Raye Morgan - Enamorada del jefe

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Enamorada del jefe: краткое содержание, описание и аннотация

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En opinión de esta secretaria de Allman, el nuevo pez gordo de la empresa era un traidor.
La rivalidad entre los McLaughlin y los Allman había dividido Chivaree, Texas, desde hacía más de un siglo. ¿Por qué entonces Kurt McLaughlin habría decidido cambiar de bando y trabajar para la empresa de la familia de Jodie Allman… y ser su jefe? Aunque Jodie se sentía secretamente atraída por el guapísimo ejecutivo, lo cierto era que no se fiaba de él. Pero el destino iba a obligarlos a pasar mucho tiempo juntos… y Jodie tendría la oportunidad de ver cuánto adoraba Kurt a su angelical hija. ¿Cómo podría seguir adelante con su vida después de probar la vida familiar junto a él?

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Notó que Kurt las miraba, pensado seguramente que las mujeres pueden odiarse y actuar a la vez como si fueran las mejores amigas del mundo. Aquello le hizo sonreír mientras Tracy se preparaba para marcharse. Todo lo que se habían dicho eran pequeños cortes y puñaladas que ambas entendían perfectamente.

Justo antes de salir por la puerta, Tracy dejó caer el último bombazo.

– Oh, casi lo olvidaba. Mamá ha contratado a una persona para que se ocupe de cocinar, limpiar y cuidar de Katy. Yo ya no puedo seguir haciéndolo y tampoco dejaré que mamá se involucre más. Además, la he convencido para que se venga a Dallas conmigo, así que estarás solo.

Capítulo 7

– ¿Que ha contratado a una persona? -preguntó Kurt, apoyándose en el quicio de la puerta.

– Es muy buena. Tiene referencias y es sueca -dijo Tracy, como si eso lo explicara todo.

– ¿Sueca?

Tracy lo miró irritada.

– Tengo que tomar un avión. Debería estar aquí a mediodía -le dedicó a Jodie una sonrisa gélida y añadió-: Encantada de haberte visto, pero probablemente no se repetirá. Me voy a Dallas, espero que para siempre -se despidió de ellos con la mano y se alejó con el rítmico taconeo de sus caros zapatos italianos.

Kurt y Jodie se quedaron mirándola hasta que él cerró la puerta.

– Sueca… -dijo en voz baja-. Será interesante.

– O no -dijo Jodie, que se estaba poniendo tan nerviosa como Tracy.

– Bueno, ya has oído lo que Tracy ha dicho -se unió a ella en la mesa, frente a las tazas de café-. Han contratado a una mujer sueca para que me haga las cosas.

Ella vio que le centelleaban los ojos. Estaba bromeando con ella, esperando su reacción. Se lo estaba pasando en grande.

– ¿Qué esperas exactamente que haga la sueca por ti?

– ¿Quién sabe? Ya sabes lo que dicen de los suecos. Tal vez sea el tipo de mujer que se ocupa de un hombre en el sentido global -suspiró feliz al pensarlo-. Tal vez ella esté ansiosa por atender todos mis deseos y necesidades.

Jodie no quiso repetir los gestos de cansancio de Tracy, así que decidió seguir la broma.

– Pensaba que para eso estaba yo aquí.

– ¿Tú? -eso lo sorprendió.

– ¿Por qué no yo?

Por un momento, ella habría jurado que él había estado a punto de tomarle la palabra. Pero sólo por un momento. Después pareció recordar que la suya tenía que ser una relación laboral, con algunos flirteos ocasionales, pero sin arriesgarse a un contacto real. Ella lo miró y Kurt optó por la seguridad de la taza de café.

– ¿Sabes decir algo en sueco? -preguntó mientras masticaba un bollo, volviendo al tema anterior.

– Estoy segura de que habla inglés.

– Sí, pero podría darle la bienvenida con unas palabras en su idioma.

Ella deseó estrangularlo. No sabía por qué, pero estaba empezando a molestarla.

– Si quisiera hablar en sueco, se habría quedado en Suecia.

– Eso es cierto -señaló él.

A pesar de todo, Jodie echó a reír. Aquello era ridículo.

– Estás muy guapa cuando te ríes -le dijo él, agarrándole la mano.

Dejó de reírse al instante. Sus ojos la miraban con seriedad y ella miraba sus manos entrelazadas. Él tenía unos dedos largos y bonitos. Pensó en cómo acariciarían su cuerpo y se echó a temblar.

