Se quedó mirando la nota y observó la letra de Jodie. Le encantaba. Ella era tan perfecta… Tan perfecta para él. Algo hizo que le diera un vuelco el corazón.
¿La había perdido?
No, aquello era inaceptable. No la dejaría salir así de su vida.
Las últimas semanas habían sido las más felices de su vida. Katy lo había llenado de felicidad, pero Jodie, y entonces lo supo, podría darle la paz interior. No había otra como ella.
¿Pero qué podía ofrecerle?
En el pasado también había amado a Grace, y eso era lo que le hacía poco partidario de enamorarse. Echando la vista atrás, se dio cuenta de que habían sido como dos extraños hasta que Katy había irrumpido en escena y entonces, la brecha que había entre ellos se había transformado en un cañón infranqueable y las diferencias se habían hecho irreconciliables.
Un antiguo amigo de Grace había aparecido un día en su puerta, pocos meses antes de que Katy naciera. Acababa de llegar a Nueva York y necesitaba un lugar para quedarse unos pocos días, así que Kurt le ofreció una cama en su casa. Así, los días se transformaron en semanas. Estaba buscando trabajo, decía, y empezó a salir con una pandilla que a Kurt no le gustaba. Kurt le dijo que se marchara.
Grace se había enfadado mucho con él por ello, pero estaba a punto de dar a luz y con los nervios del momento, él apenas se había dado cuenta. Demonios. Lo cierto era que ya no le prestaba atención a Grace. Estaba contento por el nacimiento del bebé, pero Grace y sus cambios de humor pronto se le hicieron bastante molestos, así que los ignoraba.
Tenía mucho por lo que lamentarse en aquel matrimonio. Desde luego, no había sido el marido perfecto, y se sentía culpable por ello. Podía haberse esforzado más en tener contenta a Grace o, al menos, en intentar entender lo que deseaba. De algún modo, el amor que había entre ellos se había convertido en veneno.
¿Amaba a Jodie? Y si así era, ¿duraría más de lo que le había durando el amor por Grace?
Dejó a Katy dormida en su cuna y empezó a caminar por la casa de arriba abajo sin descanso. Se hacía tarde, pero tenía que salir. Pero estaba Katy. Tenía que encontrar a alguien que se quedara con ella. Tal vez un vecino.
Entonces sonó el timbre. Jodie había vuelto, pensó Kurt. El corazón le dio un brinco en el pecho y dio un salto hasta la puerta, sin hacer caso del pinchazo de dolor de la rodilla. Abrió la puerta de par en par y vio a Manny Cruz en el umbral.
– Escucha -dijo Manny sin más preámbulos señalándolo con el dedo-. Tengo que hablar contigo.
La desilusión que había sentido Kurt al principio se desvaneció rápidamente.
– Pasa, Manny -dijo, y empezó a buscar su cartera por todas partes-. Menos mal que has aparecido. Te necesito -Manny podía cuidar a Katy, y además era un experto en bebés.
– ¿Para qué? -dijo Manny, pillado por sorpresa-. Oye, vuelve aquí. He venido para pelearme contigo.
Kurt apenas levantó la vista.
– ¿De qué estás hablando?
– No voy a dejarte robar el negocio de los Allman, ¿te ha quedado claro? -le espetó con tono amenazador-. No voy a dejar que arruines a una buena familia. Por fin he descubierto tu juego, pero yo te voy a detener.
Kurt se sintió más irritado que nunca y se detuvo para mirar al hombre a la cara.
– Manny, escucha. No tengo ninguna intención de arruinar a la familia Allman o de quitarles su negocio.
– ¿Cómo que no? -Manny levantó la barbilla en actitud beligerante.
– Como que no.
– ¿Y qué hacen todos esos tíos paseándose por los viñedos?
– Son científicos. Botánicos. Están recogiendo muestras para solucionar el problema de los viñedos.
A Manny le cambió la cara.
– Oh.
– Hablé con mi antiguo profesor -dijo Kurt, encontrando por fin su cartera y colocándosela en el bolsillo trasero de los vaqueros-. Cree que tal vez pueda encontrar un diagnóstico y entonces podremos empezar a curar la plaga. Parece bastante optimista.
