»?

Ella suspiró, entristecida.

– A lo de la atracción física.

– Ah, la urgencia de la unión.

– ¡Kurt! -levantó los ojos y las palmas de las manos hacia arriba-. ¿Ves? No tiene ningún sentido. Ni siquiera podemos hablar con sinceridad sobre estas cosas sin comentarios jocosos. No tenemos futuro juntos, ¿verdad?

Ella esperó, hecha un manojo de nervios, su respuesta. Si cambiaba de idea, si ahora tenía un nuevo criterio, aquél era el momento de decirlo. Sentía que el corazón le latía en la garganta mientras esperaba. Siguió esperando. Pero cuando Kurt por fin respondió, no pronunció las palabras que ella había deseado y su corazón se sumió en tinieblas.

– Lo siento -dijo él con serenidad-. De verdad que no me he dado cuenta de que te estabas tomando esto tan en serio.

Ella se quedó mirándolo. ¿Así que aquello no había sido más que un juego para él?

– ¡Oh! -exclamó Jodie. Sin decir más, se dio la vuelta y salió corriendo.

– Pasado mañana Rafe me va a llevar a San Antonio para que me hagan unas radiografías -le dijo Kurt poco después, cuando ambos tomaban una última taza de té en la cocina-. Parece que me van a quitar la escayola.

Entonces, pronto acabaría todo. Ella se volvió para mirarlo. Aún sentía la punzada de dolor que le había provocado su respuesta, y las palabras seguían resonando en su cabeza. Él tenía razón, estaba claro. Jodie sabía desde el principio que aquello no se convertiría en una relación a largo plazo.

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