– Sé que has oído lo que Tracy ha dicho sobre tu familia -siguió-. Lo siento mucho. No quería decir eso, es sólo que…

Irritada, ella retiró la mano.

– ¿Cómo puedes decir que no quería decir eso? Claro que sí. El único que vive apartado de la realidad eres tú. La rivalidad entre nuestras dos familias está bien viva y nosotros somos parte de ella. Asúmelo.

Él sacudía la cabeza con expresión pesimista.

– El único motivo por el que estas rivalidades siguen vivas es porque la gente se dice cosas así a la cara. Cuando la gente vive en una competición constante con el contrario, nadie acaba ganando.

Ella sacudió la cabeza.

– No sé cómo puedes decir eso. Después de todo, los malos sentimientos se tienen después de las malas acciones, no sólo por las palabras.

– ¿En serio? Dame un ejemplo.

Ella lo miró seriamente. Aquella pelea tenía una base muy real.

– No me digas que no has oído hablar de cuando tu tatarabuelo, Theodore McLaughlin, raptó a la esposa del mío y la encerró durante semanas, y no la dejó salir hasta que su marido reunió los suficientes hombres y armas para asaltar el rancho donde la tenía.

Él parecía aburrido.

– De acuerdo, la prehistoria de Chivaree tiene algunos episodios muy románticos, pero nuestras dos familias eran casi las únicas que vivían en el valle. ¿Con quién más se iban a pelear?

– Después -continuó ella-, está la historia de cuando tu abuelo se adueñó de la propiedad del mío.

– Historia antigua, como poco -gruñó el-. ¿No podemos pasar página?

– ¿Qué? ¡Claro!, ¿por qué no? Avancemos hasta el momento en que tu padre y tu tío se arrojaron contra mi padre y lo ataron a un poste en ropa interior para que todo el mundo lo viera y se riera.

– Eran adolescentes -dijo él, más aburrido que nunca-. ¿Has acabado ya?

– Por ahora sí -dijo, al advertir algo distinto en su tono de voz.

– Bien -le dedicó una preciosa sonrisa-. ¿Qué te parece si compartimos el último bollo?

Ella suspiró. Kurt creía que todo aquello no eran más que anécdotas que se podían guardar en la vitrina de un museo. Para él era fácil, puesto que había sido su familia fue la que había perpetrado las mayores barbaridades, mientras que los Allman habían sido las víctimas.

¿No estaría siendo demasiado inocente? ¿Había algo más encubierto? Después de todo, había enterrado sus sospechas, pero nada había probado que fueran falsas. ¿Era aquello un disfraz para sus verdaderos planes?

Ella lo miró con frialdad, pero sus malos pensamientos se desvanecieron nada más verlo. No era sólo por ser guapo; también tenía unos ojos preciosos y una sonrisa… O se le daba muy bien esconder sus sentimientos verdaderos o tendría que admitir que estaba frente a un buen hombre. Pero ella estaba loca, ¿qué juicio iba a tener?

– No te muevas. Tienes un poco de azúcar en la cara.

Ella se quedó quieta mientras él le quitaba los granos de azúcar. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y sintió la imperiosa necesidad de hundir la cabeza en su pecho. Se miraron y ella supo que él había descubierto sus pensamientos.

Sus ojos se nublaron. Iba a besarla. Jodie tomó aliento, consciente de que debería apartarse, pero se quedó helada en el sitio, con el corazón acelerado y como flotando en una nube.

La rodeó con los brazos, atrayéndola al cómodo refugio de su pecho, y fue como si la encerrase en un lugar mágico en el que no existían el tiempo ni los problemas. A pesar de su conciencia, ella se dejó llevar al principio, y después levantó los brazos, le rodeó el cuello y lo atrajo hacia ella, deseosa de sentir el calor de su cuerpo contra el suyo. Su boca estaba caliente y dura, y ella la abría ansiosa, temblando al sentir el deseo con que él la besaba.

Jodie sabía que estaba loca, pero ya no le importaba. La sensación era maravillosa y se sentía a gusto con aquel hombre. ¿Acaso se estaba enamorando? ¿Sería lo suficientemente valiente para dejarse llevar de ese modo?

Cuando por fin se apartó, él la miró y ella intentó interpretar lo que le decían sus ojos. Habría jurado que él parecía sorprendido y desconcertado. Tal vez hubiera sido por su reacción, pero no le importaba. Si volvía a besarla, respondería del mismo modo.

Pero no volvió a besarla; en su lugar le preguntó:

– ¿Quieres ver a Katy?

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