– Entonces ¿no estás intentando arruinar el cultivo?
Kurt miró a Manny como si no creyera lo que estaba oyendo.
– ¿Por qué iba a querer hacer eso?
– Para poder comprar la compañía más barata.
Kurt parpadeó y soltó un juramento en voz baja.
– Manny, no intento comprar la empresa de los Allman y echarlos de ella.
Manny frunció el ceño.
– Pero lo intentaste hacer al principio.
– No. Lo que hice fue invertir una buena cantidad de dinero en la empresa. Eso es cierto. Y ahora he pedido un préstamo para ayudar a pagar un par de nuevas máquinas embotelladoras. Estoy comprometido hasta el final con esta compañía y creo que va a ayudar a que esta ciudad se convierta en un lugar próspero. Pero siempre pertenecerá a los Allman.
Manny arrugó los labios mientras intentaba digerir las novedades.
– Entonces creo que te había juzgado mal -dijo, poniéndose como un tomate-. Lo siento.
– No pasa nada -contestó Kurt.
Manny carraspeó ligeramente.
– ¿Entonces crees haber encontrado la cura para mis viñas?
– Es posible. Un día de estos el profesor vendrá a hablar contigo -estaba deseando salir a buscar a Jodie lo antes posible. Tomó las llaves del coche y echó un vistazo a su alrededor por si se dejaba algo-. Pero ahora mismo, tengo otro problema que resolver.
Se detuvo en el acto, levantó una ceja y miró a Manny. Un sentimiento desagradable lo invadía.
– Manny, ¿le has contado todo esto a alguien más?
– Hablé con Jodie, y como estaba tan enfadado se lo conté todo. Oye, tendrás que explicarle que estaba equivocado.
La cara de Kurt se quedó petrificada y su corazón se detuvo por un instante. Así que había sido eso el desencadenante del mal humor de Jodie.
– Claro que se lo diré -pero dejó a un lado las llaves del coche y cambió de idea en lo de pedirle a Manny que se quedara con Katy.
Hablaron unos minutos y después Manny se marchó. Kurt se quedó donde estaba, con la mirada perdida en la oscuridad. ¿Por tan poca cosa había desconfiado Jodie de él? Unas palabras de Manny y cambiaba de idea con respecto a él. Él era un McLaughlin, y no se le concedía el beneficio de la duda, pero le costaba creer que no le hubiera dejado explicar su punto de vista. Era casi como si hubiera aprovechado la excusa para marcharse. Tal vez se pareciera más a Grace de lo que él creía.
Se había marchado. Cerró los ojos y se enfrentó a la realidad. Sí, se había marchado. No iba a salir corriendo tras ella ni a suplicarla que volviera. Sabía por experiencia que esas cosas no duraban mucho tiempo. Sólo retrasaría la agonía.
Pero le dolía. Aunque había tratado de protegerse a sí mismo de sentir ese tipo de dolor de nuevo, allí estaba. Y junto con el dolor llegó una ira ardiente que llegaba desde muy adentro. ¿Cómo había pensado tan rápidamente que era un tramposo y un mentiroso?
Tal vez fuera lo mejor. Y desde luego, mejor entonces que después de haberse comprometido a algo. Pero entonces pensó que no volvería a besarla de nuevo, o a verla sonreír de felicidad, y eso le dolía como un puñal clavado en el corazón.
Maldiciendo en voz baja, miró por la ventana. Tal vez ella había tenido razón desde el principio y su relación estaba maldita por esa estúpida rivalidad.
Jodie levantó la vista y vio a Kurt salir del ascensor con un pequeño grupo de gente. Rápidamente bajó la vista a sus papeles, pero no pudo contener los latidos desbocados de su corazón, como siempre que lo veía. Él y el resto del grupo pasaron a su lado, pero Jodie pretendió estar sumida en su trabajo.
Había pasado casi una semana desde que se marchó de su casa, y no habían hablado en serio desde entonces. Trabajaban juntos todos los días, pero sólo en la oficina, y todo lo que se decían era por motivos de trabajo. Ella había estado a punto de preguntarle por Katy, pero había oído que le contaba a Shelley que uno de sus primos se estaba ocupando de ella, así que su pregunta ya estaba respondida.
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